Los Kennedy de la cosmética
Se cierra un capítulo en la saga Lauder. La madre creó un emporio de la belleza y sus dos hijos han cambiado el paisaje de los museos de Nueva York
Los Lauder son los Kennedy de la industria cosmética, y la donación de la colección de Leonard A. Lauder es el penúltimo capítulo de una historia familiar muy literaria. El hijo mayor de Joseph y Estée Lauder ha entregado al museo Metropolitan 78 obras cubistas valoradas en más de 1.100 millones de dólares (839 millones de euros), lo que, según la revista Forbes,supone el 13,5% de su fortuna que, hasta esta semana, se cifraba en 8.100 millones de dólares (casi 6.200 millones de euros). Asegura esta publicación que solo 23 personas han donado por encima de esta cantidad antes que él. Pero, en el fondo, Leonard no ha hecho más que seguir la doctrina de su madre, una mujer que defendía las recompensas de la generosidad. Uno de sus grandes hitos fue convertirse en la primera en ofrecer muestras gratuitas de sus productos.
La forma en la que Estée Lauder —nacida Josephine Esther Metzer, hija de emigrantes de Europa del Este y criada en Queens— creó un imperio de la belleza es la materia de la que están hechos los mitos estadounidenses. Empezó vendiendo cremas caseras hechas por su tío, en los años cuarenta, y en 2012 el conglomerado que lleva su nombre cerró ventas por valor de 9.700 millones de dólares. La empresa, que cotiza en Bolsa desde 1995, comprende 26 marcas de cosméticos de lujo, entre ellas, Estée Lauder, Clinique, MAC, Tom Ford o Bobbi Brown. Sus dos hijos, Leonard A. (80 años) y Ronald S. (69 años), han contribuido a la gestión de la empresa y la fabulosa fortuna familiar les ha permitido disfrutar de los privilegios y refinadas aficiones propios de los ricos de segunda generación.
Ronald, el hermano más controvertido, compró su primer cuadro de Egon Schiele a los 13 años, con el dinero de su bar mitzvah. En 2006 pagó 135 millones de dólares por una pintura de Gustav Klimt, Retrato de Adele Bloch-Bauer, que desbancó al Muchacho con flauta de Picasso como la pieza más cara hasta el momento. Once años menor que su hermano, albergó importantes ambiciones políticas. The New York Times reveló que en su juventud había confesado a sus amigos que soñaba con convertirse en el primer presidente judío de Estados Unidos. Hubo de conformarse con ser un fugaz y polémico embajador en Austria, en 1986, y perdió las primarias del Partido Republicano para la alcaldía de Nueva York frente a Rudolph Giuliani. El diario estadounidense publicó en 2011 un retrato muy poco favorecedor de Ronald en el que vinculaba sus iniciativas empresariales y artísticas a la obtención de deducciones fiscales.
La más destacada de sus acciones en el campo del arte ha sido la fundación, en 2001, de la Neue Gallery, un exquisito museo dedicado al arte alemán y austriaco de principios del siglo XX. Su colección es más extensa y dispersa que la de su hermano, ya que Ronald atesora piezas de Klimt, pero también tiene una de las mayores colecciones de armaduras medievales, que ha sido expuesta en el Metropolitan. En una oposición que seguramente revela mucho sobre sus caracteres, Leonard ha sido más preciso en su forma de comprar arte.
“No puedes componer una buena colección si no eres centrado, disciplinado, tenaz y estás dispuesto a pagar más de lo que puedes permitirte”, declaraba esta semana Leonard a The New York Times. “Desde el principio decidí que quería una colección de museo. Cada vez que consideraba comprar algo me preguntaba: ‘¿Pasaría el corte?”. En todo caso, la donación no es su primera gran contribución al paisaje artístico de Nueva York, ya que es fideicomisario del Museo Whitney desde 1977 y actualmente desempeña el cargo de presidente de honor de la institución. Gracias a él, en 2002 se legaron 86 obras de la posguerra y en 2008 ofreció 131 millones de dólares. Lauder ha declarado que seguirá comprando para la colección que cede al Metropolitan.
Los dos hijos de Estée Lauder, que falleció en 2004 a los 97 años, y tres de sus cuatro nietos ocupan diversos puestos en la compañía. Ronald es el presidente de Clinique y tiene dos hijas: Jane dirige Origins y Aerin ha creado una marca propia. Leonard, que empezó a trabajar con sus padres en 1958 y llegó a ser el máximo responsable, ejerce hoy como presidente honorífico. Uno de sus dos hijos, William P., fue consejero delegado durante cinco años, pero renunció en 2009 y ahora es director ejecutivo del grupo. Los que han trabajado con Leonard cuentan que le gusta establecer un símil entre la gestión de Estée Lauder y la conducción de un coche: “Debes mirar por el retrovisor para saber de dónde vienes y también hacia delante para ver hacia dónde vas”.
La casa de Estée Lauder, en el corazón del Upper East Side de Nueva York, se abrió hace tres años para que Aerin, de 42 años, presentara un perfume inspirado en un proyecto que su abuela había abandonado en los ochenta. Arropada por su familia, escenificaba una de esas miradas por el retrovisor que Leonard defiende. No solo por el escenario: el cóctel estaba servido por Mortimer’s, el restaurante favorito de Estée, que ya no existe. “Pero siguen vivos muchos de los que trabajaban allí y conservan las recetas”, aseguraba Aerin.
Algunas armaduras de Ronald decoraban el salón. Evelyn, la esposa de Leonard —que fallecería un año después—, conversaba con la veintena de invitados exhibiendo las dotes sociales que convirtieron en un éxito su campaña del lazo rosa para luchar contra el cáncer de mama. “Me he criado rodeada de arte”, explicaba Aerin a EL PAÍS. “De hecho el primer recuerdo que tengo de mi padre está relacionado con él. Era pequeña y no podía dormir. Me sacó de la cuna y me llevó de un lado a otro del pasillo del apartamento, explicándome las piezas”.
Babelia
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