Una carrera a base de sangre, sudor, lágrimas... y más sangre
Tras una década rodando películas 'gore' por su cuenta, el sevillano Julián Lara prepara su primer largometraje en Estados Unidos
Zombies en patera, zombies en las obras del metro de Sevilla, Kiko Veneno matando zombies en el baño de un bar, zombies en una boda movidos por el despecho o ahuyentados por un baile de Leonardo Dantés… En definitiva, muertos vivientes por doquier. Hasta hace poco, ese era uno de los principales leit motiv de la carrera del cineasta Julián Lara (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1975), para muchos aficionados al cine más gore y gamberro manufacturado en España, una especie de héroe de culto que solo se podía ver en festivales especializados en el género y en algunos foros cibernéticos. A sus seguidores les parecía entrañable su particular mezcla de vísceras, humor irreverente y desparrame rodada con muy pocos medios.
Pero el sevillano ha dado un salto cualitativo. Ha acabado sus estudios cinematográficos en una prestigiosa escuela de Los Ángeles –“por cierto, con matrícula de honor”, él mismo destaca–, ha rodado un corto en plena California –con muchos más medios que el resto de su carrera anterior– y ahora prepara el rodaje de Killing games con actores profesionales estadounidenses y hasta con un secundario que participó en la saga Crepúsculo.
Será una producción, cómo no, de bajo presupuesto. Aunque los 250.000 dólares que costará el trabajo están a años luz de lo que se gastó Julián Lara en obras como Zombie Xtreme (2005) o Deadhunter: Sevillian zombies (2003). El director advierte: no tendrá mucho que ver con su filmografía anterior. “En esta no habrá zombies, ni vampiros, ni monstruos. Hay niños pijos de Hollywood, un poco sádicos, que perpetran una masacre, hay exnovias y mucha sangre”. No podía ser de otra manera. “Siempre he procurado que muera alguien en mis películas y que te puedas reír de ello. Va a ser brutal”.
Ese tono cafre y carente de pudor ha sido constante en su carrera, que nació a principios de la década pasada cuando todavía trabajaba como supervisor de instalaciones en una multinacional. “No pretendo ser un director de cine de autor”, dice Julián Lara. “Yo tengo mi estilo particular, aporto mi humor negro… no sé, yo tengo mi gracia”. Fan del universo zombie desde los ¡6 años!, del Peter Jackson de Mal gusto y del clásico del cine de terror de serie B George A. Romero, el joven director decidió ponerse a rodar con lo que tenía a mano. Y era más bien poco.
“Yo siempre he querido ser un director mainstream, no es que quisiera ser un outsider, ni el más guay, es que no tenía los medios”, afirma el sevillano afincado en California. “Pero en vez de flagelarme, cogí a mis amigos y nos pusimos a hacer lo que podíamos con lo que teníamos, aunque a veces eso llevara a hacer sacrificios técnicos”. Para su largometraje Killing twice (2007) concibió un monstruo que, al final, por problemas con el presupuesto “daba más risa que miedo”. “Aunque eso también tiene su encanto”, afirma. “Lo que yo he hecho lo podía haber hecho cualquiera, pero hay que echarle ganas y esforzarse”. Y no atender a las críticas, en ocasiones despiadadas. “No me molesta que digan que mis primeras películas eran un poco friquis, si se utiliza esa etiqueta de forma constructiva. Prefiero que me cataloguen como Serie B, o Z. Pero vamos, que está bien que hablen de uno”.
Consciente de sus fallos, y como protagonista de toda una historia de superación, lo dejó todo para formarse en Los Angeles Film School. Lo suyo le costó. Para costearse la producción de su anterior cortometraje, Till death do us apart (2011), proyecto final de sus estudios, tuvo que vender su coche. “Lo tenía aparcadito en mi casa de Sevilla”.
El resultado, cree, ha merecido la pena. Ahora sus amigos bendicen su trabajo. “Le enseñé el corto a Santiago Segura y le gustó. Antes me daba mucha caña”. Al llegar a California, se puso a hacer contactos como un loco. Y no le ha ido mal. Su primer encargo, que planea empezar a rodar en mayo, le llegó gracias a unos productores a los que accedió a través del hijo de Oliver Stone, “coleguita” suyo desde hace tiempo. Asegura que la gente en Hollywood es mucho más cercana que en España, donde el mundo del cine está “más endiosado”. Para él es habitual codearse, aunque sea durante unos minutos, con Steven Spielberg (“Charlé con él un cuarto de hora, ¡y era él el que me hacía las preguntas!”), George Lucas (“Alguien muy reservado”) o Matt Groening (“Me dio su tarjeta, y eso lo hace con poca gente”).
A base de tesón ha pasado de alternar con Los Morancos y Andrés Pajares a hacerlo con Tarantino –su página web da cuenta de ello–. Su intención es aprovechar cada oportunidad para recuperar el tiempo perdido: empezó a hacer cine a los 25 años, pero se arrepiente un poco de haberse dado a conocer en la televisión en Crónicas marcianas o en el programa de María Teresa Campos. Pero ya no juega en esa liga. Ha conseguido estar donde quería, cerca de los lugares de donde brotan las ideas de Peter Jackson o de su amigo Guillermo del Toro. “Cometí mis errores”, afirma. “Pero de donde estoy uno ya no se puede bajar”.
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