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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diez noches de euforia

Diego A. Manrique

Mi idea del infierno es sencilla: dirigir una revista musical (de pago). La job description: conjugar la potencialidad y la disponibilidad del personal disponible con la necesidad de hacer un producto periodísticamente sólido y, atención, atractivo. Es decir, vendible. Pura agonía. No quiero imaginarme cómo pueden ser ahora las reuniones londinenses para decidir qué se pone en portada.

En el Reino Unido, aunque hayan caído muchas, todavía tienen la mayor oferta mundial de publicaciones dedicadas al pop. Pero todas parecen desconcertadas. Hasta el New Musical Express, el BOE de lo que se pretende nuevo y excitante, usa las tácticas de esos mensuales dedicados en mayor o menor grado al heritage, al patrimonio cultural de aquella revolución sonora que se visibilizó hacia 1956.

Bajo la presión de las ventas, se tiende a imponer orden en ese medio siglo vertiginoso. Surgen así los listados omniscientes tipo “los mejores....”. Los mejores álbumes, las máximas canciones, los grandes guitarristas, las portadas más vistosas, los cantantes carismáticos, los discos clásicos olvidados, las portadas esenciales, los vídeos decisivos.

Y hueles la desesperación cuando la revista Q proclama en portada que ha determinado “las diez mejores actuaciones de todos los tiempos”. Por favor, intenten no ensañarse con semejante desatino. Obviamente, la lista está orientada hacia las vivencias... iba a decir que inglesas pero no, las vivencias londinenses. Tienen ventaja los conciertos que contaron con presencia de los periodistas de Q o que fueron protagonizados por músicos accesibles para una llamadita. Y está pensada para lectores que, teóricamente, crecieron escuchando el britpop de sus padres. No se molesten en protestar: los mensajes de indignación están programados.

El cómputo no está jerarquizado, aunque debe considerarse significativo que el último de la lista tenga más espacio que los anteriores. Estos son sus diez conciertos que cambiaron la historia del pop:

Oasis. En el 100 Club londinense (24 de marzo de 1994). La intención, según Liam, era enterrar al indie mediocre y “echar a Phil Collins de las listas”. Misión cumplida... al 50%.

Nirvana. En el London Astoria (3 de diciembre de 1989). Teloneros de Mudhoney, dejaron la boca abierta a los punters londinenses que contemplaron la destrucción de la nueva Fender de Cobain.

The White Stripes. En el Boston Arms, norte de Londres (6 de agosto de 2001). La aristocracia hip británica —incluyendo a Kate Moss— sudando a cambio de ser bautizada en el añejo blues-rock.

Madonna. En el Wembley Stadium (20 de julio de 1990). Vestida por Gaultier, la Ciccone despertó la ira del Vaticano.

Radiohead. En el barcelonés Zeleste (22 de mayo de 1997). Presentación mundial de Paranoid android. Según Q, el público español no se enteró mucho pero los invitados ingleses vieron “el futuro del rock”.

Orbital. En Glastonbury (25 de junio de 1994). Los hermanos Hartnoll legitimaron los espectáculos techno en los grandes festivales. Q dixit.

The Smiths. En la Universidad de Salford (20 de julio de 1986). Reconciliación de Morrissey y compañía con los ardientes fans de Manchester, tras participar en un evento montado por Factory Records.

Public Enemy. En el Hammersmith Odeon londinense (1 de noviembre de 1987). Impresionaba, cómo no iba a impresionar, tanto su sonido abrasivo como la escenificación teatral del black power. Con metralletas de juguete.

The Who. En la Universidad de Leeds (14 de febrero de 1970). Demostración de la teoría de Townshend: se podía alcanzar la “nota universal”, en que banda y músicos ascendían simultáneamente a un estado superior de conocimiento.

U2. En el Estadio de Wembley (11 de agosto de 1993). Reconstrucción de los irlandeses como gran show abrebocas. Ayudó su inmersión en la realidad más lacerante: la conexión con el Sarajevo martirizado, la presencia de un escritor (Salman Rushdie) condenado a muerte por la teocracia medieval de Jomeini. Inevitablemente, todo lo que han hecho luego ha resultado un anticlímax.

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