99 formas de contar lo mismo
Matt Madden construye sus novelas gráficas a partir de desafíos Se reedita el cómic donde abordó la misma historia con distintos puntos de vista
¿Desde cuántos puntos de vista se puede contar una historia? Como mínimo, 99. Matt Madden (Nueva York, 1968), dibujante, traductor y profesor de cómics, fue capaz de urdir 99 perspectivas distintas para abordar una anodina trama. Un hombre se levanta de su ordenador, camina hacia el comedor mientras responde a una cuestión trivial formulada por su pareja desde la planta superior, abre la puerta de su frigorífico y se pregunta: “¿Qué diablos venía a buscar aquí?”.
Ya ven, una nimiedad. Nada trascendental. La historia es lo de menos. Lo impactante es descubrir que puede ser contada desde ángulos y estilos infinitos. Más, muchos más de los que Madden incluyó. “No quiero que la gente tome el libro como si la totalidad fuesen los 99 ejemplos. Podría haber otros 99 más, pero me pareció un buen número para acabar porque muestra toda la potencialidad que hay. Si hubiera dibujado cien habría dado la impresión de punto final mientras que 99 da la impresión de que falta algo”, explica en un café madrileño.
99 ejercicios de estilo, editado en 2007 por Sins Entido y ahora reimpreso (la clásica obra de vida pausada y larga: ahora saldrá en Brasil tras ser traducida al portugués), es un homenaje a Raymond Queneau, autor de un manual obligatorio en los talleres de escritura creativa, Ejercicios de estilo, donde narra dos encuentros insustanciales desde 99 encuadres.
Se podría deducir que una obra creada a partir de la extenuante repetición de la misma historia debe ser fruto de una mente acariciada por la neurosis. Pero Madden, por más que le interese lo experimental (tiene un cómic de 32 páginas en palíndromos, se puede leer indistintamente en ambos sentidos) antes que las narraciones lineales, desprende esa calma propia de quienes parecen tenerlo todo bajo control incluido su propio caos. Después de 99 versiones de la misma historia, seguía cuerdo.
—Cuando terminé odiaba mi dibujo. Me preguntaba por qué había decidido poner una escalera de caracol o un encuadre determinado. Pero nunca me cansé del proyecto ni del desafío.
Para salir airoso Madden usó un truco: “A toda costa intenté evitar el vértigo de la página en blanco, trabajaba varias a la vez, alguna se me resistió y la dejé como la de las instrucciones de avión”.
¿Tienen curiosidad por los enfoques? Pues hay puntos de vista clásicos (monólogo, subjetivo, flashback…), peliculeros (Solo ante el peligro, policiaco, superhéroes…), juguetones (minimalista, maximalista, el crítico, pareja feliz, pareja infeliz, sin nevera, sin Matt…) e impensables (digital, mapa o gráfico).
Del enfoque Actor's studio incluso da dos variaciones. La segunda es un prodigio del subrayado expresivo. “El lenguaje del cómic tiene una gran sutileza que muchos autores no utilizan y recurren a la sobreactuación, y al expresionismo desbordado”.
El dibujante rehúye el trazo exagerado tan apreciado por muchos colegas —incluidos varios consagrados—, que a veces es una herencia infantil, un cordón umbilical que conecta al ilustrador con el niño que devoró superhéroes y dibujos de Disney. Madden no hizo ni lo uno ni lo otro. Llegó al cómic, al cine y a la literatura, todo de un trago, a partir de los 18 años. Él mismo reconoce que es una de las causas que explican su inclinación hacia lo experimental. “Me fascina el proceso de luchar con una serie de reglas. Por eso me gustan las construcciones livianas. Tengo apuntes para algunas historias más clásicas, y si tuviera más tiempo haría más cosas, pero ya hay mucha gente que hace eso y lo hace bien. Sin embargo, no hay tanta gente jugando con las historias”, compara.
Desde el verano pasado, Matt Madden y Jessica Abel, su pareja y premiada dibujante, que coordinan anualmente la antología The best American comics —seleccionados por un autor al que ellos invitan: la de 2012 correspondió a Françoise Mouly, responsable de arte de The New Yorker y pareja de Art Spiegelman— han abandonado Estados Unidos para instalarse con sus dos hijos en Angulema, esa meca a la que acaban peregrinando numerosos autores de cómic desde diferentes rincones del mundo. El género está en alza — “aún se le considera algo menos que la literatura, pero ha logrado un punto de aceptación en la cultura general”, reflexiona el historietista—, aunque sin echar las campanas al vuelo. Ni hay que mitificar la industria en Francia ni agrandar la de EE UU.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.