James Gray: “El padrino’ es la película más difícil de hacer”
Entrevista con el director de 'The immigrant', protagonizada por Marion Cotillard y Joaquin Phoenix
Al contrario que la mayor parte de la gente, James Gray (Nueva York, 1969) gana según habla más y más, según cuenta su obsesión por la Segunda Guerra Mundial, por Hitler, lo que le han marcado las charlas con su abuelo, un inmigrante ruso con el que visitó la isla de Ellis, el punto de entrada y criba de los europeos que llegaban en los años veinte a Estados Unidos. Una de las secuencias de su quinta película, The immigrant, con la que ayer concursó en Cannes, muestra a la protagonista polaca (Marion Cotillard) mordiendo un plátano sin pelarlo: es la primera vez que lo ve. “Eso mismo le pasó a mi abuelo, un judío ruso que nunca llegó a hablar bien el inglés”. En el filme ha cambiado la nacionalidad y la religión por Polonia, y sobre todo, católica. “No creo que solo los católicos sientan en su interior la culpa. Los judíos la siente, los protestantes, también —bueno, no sé cuánto ellos y me gustaría ver la reacción del público anglosajón—. Lo que entra en juego es la redención y el perdón, que creo también aparecían en mis otros trabajos [Little Odessa, La otra cara de la crimen, La noche es nuestra, Two lovers]. Es esa noción franciscana de que nadie está imposibilitado de ser perdonado o redimido. Y creo que cuando haces una película nunca hay que dejar de lado la ética. Pero ética no en un sentido político, sino en el sentido de que nadie es una mierda con el que no merezca la pena hablar”.
Gray ha apoyado siempre su trabajo en un amor por el clasicismo, por una apuesta contra natura —visto el cine actual en los festivales— de respetar a los mayores, a los que siempre recurre. “Orson Welles decía: ‘Hacer un película, cualquiera, es un reto. Hacer una grande, un milagro’. ¿Cuántas obras maestras tienen los genios del cine? ¿Dos, tres? Hitchcock logró seis o siete de sesenta, John Ford nueve de ochenta. El porcentaje es bajo, con lo que lo habitual es fallar. Nunca es fácil, te balanceas en el fracaso. Así que la única manera de no caer es decir lo que quieres decir. Y eso vale para cualquier arte. No me gusta cuando el creador está por encima del público. Tienes que sentir que tú puedes ser él y viceversa. Todos merecemos respeto”.
Puede que por eso sus películas, y más The immigrant, sean películas de rostros: dolientes, enfadados, sinceros, de su tiempo y su lugar: “Importa mucho esa selección de gente y la iluminación. La luz crea grandes actuaciones. Yo no había visto ni una película de Marion Cotillard, pero cené con ella, y vi su rostro cercano al de Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco. No hacía falta ni que hablara. En las caras veos caracteres, historias. Si comparas los rostros de Tom Cruise y Alain Delon, que se dan un aire, descubres que en la de Delon hay ambivalencia y en la de Cruise sabes seguro que te pateará el culo”.
Gray nunca ha empezado una película desde cero. “Tomo notas de ideas y las guardo. O las meto en libretas que guardo en mi oficina. Acabo con un gran puñado de ideas, busco la conexión entre ellas. Normalmente no funciona. A veces sí. Aquí se unieron la idea de descubrir el plátano, con una visita a la isla de Ellis en 1978, antes de su restauración, con mi abuelo. Por el suelo aún estaban los formularios de inmigración, sentías los fantasmas. Allí mi abuelo charló en ruso con una mujer compungida —que no hablaba inglés— que había perdido allí a su hermana, que se quedó en cuarentena por el tifus. Todo eso se va juntando en la cabeza y requiere su tiempo. No es un proceso fácil. Quiero que mis películas sean… sencillas, y créeme que eso es complejo”. Por cierto, jamás se ha preguntado que hubiera sido de no haber viajado sus ancestros: “Nunca, y me hace gracia cuando gente como mi abuelo lloriqueaba por su vieja patria. ¡Haberte quedado allí! ¡Odiaban tu religión, te perseguían, te helabas de frío! Hala, vuelve… Y a la vez admiraban la grandeza de Estados Unidos. Siento mis raíces, pero soy un director muy americano”.
Gray es grande y se mueve inquieto en el sillón, en mitad de un jardín de un edificio de apartamentos en Cannes. Medita sus respuestas, se autointerrumpe, pide perdón por irse por las ramas. Pero le apasiona explicarse. Y se crece cuando habla de El padrino —de la que hay referencias en sus trabajos-—y de la Segunda Guerra Mundial: “Si tú le preguntas a un cineasta cuál es la película más difícil de hacer, te dicen El padrino. Dura tres horas, no hay trucos de cámara, es pura narrativa y personajes, pocos efectos especiales… Intento no perder ese criterio, aunque no esté a la altura”. La Segunda Guerra Mundial: “Soy un obseso de ella. Busco material sobre ella constantemente. Es imposible encontrar a alguien como Hitler ni un conflicto bélico que conmocionara tanto a la raza humana. Hitler es el villano de película más malvado jamás creado. Escribí un guion sobre él, cambiándole de nombre, y todos me decían: ‘No es creíble, este tipo esta exagerado’. Pero no, porque ocurrió, creó un sistema, una mitología, provocó una corrupción social y destruyo cuanto pudo. Y no puedes entenderle, lo que le hace aún más fascinante”.
Como confesión final, James Gray asegura que trabaja con Joaquin Phoenix “con gran dificultad” pese que han hecho cuatro películas juntos. “Odio los ensayos. Las películas solo se pueden hacer una vez y aprovechando los accidentes. La clave es escuchar a los actores en las tomas. Entre películas Joaquin y yo no somos amigos. De vez en cuando nos enviamos mensajes de texto. Pero en el rodaje sé que irá al máximo, que piensa como yo, que nada le atará. Y es una fiera. Mira, en un plano de Two lovers, en el que su personaje mira a través de una ventana a Gwyneth Paltrow hablando por teléfono, un plano muy Kieslowski, Joaquin empezó a masturbarse en mitad de la toma. No pude usarlo, porque podía parecer ridículo, aunque tuvo el coraje de hacerlo porque su personaje lo hubiera hecho. Eso no puedes pedirlo, pero él puede dártelo. Por eso es brillante".
Babelia
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