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crítica de 'días de pesca en la Patagonia'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Carlos Sorín ha vuelto

Deliciosamente escueta (poco más de hora y cuarto), la película tiene a un protagonista de 'western', pasado oscuro y necesidad de redención

Javier Ocaña
Alejandro Awada y Victoria Almeida, protagonistas de 'Días de pesca en la Patagonia'.
Alejandro Awada y Victoria Almeida, protagonistas de 'Días de pesca en la Patagonia'.

Los artistas no pocas veces necesitan dar un paso atrás (o a un lado, como en este caso) para poder dar luego un buen paso adelante más largo, más intenso, con fuerza renovada. Es lo que hizo hace un par de años Carlos Sorín con El gato desaparece, película alejada de su constante cine social minimalista, al adentrarse en una intriga psicológica casi polanskiana cercana al ejercicio de estilo. Entonces su obra parecía estar rozando la autocomplacencia (Bombón el perro, El camino de San Diego y La ventana eran cada vez más débiles) y el volantazo le vino bien. Y aún más ahora, dos temporadas después, cuando a su vuelta a su humanismo del terruño el director argentino ha compuesto su mejor trabajo desde Historias mínimas, la película que le dio fama internacional: Días de pesca en Patagonia, deliciosamente escueta (poco más de hora y cuarto), tiene a un protagonista de western, pasado oscuro nunca aclarado, necesidad de redención, con la calma del que le ha visto las orejas al lobo y ya no tiene prisa, pues sabe mucho mejor que los demás cómo se habita en el infierno; una especie de Ethan Edwards fordiano, en una Patagonia poblada de empáticos secundarios que acaban conformando un certero retrato comunitario.

DÍAS DE PESCA EN PATAGONIA

Dirección: Carlos Sorín.

Intérpretes: Alejandro Awada, Victoria Almeida, Óscar Ayala, Diego Caballero.

Género: drama. España, 2010.

Duración: 112 minutos.

Sorín demuestra que, aunque a veces lo parezca, la música no está prohibida en este tipo de retratos sociales, y con un tema sencillo, precioso, que solo suena tres veces durante unos segundos, ensambla a la perfección la sensación que provoca un relato con la dulzura que deja una melodía. El paisaje, inhóspito, ejerce de aglutinador, y el desenlace, paradójicamente climático en su anticlímax, evidencia que no hay nada mejor que la sutileza para cerrar a cal y canto una buena historia. Así, mientras otros directores hubiesen necesitado aún un cuarto de hora para explicitar nuevos estados de ánimo, Sorín deja al espectador en negro con la satisfacción de tener el cuerpo más ancho que largo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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