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FERIA DE SAN ISIDRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los artistas acaban con la fiesta

La que llaman primera plaza del mundo asistió a un bochornoso espectáculo protagonizado por becerros infames noqueados y lisiados, unas exigentes figuras de pitiminí y un público conformista

Antonio Lorca
Miguel Ángel Perera, en la faena con la muleta al primero de su lote en Las Ventas.
Miguel Ángel Perera, en la faena con la muleta al primero de su lote en Las Ventas.GORKA LEJARCEGI

Las Ventas vivió una tarde negra y la fiesta quedó, una vez más, sentenciada: le quedan dos telediarios. La que llaman primera plaza del mundo asistió a un bochornoso espectáculo protagonizado por becerros infames noqueados y lisiados; unas exigentes figuras de pitiminí; una presidencia incompetente y un público conformista hasta el alarmismo, producto de un muy preocupante desconocimiento.

Ovación y pitos

Tarde de buenos banderilleros: saludaron Juan Sierra, Guillermo Barbero y Joselito Gutiérrez. Bronca de las gordas para la ganadería de Jandilla; un fracaso sin paliativos.

Cada vez se nota más la ausencia de los aficionados y la presencia de aluvión de espectadores seguidores de un mal llamado toreo artista, que acuden a la llamada del morbo moderno, que no persigue la emoción del toro íntegro y el torero heroico, sino la sensiblería que solo puede producir el toro basura.

Lo más grave de ayer no fue el estrepitoso fracaso de la ganadería de Jandilla, tan solicitada por las figuras; lo más serio es que no hubo apenas protestas, que la gente se dejó engañar por toreros y taurinos, a la espera paciente de que el artista de turno la redimiera con una pinturería.

Esta no es, ni por asomo, la fiesta que nos han legado nuestros mayores; esto es puro teatro con claque incorporada. Esta es la degradación de un espectáculo que es vibrante por definición.

Si el público de hoy acude en masa al reclamo de este tipo de corridas, admite el becerro infame y no exige el toro íntegro, estamos en la antesala de la desaparición de las corridas.

Jandilla/Finito, Morante, Perera

Tres toros de Jandilla -segundo, devuelto, tercero y sexto-, y tres Vegahermosa; sobrero de Carmen Segovia, mal presentados, mansos, inválidos, tullidos y descastados.

Finito de Córdoba: _aviso_ bajonazo (silencio); metisaca, pinchazo y cinco descabellos (silencio).

Morante de la Puebla: pinchazo y estocada (silencio); tres pinchazos y un descabello (silencio).

Miguel Ángel Perera: _aviso_ pinchazo y media (vuelta); estocada baja _aviso_ (silencio)

Plaza de Las Ventas. 23 de mayo. Decimoquinta corrida de feria. Lleno.

Si ayer, el público de las Ventas no se tiró en masa al ruedo y corrió a gorrazos, calle Alcalá arriba, a los toreros, al empresario y al presidente es que un cáncer mortal está irradiado por todos los confines de este espectáculo.

Porque lo visto ayer no tiene nombre; de principio a final, desde que salió el primer toro hasta que se arrastró el último. Todo fue un puro desatino, una vergüenza, una lamentable visión de lo que nunca debe ser la fiesta de los toros: animales que proclamaron su ruina revolcándose por el redondel, un tercio de varas inexistente, ausente el toreo, y la conclusión final de que todo aquello era una gran estafa.

Aún así, el generoso y moderno público, no solo aguantó estoicamente el fraude que le ofrecieron a precio de oro, sino que aplaudió a rabiar unas gaoneras descafeinadas de Miguel Ángel Perera al noqueado tercero, un esbozo a la verónica de Morante en su segundo, una media de bella factura del sevillano al cuarto de la tarde, y, sobre todo, una faena cogida con alfileres al toro tonto que fue el primero de Perera. Estuvo bien el torero, pero todo era mentira porque su oponente era de cartón, pura basura. Los tendidos aplaudían como si estuvieran viendo una obra histórica y hubiera cortado la oreja si no pincha en el primer intento, pero estaba claro que el toreo es otra cosa. A pesar de todo, Perera dio una clamorosa vuelta al ruedo. Lo intentó de nuevo ante el sexto, que galopó en banderillas y se paró en la muleta. El torero insistía una y otra vez y el respetable lo apoyaba con nuevos aplausos. Increíble, pero cierto.

Ni Finito de Córdoba ni Morante tuvieron opciones. Pero ellos, junto a Perera, especialmente el segundo, que tiene mando en plaza, son los grandes culpables de este fraude. Ellos y otros más son los mentirosos del toreo actual, los que beben los vientos por el toro descastado e inválido y les importa un pimiento el público, porque conocen bien su falta de exigencia.

Finito vino después de muchos años y no hubiera pasado nada si se queda en su casa. No solo no dijo nada con los engaños, sino que fue tan sumamente pesado, en un intento vano de justificar lo injustificable, que toda su actuación fue un horror que hay que olvidar cuanto antes. No encontró la manera de acabar con su inservible primero, y si no lo avisan todavía está allí dando un recital de mantazos. A ver si es capaz de explicar por qué sometió a semejante tormento a público tan dadivoso. Imposible también el cuarto y todavía se escuchan los ecos de ‘je, je’ de Finito en su intento baldío de que el toro embistiera.

Y Morante, que sabe que es el protagonista absoluto en tardes como la de ayer, llegó y, en vista de lo que había, se fue. Y el que quiera más, que vuelva otro día. Porque él sabe que volverá a llenar la plaza; hasta que el cansancio haga mella y ocurra como con los abonos: que antes había tortas para hacerse con uno y ahora las sigue habiendo pero para venderlo a algún despistado. Que tenga cuidado Morante con tanto toro basura, que un día se puede encontrar solo en la plaza.

Como lo que salió ayer al ruedo no tenía un pase, el sevillano intentó hacerse perdonar con el capote, pero ni eso fue posible. Su primero carecía de todos los atributos propios del toro bravo; y con el segundo, que era un cadáver, se puso flamenco antes del mítin con la espada.

Lo dicho: el que avisa no es traidor; como esto siga así, le quedan dos telediarios.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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