¡Ay, las referencias y esos finales abiertos!
Aunque la memoria y los reflejos estén abotargados, tardo poco tiempo en constatar que todo esto me suena poderosamente a 'El secreto de sus ojos'
Aunque acudo ligeramente amodorrado y con las neuronas aún más espesas que de costumbre al pase matinal de esta película argentina tengo sensación inicial de déjà vu durante un notable rato. Me explico. La produce Gerardo Herrero a través de Tornasol. La protagoniza Ricardo Darín. Interpreta a un antiguo abogado que en los últimos años se dedica a la enseñanza del Derecho. Arranca con la violación y el asesinato especialmente salvaje de una mujer joven. Un crimen anónimo y ritual cuya investigación para descubrir al sofisticado y tenebroso autor se convierte en una obsesión permanente para el angustiado personaje que interpreta Darín. Y me pregunto: ¿a qué me suena este argumento, ese enigmático crimen, esa cargada atmósfera, ese rastreador infatigable de la identidad del mal?
TESIS SOBRE UN HOMICIDIO
Dirección: Hernán Goldfrid.
Intérpretes: Ricardo Darín, Alberto Ammann, Arturo Puig, Calu Rivero, Fabián Arenillas, Mara Bestelli.
Género: thriller. Argentina, 2012.
Duración: 91 minutos.
Y aunque la memoria y los reflejos estén abotargados, tardo poco tiempo en constatar que todo esto me suena poderosamente a lo que sucedía en la excelente El secreto de sus ojos. Vale, aquella era de época y esta transcurre en la actualidad. La siniestra historia que narraba Campanella también era profundamente romántica y esta prefiere la analítica. A pesar de la evidente autonomía entre ambas películas, no consigo librarme de la asociación y de las referencias durante toda la proyección.
Y, por supuesto, El secreto de sus ojos me fascina y me conmueve. En Tesis sobre un homicidio, primer largometraje que ha dirigido Hernán Goldfrid, no me ocurre ni lo uno ni lo otro, pero sigo su intriga con interés, está bien escrita, hay diálogos brillantes, posee una notable factura visual y dispone de actores y actrices creíbles, además de un aval tan seguro como que el inmenso Ricardo Darín aparezca en casi todos sus planos, templando y mandando, sugiriendo y creando su habitual campo magnético.
Pero cuando llega su pretendidamente original desenlace me quedo con gesto de estupor. Creo que no he entendido nada o que se me ha escapado algo fundamental en el desarrollo de esa intriga. Como hace mucho tiempo que superé aquel complejo consistente en que si no comprendía lo que pretendían contarme en la pantalla el problema pertenecía exclusivamente a mi corto y torpe entendimiento, nunca a que el intelectual, sutil y complejo autor se había hecho un lío con lo que pretendía explicar, ya no tengo sentido de culpa. Pero un amigo más perceptivo que yo soluciona mi desconcierto al aclararme que la intención del director es hacer un final abierto. O sea, que cada espectador saque sus propias conclusiones ante lo que le han narrado. Soy tan pedestre como elemental. Mi embrutecimiento sigue empeñado en que todo me lo dejen muy clarito, en saber quién es el asesino.
Babelia
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