Carlos Sorín ha vuelto
Deliciosamente escueta (poco más de hora y cuarto), la película tiene a un protagonista de 'western', pasado oscuro y necesidad de redención


Los artistas no pocas veces necesitan dar un paso atrás (o a un lado, como en este caso) para poder dar luego un buen paso adelante más largo, más intenso, con fuerza renovada. Es lo que hizo hace un par de años Carlos Sorín con El gato desaparece, película alejada de su constante cine social minimalista, al adentrarse en una intriga psicológica casi polanskiana cercana al ejercicio de estilo. Entonces su obra parecía estar rozando la autocomplacencia (Bombón el perro, El camino de San Diego y La ventana eran cada vez más débiles) y el volantazo le vino bien. Y aún más ahora, dos temporadas después, cuando a su vuelta a su humanismo del terruño el director argentino ha compuesto su mejor trabajo desde Historias mínimas, la película que le dio fama internacional: Días de pesca en Patagonia, deliciosamente escueta (poco más de hora y cuarto), tiene a un protagonista de western, pasado oscuro nunca aclarado, necesidad de redención, con la calma del que le ha visto las orejas al lobo y ya no tiene prisa, pues sabe mucho mejor que los demás cómo se habita en el infierno; una especie de Ethan Edwards fordiano, en una Patagonia poblada de empáticos secundarios que acaban conformando un certero retrato comunitario.
DÍAS DE PESCA EN PATAGONIA
Dirección: Carlos Sorín.
Intérpretes: Alejandro Awada, Victoria Almeida, Óscar Ayala, Diego Caballero.
Género: drama. España, 2010.
Duración: 112 minutos.
Sorín demuestra que, aunque a veces lo parezca, la música no está prohibida en este tipo de retratos sociales, y con un tema sencillo, precioso, que solo suena tres veces durante unos segundos, ensambla a la perfección la sensación que provoca un relato con la dulzura que deja una melodía. El paisaje, inhóspito, ejerce de aglutinador, y el desenlace, paradójicamente climático en su anticlímax, evidencia que no hay nada mejor que la sutileza para cerrar a cal y canto una buena historia. Así, mientras otros directores hubiesen necesitado aún un cuarto de hora para explicitar nuevos estados de ánimo, Sorín deja al espectador en negro con la satisfacción de tener el cuerpo más ancho que largo.
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