El dragón, el sexo y la doncella
La medievalista Victoria Cirlot desmenuza el mito de sant Jordi y señala los elementos discordantes y perturbadores
Dragones, doncellas, guerreros. No, no estamos hablando de Juego de tronos, aunque también. De las leyendas de Perseo, Beowulf y Sigfrido a las novelas de George R.
R. Martin, pasando por Sant Jordi y Tolkien, el mito de ese gran trio (!) ha inspirado la imaginación humana. Todos tenemos clara la historia: un guerrero o Caballero, un héroe, se enfrenta a un animal fabuloso, dragón o serpiente o monstruo similar que tiene cautiva -en general con la más aviesa de las intenciones (o no)- a una doncella o princesa. En el relato canónico –chico mata a dragón salva chica-, las cosas parecen claras. Pero ¿lo están realmente? ¿Qué ocurre de verdad entre el Sant Jordi, el dragón y la princesa?
“Es una imagen arquetípica absolutamente”, explica la medievalista y experta en simbología Victoria Cirlot, “una imagen que tuvo un éxito brutal en la Edad Media por el mito caballeresco, del que la leyenda de Sant Jordi es un paradigma. La versión más ortodoxa es a que ofrece en el XIII Jacobo de la Vorágine en su Leyenda Dorada. La conocida historia del santo de Capadocia que combate al dragón y salva a la doncella o princesa. El caballero que combate por la mujer es una imagen perfecta de la caballería y está representada abundantemente, por ejemplo en la pintura gótica catalana. Es una elección iconogáfica, pero debajo hay mucha más historia”.
Le pregunto a la estudiosa si podemos ver ahí un triángulo, con perdón. “El combate por la princesa se adecua a la idea del amor cortés por la dama. Por supuesto la leyenda no cuenta eso pero es propiedad de los relatos de ese tipo incorporar muchos materiales ajenos. El mito de héroe, el monstruo y la doncella es antiquísimo, se remonta a Mesopotamia, con historias como la monstruosa Tiamat combatida por Marduk, y las leyendas medievales pueden verse como actualizaciones del mismo. Siguiendo la línea llegaríamos hasta Alien. Las lecturas de mito son muchas. En una psicológica, Jung diría que el caballero trata de rescatar su ánima, su lado femenino, de las fuerzas, primigenias del inconsciente. Lucha contra sí mismo”.
La presencia del mar en algunas historias que prefiguran la de Sant Jordi (como la de Perseo y Andrómeda, en la que por cierto, la princesa siempre es representada en una turbadora desnudez), ratifica esa relación con el subconsciente.
¿Se podría hacer una lectura transgresora, digamos picante?: el dragón y la princesa se entienden (una relación en verdad ardiente) y el caballero trata de arrebatarla o de unirse a la pareja. ¿Pasa ahí algo (más) que no entendemos? ¿Hay ménage a trois? “Sí, Sí”, ríe Victoria Cirlot, ella vive tan feliz con el dragón y él, el caballero, aparece para devolverla al mundo civilizado. Es una lectura. La historia en realidad es muy caleidoscópica; el dragón es siempre inquietante, alude a lo desconocido, a lo que no se controla. Es, en un nivel, un signo de animalidad y por tanto de deseos y pulsiones salvajes. Algo a lo que remiten también la gruta y el paraje agreste en que vive, reino del caos, en contraposición a la ciudad, el espacio de civilización. La polivalencia del símbolo está ahí. Como cada historia simbólica tiene múltiples facetas”.
La bestia, lancémonos, podría ser la exteriorización de los deseos de la doncella, su sexualidad, que sería sometida (a menudo con engaños) por el héroe patriarcal que conjura el peligro de una sexualidad femenina desatada y la reprime y reconduce hacia el orden (el castillo) y la boda y la fidelidad conyugal. “Es indudable que la princesa de alguna manera forma parte del mundo del dragón, lo que despierta terror en el mundo masculino. Pero no solo. En algunas variantes del mito, el dragón no es matado sino apresado, encadenado, e incluso domesticado: una fuerza instintiva sometida y reconducida. La princesa a veces lo lleva con una correa hasta la ciudad, donde se le da o no muerte. Dos santas, santa Margarita y santa Marta lo llevan con traílla como un perrito. La idea es integrar al dragón. En el fondo está el concepto jungiano del proceso de individuación: integrar los elementos discordantes y perturbadores. En algunas historias, el caballero se apropia de un elemento del dragón, asimila al monstruo, y entonces deviene el caballero del dragón”.
La leyenda de Sigfrido adquiriendo el conocimiento –simbolizado en la compresión del lenguaje de los pájaros—al probar la sangre del dragón, es un ejemplo de esa integración. “Como lo son los héroes que se ponen la piel del monstruo o comen su corazón”.
El dragón, señala Cirlot, puede ser entendido también como símbolo de sabiduría, y como maestro. Podríamos, entonces, imaginar que el fabuloso animal es un iniciador de la princesa (¿un Christian Gray con escamas?). “El dragón tiene sin duda muchos aspectos positivos, reverso de su negatividad monstruosa. Es el guardián del tesoro, por ejemplo”. En algunas versiones el dragón es hembra, una dragona. Lo que lleva a complicar aún más las interpretaciones.
La historia está llena de polaridades y posee tantas capas como una cebolla. Y eso que no hablamos de las conexiones entre el dragón y la serpiente…
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