El artista y su novia
La novia del escritor es la escritura, la novia del pintor es la pintura y la novia del compositor es la partitura. ¿Pero para qué sirve aquí?
La novia del escritor es la escritura, la novia del pintor es la pintura y la novia del compositor es la partitura. ¿Pero para qué sirve una novia (o un novio) aquí?
En primer lugar, para ser más vivo y feliz y, en último lugar, para ser feliz sintiéndose acompañado, física, mentalmente, soñadoramente. Las personas pueden hacer este buen papel de novios, pero el papel del arte, en el lienzo, en la pantalla o el papel, es mucho más seguro.
Siempre que se está componiendo un libro el pensamiento se encuentra encendido y aunque no siempre lo pase bien, lo pasa mejor que con la mente enamorada. La concentración en una obra, artística o científica, proporciona una compañía que solo un gran amante puede procurar.
La obra del artista o del científico en trance depende de ese amante y mientras hay secreto. Y ¿cuál es el secreto? El secreto que salta a la vista es que esa compañía no es, al cabo, la compañía de otro sino de uno mismo en acción sobre una tarea donde se complace o se angustia en dualidad.
El pensamiento y sus múltiples recursos pueden procurar el mayor divertimento
Aquí, en el centro, se halla la obra a degustar y desde un ángulo y otro incide sobre el objeto y el sujeto. Obviamente no se halla garantizada una correspondencia feliz en el noviazgo, pero se asegura, al menos, el interés de la conversación. Un objeto, una película, un poema son escombros si no propician la conversación, pero son luces si la provocan. Si proporcionan el brillante suceso de la conversación de Edison. Así se escribe, se pinta o se compone. Así se investiga. Así se comprende. Combatiendo bajo la luz palmaria de la conversación.
Jorge Wagensberg en El gozo intelectual (Tusquets, 2007) resalta el júbilo que acompaña a la comprensión. Solo el ser humano, y no los animales, se hallan en condiciones lingüísticas de acceder a él. La inteligencia es fuente central de recompensas y entre ellas se halla el gozo de la comprensión. Es muy parecido a la dicha de entender el comportamiento del otro (el novio o la novia) o de la obra tras haber sufrido su proceder. El rencor se convierte en dulzor y el amor rodea el gozo de la idea perfecta.
El pensamiento y sus múltiples recursos pueden procurar el mayor divertimento de la existencia, muy superior a los entretenimientos de los videojuegos y su familia electrónica. Pero debe tratarse ese pensamiento que aún no alcanza a entender cómo una joya que después entiende (oye) los sonidos de aquella materia que descifra gloriosamente.
Actualmente, el cerebro, ayudado por un chip, es capaz de mover el ratón del ordenador, encender las luces de la casa o frenar el coche en un semáforo. Es un pensamiento convertido en herramienta. Pero el pensamiento, en su vertiente funcional, se funde al fin en el mismo gesto.
Este pensamiento práctico es ya, tecnológicamente considerado, como el no va más. Transmite nuestros deseos en acciones concretas y es inteligible como una simple máquina de desear.
Queda, sin embargo, el otro pensamiento errabundo y creador. No el que logra que se ponga en marcha la aspiradora, hable la radio o funcione el televisor sino el que se aplica a la creación. Este segundo pensamiento no se satisface con el deseo programado sino con el descubrimiento de su intrincada y amorosa comprensión.
Un artista ante su cuadro no sabe qué pensar. Tampoco sabe de antemano qué desear. Solo la relación del pintor con la pintura, del escritor con la escritura o del compositor con la partitura, alcanzan a dilucidar quiénes son mediante el azaroso sistema del noviazgo.
En todo desarrollo creativo, la obra expresa con variante claridad su alma pero un instinto, parecido a un chip, dilucida que una de sus versiones es la respuesta inteligible ahora. La búsqueda de nuestra felicidad comprende tanto al autor como a su novia en el redondel de nuestro anhelante (aunque siempre incierto) gozo intelectual, sexual y genital.
Babelia
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