La suerte de George V. Higgins
La abogacía le valió el remoquete de escritor diletante y la escritura le hizo perder clientes
Casi todos dijeron en su día que Los amigos de Eddie Coyle(1972) era una novela que revolucionaba el género policial, y casi todos parecieron ponerse de acuerdo luego para sentenciar que George V. Higgins nunca volvió a escribir nada parecido (o que todo lo que escribió se le parecía demasiado), lo que equivalía a echar una losa sobre la carrera de un hombre con casi 30 libros a sus espaldas. Cuando apareció aquel libro fulgurante, otros listos dijeron lo de siempre ante la irrupción de alguien que no pertenece (aparentemente) al gremio: como Higgins era abogado (y había sido ayudante del fiscal de Boston) solo pudo haberlo escrito de la noche a la mañana, en un golpe de suerte.
Estos días he releído Into the badlands (1991), la estupenda colección de perfiles de John Williams, donde Higgins matiza, con gélida elegancia: “Bueno, no fue exactamente de la noche a la mañana: antes había escrito otras 15 novelas, pero me las rechazaron una tras otra”.
Se ha hablado mucho de la influencia de Higgins en los diálogos de Tarantino y de Elmore Leonard, que cada día, antes de ponerse a escribir, releía fragmentos de Los amigos de Eddie Coyle para pillar, hermosa frase, “verdad y cadencia”: yo añadiría el nombre de Mamet, y apostaría a que la sombra de Eddie Coyle sobrevoló la composición de American buffalo y Glengarry Glenn Ross.
El otro día caí en la cuenta (y no fue agradable) de que este año se cumplen 40 de mi doble encuentro con Eddie Coyle. En 1973 cayó en mis manos su gran novela bajo el título de El chivato, porque en aquella época yo devoraba todo lo que aparecía en la formidable colección Esfinge, de Noguer: allí descubrí a Le Carré, a Scerbanenco (¿alguien se acuerda?), a Sjöwall y Wahlöo y a una tal Patricia Highsmith con El grito de la lechuza. Y pocos días más tarde fui al cine y resultó que aquella película llamada El confidente era la misma historia que acababa de leer: la había dirigido Peter (Bullitt) Yates y era estupenda. He vuelto a verla y sigue siéndolo, con la tristeza cruda, realista y antisentimental del mejor cine policiaco de los setenta (The nickel ride, de Mulligan, juega en esa misma liga) y con un Robert Mitchum que corta el hipo como no volvería a cortarlo hasta Yakuza.
Han tenido que pasar, pues, casi cuatro décadas para que Higgins regrese a nuestras librerías: gentileza de Libros del Asteroide, que hará dos años recuperó Los amigos de Eddie Coyle, el pasado otoño tradujo Cogan’s Trade (1974) y la rebautizó como la película de Andrew Dominic (Killing them softly) y para septiembre prepara The rat on fire, también inédita en España. Higgins tuvo una suerte perra en muchas cosas: la abogacía le valió el remoquete de escritor diletante y la escritura le hizo perder clientes (“Empezó a correr el rumor”, le cuenta a Williams, “de que había dejado el bufete para dedicarme a mis novelas”), pero, a cambio, las dos películas basadas en sus obras son portentosas. No conocía Mátalos suavemente y me ha deslumbrado: la secuencia del atraco, la feroz paliza a Ray Liotta (bajo una luz tan inclemente como su castigo) y el monólogo de James Gandolfini en el hotel bastarían para hacerla inolvidable.
Solo una vez escribió Higgins para el cine, a petición de Yates, tras Los amigos de Eddie Coyle, pero no he encontrado el menor rastro. “Hice un guion”, cuenta, “pero era tan malo que daba pena”. Lástima grande: siempre pensé que Higgins hubiera sido el broche de oro en el equipo de guionistas de The wire, presidiendo la mesa compuesta por Simon, Burns, Price, Lehane y Pelecanos, pero (lástima definitiva) tampoco habría llegado a tiempo: murió en 1999, a los 60 años, de un infarto. Pienso en The wire porque de un modo inequívoco lleva su huella y sigue su legado, y también pienso en House of cards, porque Williams habla de A choice of enemies (1984), que no conozco pero pronto leeré, en estos términos: “Probablemente su obra maestra y, de largo, la novela política moderna más aguda que se ha escrito, protagonizada por Benny Morgan, un monstruo corrupto con más vida e incluso más decencia que todos los que maquinan su caída”. Me fío de Williams porque supo resumir en una frase el método Higgins para presentar a sus personajes: “Escucha lo que dicen, mira lo que hacen, y luego decide tú mismo”. Frase muy sensata y de múltiples aplicaciones, evidentemente.
Babelia
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