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Kilómetros en busca de música

Conciertos como los de Bob Mould o Killer Mike premiaron las caminatas por el recinto

Jessie Ware, en un momento de su actuación anoche en Primavera Sound.
Jessie Ware, en un momento de su actuación anoche en Primavera Sound.Jordi Vidal (Getty Images)

Algo hay de milagroso en el Forum. Si según los evangelios Jesús multiplicó los panes y los peces, allí, en el extremo de la ciudad, son los kilómetros los que se reproducen de año en año. Al margen de que el público es cada año mayor, así lo atestiguan canas y otros menores detalles no exentos de interés, las distancias entre los escenarios más alejados, Vice y Heineken, es aún mayor que la que media entre tener pulsera VIP, su ansiado color dorado parece prometer huríes en forma de PJ Harvey o Ryan Gosling en el paraíso terrenal alternativo, y la vulgar identificación de color verde que caracteriza a la infantería del festival. Aún con todo, todos han de caminar en esa autopista musical que se llama Primavera Sound y que ofrece vistas panorámicas a la música actual, que ya deberíamos comenzar a no llamar alternativa simplemente porque casi ya tiene estatus de oficial, un logro de esta comunidad de consumidores generacionales que han acabado imponiendo su ley hasta alcanzar lo que queda de poder musical en una sociedad en la que la música ya no cimienta generaciones.

Comenzando por un extremo de la tarde y por un extremo del recinto, L’Hereu Escampa dio cuenta de su música salida de las tripas. Su formato de dúo, con batería y guitarra, una forma de decir que con dos basta, resultó más que suficiente para enervar al público que se citó ante su escenario para disfrutar de lo que se ha bautizado como post-hardcore. Es rock crudo y punk con mucha, muchísima vehemencia, pero como ya estamos muy adelante en la historia de la música, según parece siempre hubo un antes que explica que hoy todo sea o bien post o bien neo, como bien intuyó Montesol en los años ochenta con sus dos personajes de tebeo, precisamente Neo y Post.

Tras la necesaria peregrinación al otro extremo de la isla donde reinan los seguidores del festival –acotación, si a los fans del FIB se les llamaba fibbers, horroroso anglicismo falto de imaginación, ¿cómo habrá que llamar a los del Primavera, ¿primaveras?, ¿springers?-, la otra dosis de vehemencia la sirvió Bob Mould, uno de los referentes estilísticos de L’Hereu Escampa. Camisa de cuadros, aspecto de profesor de literatura y movimientos propios de un estibador portuario repartiendo golpes de mástil entre los gerentes del puerto. Bob, de quien Grant Hart, su socio en Hüsker Dhü, no cuenta lindezas en su documental autobiográfico, presentó las canciones de Star machine, su último trabajo, un decálogo de rock blindado, coriáceo y más masculino que la testosterona. Formato trío, otra forma de decir que en muchos casos lo que le sobra a mucha música es artificio. Volumen atronador y empuje melódico para dejar al rock en sus formas más básicas. Hasta la cercana noria, última atracción para aumentar la distancia con el mundo circundante, pareció removerse con Bob.

Y de macho a macho y tiro porque los valores tradicionales nunca mueren, menos aún en un festival de música post-juvenil. De nuevo al otro extremo del recinto, no es de extrañar que unas agradables azafatas inviten a la concurrencia a salvar la distancia en unos automóviles que promocionan con sonrisa esculpida bajo la nariz. Por el camino los tobillos de quienes no son agraciados por la promoción, notan que el balanceo del pavimento se ha reparado y que este responde estable a la presión de los pies. Al margen de alguna insensata que usa tacones, las posibilidades de un esguince nocturno se han disipado en casi todas las zonas. Pues bien, en el escenario Pitchfork comparecía Killer Mike, un hombretón con voz de armario y cuerpo que no se puede empotrar. Con solo un disc-jockey disparando ritmos ultra gruesos, el recitador descubierto por Outkast demostró estar muy, pero que muy enfadado. Su hip-hop políticamente explícito, Reagan se tituló uno de sus temas, pone la diana en la situación política y social de los Estados Unidos, a la que dedica feroces ataques de cuya virulencia da cuenta la ferocidad de su fraseo y la escasísima ductilidad de unas bases que iban al grano, sin filigrana. Un poco el resumen de este paseo musical entre dúos y tríos reducidos a lo más escueto, sólo tuétano sin guarnición.

Pero como no sólo tuétano podía dar la noche, reseñar dos conciertos que se celebraron en los contiguos escenarios Vice y Pitchfork, donde casi se solaparon las actuaciones de Jessie Ware y Chris Cohen. Ambos apuestan por la melodía y la caricia, una en forma de soul y pop de tiros largos, por momentos demasiado convencional, Wildest moments, apoyada en una voz de inglesa enamorada de la música negra que se movía por escena como anunciando saltos de cama. El otro mucho más limitado, tiene menos glamour y encima toca la batería, lo que le impide lucir pantalones y le limita las carreras por la boca del escenario. Chris Cohen dispone por el contrario de una voz de confesión íntima, un guante para su pop de evocación deliciosamente añeja y un dominio melódico que obligaba a pensar ¡qué bonito!, cada vez que concluía una pieza. Estos dos artistas fueron el dulce contrapeso a uno de los muchos circuitos que a base de piernas se pueden realizar en esta feria musical llamada Primavera Sound.

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