Cuando el arte supera la realidad
La Fundación Thyssen dedica una retrospectiva al Hiperrealismo, el movimiento artístico más popular de todo el siglo XX
Audrey Flack (Nueva York, 1931) fue la única mujer que integró el fotorrealismo, movimiento surgido en Estados Unidos a mediados de los sesenta que cruzó el Atlántico para ser bautizado en Europa como hiperrealismo. Con un admirable dominio del castellano y una fascinación sin límites por el barroco español, Flack ha recordado en el Thyssen entre sus amigos de adolescencia a casi todos los grandes nombres del santoral artístico estadounidense de mitad de siglo (De Kooning, Pollock). Fue ella la única quien, lejos de decantarse por el expresionismo abstracto o el arte conceptual, tan en boga, echó a correr en dirección opuesta para abrazar el movimiento pictórico más maniacamente fiel a la realidad.
Y quizá no se equivocó, después de todo; el hiperrealismo acabaría siendo la escuela más popular del siglo pasado y también de este. Flack se hizo conocida en todo el mundo por sus retratos de Macarenas y Soledades inspiradas en la Semana Santa española. También, por unas naturalezas muertas que concentran la esencia de lo femenino a partir de objetos tan cotidianos como las flores, el maquillaje o los naipes. Una de sus obras más conocidas, Queen (1976) destaca en la exposición Hiperrealismo 1967-2012, que se inaugura mañana en la Fundación Thyssen con 61 obras firmadas por Richard Estes, John Baeder, Robert Bechtle, Tom Blackwell, Chuck Close o Robert Cottingham. Coproducida por el Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania, y comisariada por su director, Otto Letze, esta muestra itinerante persigue colocar la expresión artística más fiel a los detalles lejos de los tópicos, mucho más allá de los que tildan el movimiento de anacrónico y academicista.
Relucen los retratos de Chuck Close o las cabinas de Richard Estes
Los retratos de Chuck Close, los bodegones de Ralph Goings, la Harley Davidson de Tom Blackwell o las cabinas telefónicas de Richard Estes relucen en el Thyssen con tal nitidez cargada de destellos que sirven como la prueba definitiva de que estos artistas lograron lo que buscaban: saciarse de realidad. Son, en palabras de Guillermo Solana, director artístico del museo madrileño, el envoltorio perfecto de los objetos de consumo que conforman la iconografía occidental. “Ya lo hacían los artistas pop, pero aquí se exprime hasta el máximo en su vertiente más fetichista”.
Al galerista y coleccionista Louis Meise le debemos el bautismo del movimiento. Él ejerció de auténtico mentor, pero no fue hasta la Documenta de Kassel de 1972 que el grupo obtuvo notoriedad mundial. El comisario de aquella cita, Harald Szeemann, supo reconocer la densidad intelectual de estos artistas y les convirtió en grandes estrellas del firmamento contemporáneo. Dejaron de ser meros contempladores del brillo de la mercancía capitalista para presentarse ante el mundo como autores de una obra compleja.
Antes y después de Szeemann, la iconografía “genuinamente americana” sirvió a estos artistas para llevar al extremo la experiencia visual. El destello metálico de los objetos de consumo centellea en los primeros planos y en los detalles ampliados de la carrocería de coches y motos que surcan como una promesa de futuro las grandes llanuras. Salpicaderos, guardabarros, y manillares “sirven”, apunta Solana, “para apelar a la fascinación por el ilusionismo, por el trampantojo”. “Cuando el espectador se enfrenta a uno de estos cuadros, sueña con entrar en ellos”, añade el director.
Además de las dos dimensiones, las obras reunidas en la exposición siguen doblegando el interés del público. Audrey Flack fija la clave del éxito en que, bajo la apariencia de modernidad absoluta, hay un fondo que recuerda los interiores y escenas cotidianas de la pintura flamenca y, sobre todo, al barroco español.
¿Tuvo dificultades añadidas por el hecho de ser la única mujer en el grupo pionero? “No con los otros artistas, pero en la Documenta de Kassel no me incluyeron porque mis piezas eras demasiado femeninas”, contó entre risas durante la presentación de la exposición.
El espectador sueña con entrar en estos cuadros
Su bodegón Queen está dedicado a su abuela, que murió con 103 años. Aunque si se le pide que hable de su obra más especial menciona dos: una dedicada a Marilyn Monroe y otra inspirada en la II Guerra Mundial. “La hice en 1945 y es un tema que no se trató artísticamente hasta 1978. En el fondo del cuadro, hay una fotografía en blanco y negro de mujeres prisioneras justo antes de ser liberadas. Delante de ellas, imágenes en color de una merienda con pasteles y té. Se consideró una frivolidad hasta que una asociación de mujeres judías me invitó a hablar de la obra. Yo iba vestida con vaqueros y ellas, elegantísimas. Me explicaron que después de salir del campo se habían jurado no volver a vestir jamás con harapos. Les encantó la obra”.
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