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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Una papisa y otras damas de excepción

James Lord retrata a 'Cinco mujeres excepcionales' en una recopilación que edita Elba Se publica 'Diario a dos voces', un testimonio emocionante del exilio de 1939 de Manuel Lamana

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

En el momento en que esto escribo, aún se desconoce el nombre del sucesor del dimisionario Benedicto XVI. Ya sé que se barajan favoritos de diferentes nacionalidades, pero, en el fondo, lo único que todos tenemos claro es que en la cátedra de San Pedro no se sentará ni una americana, ni una asiática, ni una africana, ni siquiera una triste y resabiada europea. La única posibilidad de que tal prodigio aconteciera sería que el cardenal elegido por el cónclave fuera, en realidad, una mujer disfrazada: alguien que, como la legendaria papisa Juana, hubiera ocultado su condición desde su infancia para ir subiendo lenta y silenciosamente en el escalafón más exclusivamente masculino; primero seminarista, luego sacerdote, más tarde obispo, hasta llegar al ónfalos teológico de la religión más poderosa de la tierra. La leyenda medieval, que fue muy difundida, refiere que, tras el descubrimiento de la impostora y el consiguiente escándalo, se decidió que cada nuevo Papa se sometiera a un test de virilidad: un diácono era el encargado de proceder al “palpado” de los genitales del electo, mientras este permanecía sentado en la sedia stercoraria, convenientemente provista de un hueco circular en la parte correspondiente a las posaderas (en los museos vaticanos puede admirarse un ejemplar de tan funcional mueble). Si la prueba resultaba positiva, la fórmula empleada era, siempre según la leyenda, duos habet et bene pendentes (tiene dos y cuelgan bien), a lo que los presentes debían contestar Deo gratias. En la iconografía Juana está representada como una lasciva sacrílega, pero también como una mujer ávida de saber (igual que nuestra madre Eva), una cualidad que recoge el Tarot de Marsella, cuyo segundo arcano (La papesse) la representa con un libro abierto entre las manos. Muy diferentes de Juana, pero también fuera de lo corriente, fueron las damas a las que James Lord (1922-2009) retrata en la recopilación Cinco mujeres excepcionales, que ha publicado Elba. Lord fue uno de tantos expatriados estadounidenses que se afincaron en el París de posguerra, cuando Montparnasse brillaba como el faro de la bohemia de la vieja, hecha añicos, y (por tanto) adorable Europa. Observador mitómano de la naturaleza humana, su declarada homosexualidad le facilitó la confidencia de las mujeres y le evitó el recelo de los hombres, ventajas de las que sacó provecho para sus crónicas, más interesantes por la inmediatez de lo vivido que por sus opiniones acerca del arte o el Zeitgeist del momento. Sus mujeres “excepcionales” lo fueron en un contexto en que la mayoría no había roto con el papel tradicional que se les adjudicaba. Las cinco fueron valientes a su manera, y todas se nos muestran a la vez rebosantes de glamour y como marcadas por un aura de dramático aislamiento: Gertrude Stein y Alice B. Toklas, de las que se nos refieren algunas deliciosas mezquindades; la actriz Arletty, la venerada estrella del cine francés (inolvidable en Hôtel du Nord, de Carné, 1938) que cayó en desgracia por su romance con un alto oficial nazi (“mi corazón es francés, pero mi culo es internacional” respondió a los que la criticaban); Marie-Laure de Noailles, la conspicua coleccionista y hôtesse de la vida artística parisina, y Errieta Perdikidi, la rica heredera griega que cambió su destino por el amor de un joven carpintero de la isla de Skyros, donde la conoció el propio Lord. Cinco mujeres cuya “excepcionalidad” nos resulta hoy a la vez lejana y muy deudora del fascinado punto de vista de un sofisticado cronista de sociedad.

Genocidios

Leo La eliminación (Anagrama), la devastadora crónica del cineasta camboyano Rithy Panh, y me vienen a la memoria los primeros versos del Réquiem de Ajmátova: “en aquellos años solo los muertos sonreían / contentos en su descanso”. Uno va pasando estupefacto las páginas de este libro terrible, al tiempo que recuerda la culposa ceguera de buena parte de la izquierda internacional acerca del último experimento de ingeniera social puesto en marcha para implantar el Paraíso en la Tierra. Por cierto que Jonathan Glover da cumplida cuenta de esa larga letanía de atrocidades perpetradas a lo largo del inicuo siglo pasado en otro libro muy recomendable: Humanidad e inhumanidad, una historia moral del siglo XX (Cátedra). La crónica de Panh, que completa en cierto modo el relato de Denise Affonço (El infierno de los jémeres rojos) publicado hace algún tiempo por Libros del Asteroide, confronta la experiencia del autor (que tenía 13 años al inicio del apocalipsis camboyano) con las manifestaciones del célebre Duch (Kaing Guev Eav), que fue uno de los dirigentes del ultrasecreto núcleo duro del Angkar (Partido Comunista Camboyano) y el máximo responsable de la infausta prisión de Tuol Sleng (S-21), en la que fueron salvajemente torturados y masacrados millares de “elementos degenerados”. Y es que, desde el mismo momento en que los jémeres rojos se apoderaron de Phnom Penh comenzó lo que algunos llamaron “vaciado del cesto”. El cesto eran las ciudades, empezando por la capital, donde había demasiadas “manzanas podridas” de la “vieja sociedad” a las que había que separar, “reeducar” o eliminar: más de un tercio de la población de la llamada Kampuchea Democrática fue masacrada entre 1975 y 1979. El objetivo era volver a empezar de cero, lograr la pureza incontaminada de lo prehistórico, el comunismo primitivo de la miseria de la inmensa mayoría. Toda aquella catástrofe nos resulta hoy tan inimaginable que necesitamos libros como este para recordarla.

Lamana

De Manuel Lamana (1922-1996) se recuerda sobre todo su papel en aquella rocambolesca fuga de Cuelgamuros (organizada por Paco Benet, hermano del escritor) que protagonizó junto a Nicolás Sánchez Albornoz y que llevó a la pantalla Fernando Colomo en Los años bárbaros (1998). Pero Lamana fue, además de un notable novelista, una figura importante del exilio español y un exponente de la influencia española en el mundo editorial latinoamericano. Buen conocedor de la literatura francesa, desde su asesoría en la editorial Losada contribuyó a la difusión del existencialismo en el mundo hispánico. Traductor de Sartre (Crítica de la razón dialéctica, Las palabras), en 1956 publicó su novela Otros hombres, y en 1959 Los inocentes (ambas reeditadas hace unos años por Viamonte), en la que refleja el universo de la Guerra Civil desde la mirada de un adolescente que vive en la retaguardia republicana (la novela, por cierto, acaba de ser traducida al italiano con prólogo del profesor Diego Símini). Ahora Seix Barral publica Diario a dos voces, un testimonio emocionante del exilio de 1939 en el que superpone al diario encontrado de su padre (José María Lamana) un diario paralelo elaborado casi medio siglo después a partir de sus propios recuerdos de adolescente. Un documento hasta hoy inédito que, desde su minimalismo subjetivo y ajeno a la épica, refleja cabalmente el desarraigo y el tremendo desconcierto de tanta gente corriente que se vio obligada a huir de España para salvar el pellejo.

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