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Alexéi Guerman, cine ruso virado al sepia

El cineasta fue censurado y luego convertido en héroe cultural

El cineasta ruso Alexéi Guerman, en 2011.
El cineasta ruso Alexéi Guerman, en 2011. DIMITRI LOVETSKY (AP)

El director de cine ruso Alexéi Guerman murió ayer a los 74 años de edad en San Petersburgo, dejando sin finalizar la última película en la que trabajaba.

Cineasta de culto, sus películas fueron censuradas en la época soviética y durante largos años permanecieron sin que pudieran ser exhibidas. Así, Control en los caminos, la terminó de rodar en 1971, pero, criticada por desheroizar la resistencia popular durante la guerra contra la Alemania nazi, fue prohibida hasta 1985 y finalmente galardonada con el Premio Estatal tres años más tarde, después de haber sido premiada en el Festival de Rotterdam en 1987.

Guerman había nacido el 20 de julio de 1938 en Leningrado, hoy San Petersburgo, en la familia del escritor y guionista Yuri Guerman. Estudió en el Instituto de Teatro, Música y Cinematografía, en el taller del gran Grigori Kózintsev (Don Quijote, Hamlet, El Rey Lear).

Después de graduarse en 1960, trabajó en el Teatro de Smolensk (1961-1964) y en el Gran Teatro Dramático de Leningrado junto con el legendario Gueorgui Tovtonógov.

De allí pasó a los estudios cinematográficos Lenfilm y en 1968 estrenó su primera película, El séptimo compañero, basada en la obra homónima de Borís Lavreniov sobre un general que, después de ser acusado sin ser culpable, prueba su inocencia en los comienzos de la revolución bolchevique. A este largometraje le siguió Control en los caminos, que llegaría al gran público solo 14 años después de rodada. Veinte días sin guerra, estrenada en 1977, lo consagró como un director de culto, condición que fue reafirmada con Mi amigo Ivan Lapshin (1984).

A esta película le siguió un largo periodo en el que Guerman no hizo ningún filme, dedicándose a escribir guiones (fue autor de una docena de ellos) y a actuar.

A finales de los años noventa rodó ¡Mi auto, Jrutaliov!, una producción franco-rusa sobre los últimos días de la época de Stalin cuyo guion había escrito junto con su esposa, Svetlena Karmalita (el hijo de ambos se llama, como el padre, Alexéi Guerman, y es también director de cine). Al momento de su muerte había prácticamente terminado un largometraje basado en la novela de los hermanos Strugatski, ¡Qué difícil es ser dios!

Para el premiado director Alexandr Sokúrov, Guerman “era único” y para muchos críticos con él ha muerto una época, ya que era el último heredero de la cultura elitista soviética. Rodaba principalmente en blanco y negro, o en colores apagados, que daban la impresión de que la película era vieja; vivía obsesionado por los detalles y le gustaba filmar a actores que no eran conocidos del gran público; los protagonistas de sus películas eran, contrariamente a lo que dictaba la estética comunista, personajes que no podía definirse como héroes o antihéroes.

Además de director, guionista y actor (protagonizó ocho papeles cinematográficos), Guerman creó en 1990 los Estudios PiEF, que encabezó.

“La última vez que lo vi consciente dictaba una carta en apoyo de los estudios Lenfilm, donde trabajó toda su vida y que se han salvado en gran parte al precio de su salud. Para mí, mi padre siempre será un ejemplo de dignidad, generosidad y honradez. Nunca quiso ni coches de lujo ni trajes caros. Consideraba que en nuestro país el intelectual no debe convertirse en un ladrón y un rico. Creía en cosas distintas a las que hoy son principales”, dijo su hijo.

En España, el cineasta ruso fue homenajeado en repetidas ocasiones y se dedicaron diversos ciclos a su filmografía.

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