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EL LIBRO DE LA SEMANA

Sarcasmo y sátira

La violencia y la memoria son dos elementos que atraviesan la literatura de Horacio Castellanos También aparecen, aunque con matices, en 'El sueño del retorno', de tintes autobiográficos

Un guerrillero del FMLN en San Francisco Javier, en 1992.
Un guerrillero del FMLN en San Francisco Javier, en 1992. Luis Magán

Es mejor aclarar de entrada que el autor nacido en Honduras en 1957 y radicado en El Salvador durante casi toda su infancia y juventud —es decir, mientras la última época de una sucesión de 41 años de dictaduras militares incubaba una hirviente caldera de ira y descontento que terminó por estallar en 1980— sostiene que “no escribo literatura de la violencia, como más de algún reseñista ha señalado; escribo literatura, a secas”. Pero la violencia es inescapable; si, como el autor sostiene en La metamorfosis del sabueso. Ensayos personales y otros textos (Ediciones de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2011), “si la patria que me muerde es la memoria, no he encontrado otra forma de ajustar cuentas con ella que a través de la invención”. De ahí que la violencia sea una línea que atraviesa a todo lo largo las ficciones de Castellanos Moya, a veces con mayor intensidad, a veces con carácter protagónico, a veces como el telón de fondo en que se desarrolla la ficción, pero nunca deja de estar ahí, aunque en las últimas décadas haya cambiado de carácter.

Tusquets ha editado casi todas sus obras de ficción (aunque falta La diabla en el espejo, una de las que mejor retrata la vida cotidiana salvadoreña antes de la crisis). Entre ellas destaca El asco. Thomas Bernhard en El Salvador, un relato revulsivo e inmisericorde, una sátira sarcástica y feroz dirigida hacia todo lo que puede identificar al salvadoreño medio y que le valió al autor un buen número de amenazas.

Algún trasunto autobiográfico hay en su más reciente novela, El sueño del retorno. Como el autor, Erasmo Aragón se exilió en México y trabajó en una agencia de prensa controlada por la guerrilla salvadoreña, pero, si el autor duró poco tiempo en ella, Erasmo, en 1991, todavía trabaja ahí. El primer recuerdo de la infancia de ambos es el mismo, una bomba que estalló en el frente de la casa de sus respectivas abuelas, y ambos regresan a El Salvador pocos meses antes del fin de la guerra civil en 1992. Pero hasta ahí parece llegar la similitud. Erasmo Aragón es un personaje de la picaresca más que de la épica, un tipo voluble que ahoga su desazón con vodka y tónica en la noche y cócteles estrambóticos a media mañana para sacarse la resaca, asediado por el miedo a volver a su patria antes del fin del conflicto y por el deterioro irreversible de su relación matrimonial.

Quien mejor se define es el mismo Erasmo: “De pronto percibí la volubilidad de mi carácter, la forma en que los eventos hacían conmigo lo que ellos querían”; y aquellos eventos, en El sueño del retorno, comienzan cuando el protagonista, que además sufre del colon, decide visitar a don Chente, médico salvadoreño exiliado como él, que ve en sus males físicos una manifestación de los trastornos de su espíritu. Aquí la novela se convierte en una exploración de la memoria, con un doble juego entre tres líneas: lo que Erasmo le cuenta al médico en las primeras sesiones; lo que no le cuenta, porque lo avergüenza o porque no le tiene confianza suficiente, pero sí se lo cuenta al lector, bajo la fórmula “pero no le conté que…”; y lo que le cuenta a don Chente en sesiones de hipnosis y que el médico anota en una libreta y que Erasmo desconoce por completo. De ahí que lo asalta la zozobra, más aún cuando el médico desaparece de la escena. Y si las sesiones de hipnosis le producen una extraña paz, pronto su ánimo voluble, las copas, las discusiones con otros exiliados, sus líos matrimoniales y un extraño personaje que es parte de la inteligencia clandestina de la guerrilla salvadoreña en México lo arrastran a bruscos cambios de ánimo que a su vez lo arrojan al alcohol y al desquiciamiento. Pero sobre todo es la incógnita sobre qué le contó a don Chente mientras está dormido le atenaza el cerebro y lo lleva a sumergirse en sus recuerdos, pero también a ponerlos en duda; y en ese trabajo de la memoria asoma también la violencia que vivió en su país y la que le llega por las noticias sobre su patria, pero sobre todo la desazón infinita de no saber quién es realmente y qué va a encontrar en el regreso.

En ese sentido, el título de la novela puede aludir al carácter a ratos onírico —pesadillesco— de las desventuras de Erasmo, que culminan en una desternillante escena en el aeropuerto, cuando cree ver pasar a don Chente y al mismo tiempo no puede resistirse al encanto del cuerpo de una pasajera. En esta novela brilla como pocas veces la contorsión hacia “el sarcasmo y la sátira” —en palabras de Castellanos— que caracteriza una obra que interroga e inquieta sin perder otro rasgo: “A veces reímos tanto o nos ponemos chistositos, para atajar la locura”.

El sueño del retorno. Horacio Castellanos Moya. Tusquets. Barcelona, 2013. 184 páginas. 15 euros

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