Nigel Glendinning, polifácetico hispanista
El filólogo e historiador era una de las máximas autoridades en Goya
Escribió Saavedra Fajardo: “Tenemos por virtud los vicios, queriendo que la ambición sea grandeza de ánimo, la crueldad justicia, la prodigalidad liberalidad, la temeridad valor, sin que la prudencia llegue a discernir lo honrado de lo malo y lo útil de lo dañoso”. Son palabras de actualidad que Nigel Glendinning, fallecido repentinamente a los 83 años en su casa de Londres el pasado 23 de febrero, ha citado en sus estudios sobre literatura española. Conocí a Glendinning, antes de tratarle en persona, en la lectura de su Historia de la literatura española. El siglo XVIII, publicada en castellano en 1973 en una colección dirigida por Francisco Rico. Era un libro sorprendente en su brevedad: hablaba de autores y obras, de los precios de los libros, de las materias publicadas y los libros científicos editados, de los suscriptores de colecciones. Tanta minuciosidad y rigor no eran costumbre entre nosotros, era el libro de un historiador y de un lector.
Después nos conocimos en Cádiz. Descubrí a un inglés alto, elegante, contenido, con fino sentido del humor y amplios conocimientos. Su interés por la literatura española dieciochesca se había iniciado trabajando sobre Cadalso, su tesis doctoral, texto publicado en España gracias al apoyo de Dámaso Alonso en 1962. Ya nunca olvidó el siglo ilustrado, pero siempre lo abordó con un ojo puesto en el presente.
Como tantos otros hispanistas, Glendinning ha reconstruido una tradición que se aparta de los tópicos al uso y pone en cuestión el monolitismo de la España nacional católica. Una tradición crítica que parte de los moralistas y satíricos del Siglo de Oro, se enfrenta al pensamiento reaccionario en el siglo XVIII y se prolonga en el liberalismo modernizador del ochocientos y en los años republicanos del siglo XX. Cadalso, Moratín, Jovellanos, Torres Villarroel, Meléndez Valdés, Cienfuegos, son algunos de los nombres que jalonan esa “tradición heterodoxa”.
Nació Nigel Glendinning en East Sheen, condado de Surrey, en 1929, en el seno de una familia que gustaba del arte. Aprendió a tocar el violín, cantaba en el coro de la catedral londinense de San Pablo. Cantaba luego, mientras estudiaba la licenciatura de francés y español, componía versos y canciones, algunas de las cuales se interpretaron en el Club de Compositores de la Universidad de Cambridge: una de sus canciones se incluyó en un programa de la BBC sobre la vida musical de la universidad.
Impartió en Cambridge sus primeras clases como catedrático de Español. Ocupó las cátedras de español en las universidades de Southampton (1962-70), Dublín (1970-74) y en el Queen Mary and Westfield College, Universidad de Londres, desde 1974 hasta ahora, a partir de 1991 como catedrático emérito. Recibió premios y distinciones entre nosotros, aunque menos de las que se merecía, somos avaros en todo esto; destacan entre ellos el premio de la Fundación Amigos del Museo del Prado (2005) y el doctorado honoris causa de la Universidad Complutense de Madrid (2006).
Vino a España para trabajar en su doctorado sobre Cadalso y contaba de los archivos españoles en aquellos años con sorna no exenta de cariño: de la carcoma gaditana a la santanderina. Todo esto se ha arreglado con el paso del tiempo y la modernización del país, algo que siempre apreció en sus numerosas visitas. Todavía recuerdo que, tras una conferencia que impartí en Londres, nos llevó a todos a un restaurante español en el que servían boquerones, jamón, aceitunas, queso, vino de Rioja, etcétera. Recuerdo bien su risa contenida y su ironía fina, con la que nunca faltó a nadie pero siempre puso una duda escéptica en todo aquello que se afirmaba con énfasis excesivo. Y recuerdo su mirada cuando lo hacía: pícara y a la vez inteligente.
Cadalso le situó en el siglo XVIII y le condujo directamente a Goya. La muerte se ha llevado a Glendinning sin dejarle escribir el libro que deseaba publicar sobre el pintor aragonés. Era el historiador que más sabía sobre Goya y su tiempo, pero, aparte del clásico Goya y sus críticos (1977, inglés; 1983, castellano), sus textos son artículos por lo general breves —deseé editarlos, pero la muerte ha llegado antes—, testimonio de su interés en articular literatura y pintura, brillantes y rigurosos en la interpretación de los retratos, las pinturas negras, Caprichos y Disparates. Y profundamente preocupado cuando el Prado descatalogó El coloso, un proceder para el cual no creía que se hubieran hecho los estudios suficientes.
Goya formaba parte de la vida moderna, también de su vida. No era solo un pintor. Siéndolo, sus imágenes hablan del juego de lo popular y de lo culto, de la sátira y el elogio, de la oscuridad, la penumbra y la luz, del ridículo y del drama. Glendinning escribió que sus obras despiertan nuestros recuerdos y experiencias, alteran nuestras emociones y perspectivas sobre la vida humana, nuestros valores. Con Goya sentimos el poder del ridículo, sufrimos y nos reímos.
Valeriano Bozal fue catedrático de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid.
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