Cine latinoamericano del XXI en los Goya
En la 27ª edición de los premios sorprende la irrupción de una película paraguaya El cine mexicano es el que más presencia tiene en el mercado de EE UU
Aunque en España se le considere una de las llamadas categorías menores de los Goya, el premio a la Mejor Película Iberoamericana tiene especial relevancia en los ámbitos culturales de los países del sur. Este año aparecen nominadas cuatro producciones recientes. Tres de ellas procedentes de sólidas cinematografías de larga tradición –Argentina, México y Cuba– pero sorprende la inclusión de 7 cajas, un filme paraguayo de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, que viene a traer noticias del aún incipiente cine de Paraguay que, no obstante, parece en pleno ascenso. Armado como un thriller, el filme supone un paseo por el complejo submundo del Mercado 4, uno de los más grandes de Asunción, y cuenta la peripecia de un joven carretillero al que le encargan entregar siete cajas enigmáticas. La película, que ganó el Premio Cine en Construcción en el pasado Festival de San Sebastián, consiguió atraer 16.000 espectadores en un mes en cartelera en su país, todo un récord, que se suma al reciente de Libertad, una superproducción histórica, de Gustavo Delgado, ambientada en la gesta de independencia del país en 1811. La juventud del cine paraguayo tiene que ver con la larga dictadura de Alfredo Stroessner, desde 1959 hasta 1984, que no fue nada sensible al cine. Todavía sin recursos ni infraestructura, muy lentamente se ha ido produciendo un crecimiento del sector, gracias a algunas películas locales y localistas que han conseguido buena cuota de público, destacando entre ellas El toque de oboe (Claudio McDowell, 1998) o María Escobar (Galia Giménez, 2002).
Ahora, de manera muy pausada este cine comienza a buscar reconocimiento internacional. No le va mal. El drama de carretera Las Acacias (Hebe Duarte, 2011) consiguió hacerse con la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, la Mejor Película en el de Biarritz y la Mejor Película Latinoamericana en San Sebastián, mientras que han llamado la atención en el mundo cintas como Hamaca paraguaya (Paz Encina, 2006), que obtuvo el Premio Fipresci, en Cannes, o Cuchillo de palo (Renate Coste, 2010), un impactante documental sobre el delicado tema de la homosexualidad en el país.
Habana zombi
Otra cosa es el cine cubano, que sigue la ruta de apertura de la isla, y se ha hecho con una nominación al Goya con una película, por lo menos insólita, que sabe mezclar con gracia caribeña los tics de las películas mainstream norteamericanas de zombis con una crítica feroz al ineficaz sistema nacional, gracias a la historia de un pícaro que ve en la sorpresiva invasión de muertos vivientes de La Habana, la oportunidad única de montar un lucrativo negocio. Es un filme que se sale del esquema de producciones marcadamente políticas que ha estigmatizado al cine cubano pero es también la muestra de que las películas de la isla empiezan a buscar otros derroteros temáticos muy alejados de los títulos propagandísticos del pasado. Juan de los muertos no renuncia al cine de denuncia social pero se ubica desde otro ángulo, más divertido y menos cejijunto, como le ocurre también a la reciente Habanastation, de Ian Padrón, que ha conseguido un inusual éxito de público en la isla con la conmovedora historia de dos niños de muy diferente estrato social.
Del drama al western gaucho
La vía de la coproducción con España, en películas más universales que locales, ha sido una buena puerta de entrada a Europa para el cine argentino, que cuenta además con un star-system propio, con actores que han empezado a hacerse caras familiares también en el cine español (Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Norma Aleandro, Héctor Alterio). No extraña entonces que Infancia clandestina, una historia sobre los montoneros, los que propiciaron la lucha soterrada contra la dictadura militar a finales de los setenta, haya entrado en el cuadro de nominados a los Goya. Dirigido por Benjamín Ávila y protagonizado por Ernesto Alterio, este filme ve desde los ojos de un niño este ambiente político enrarecido.
El cine argentino, que ha seguido la estela general del cine latinoamericano de denuncia político-social, ha sabido alejarse de la película localista, reivindicativa y contestataria con historias más accesibles para otras latitudes. Sigue cultivando un cine de arte muy críptico pero elevado (Lucrecia Martel es fiel ejemplo), pero también ha aprendido a colocarse en las taquillas masivas en posiciones envidiables. Dos más dos (Diego Kaplan), una comedia amable de intercambio de parejas, se mantuvo en los primeros puestos durante siete semanas y consiguió atraer cerca de un millón de espectadores, al tiempo que filmes como Aballay (Fernando Spiner, 2011) intentan, como los zombis cubanos, aprovecharse del tirón del cine americano, ésta vez con un subgénero local, el western-gauchesco. Elefante blanco, del célebre director Pablo Trapero, historia de dos curas en un barrio periférico o la comedia El último Elvis, de Armando Bo –nieto-, que cuenta la historia de un hombre que ha preferido ser Elvis Presley para ignorarse a sí mismo, dan buena cuenta de la diversidad de un cine cada vez más bifurcado y eficaz.
El momento azteca
México, por su parte, continúa teniendo una producción cinematográfica muy masificada y vive un momento feliz, especialmente cuando ha empezado a dejar sentir su influjo en Hollywood, gracias a creadores tan disímiles como Alejandro González Inñarritu, Guillermo del Toro o la actriz Salma Hayek, todos perfectamente asimilados por la industria americana. Después de Lucía, un duro filme sobre el candente tema del acoso escolar, firmado por Michel Franco, era la apuesta mexicana para el Oscar, donde se ha colado una única película del continente, la chilena No, de Pablo Larrain, con Gael García Bernal. Al no ser seleccionada, la mexicana ha conseguido su consuelo en esta nominación al Goya. Pero hay una auténtica diversidad en el cine mexicano del momento, que va desde la irónica Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011), una hábil mezcla de concursos de belleza y narcotráfico, pasando por Colosio, el asesinato (Carlos Bolado) que, en clave de policial político, intenta desentrañar el atentado contra el candidato a la presidencia por el PRI, en 1994, hasta la extravagancia esperpéntica de El fantástico mundo de Juan Oriol, de Sebastián del Amo, al que se le conoce como el surrealista involuntario. También hay lugar en esta cinematografía para el cine minoritario y las experimentaciones que causan delirios o repudios en los grandes festivales. Carlos Reygadas, cineasta difícil, quizá sea emblemático. Por su nueva película, Post Tenebras Lux, consiguió hacerse con el premio al Mejor Director en Cannes el año pasado, pese a los sonoros abucheos de la crítica internacional durante el pase de prensa.
Babelia
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