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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esclavos

Spielberg y Tarantino giran sus cámaras a la esclavitud del XIX. Nadie volvió nunca al puerto de Benín. Ya no hay esclavos, pero sí parias. Y humillados

Ricardo de Querol
Jammie Foxx y Kerry Washington en 'Django desencadenado', de Quentin Tarantino
Jammie Foxx y Kerry Washington en 'Django desencadenado', de Quentin Tarantino

Si miran el palmarés de los Globos de Oro, o la lista de candidatos a los Oscar, verán que no se lleva mucho la fantasía. Al cine le toca visitar la historia, los grandes conflictos. Spielberg y Tarantino coinciden en girar sus cámaras hacia la esclavitud en la Norteamérica del XIX. Lo hacen con Lincoln, el presidente que ganó una guerra para tener un país de hombres libres, y con Django desencadenado, sobre la venganza de un esclavo contra su amo en el profundo sur. Kerry Washington, que hace un papel terrible de mujer vejada, comenta: "Se ha mostrado la vida de los esclavos con romanticismo, como diciendo que no los trataban tan mal. No era así". Claro que no, y tras ganar la libertad tardaron otro siglo en poder montar en los mismos autobuses que los blancos.

Ya no hay esclavos, sino sin papeles, y se les explota por pocos euros, pero sin derecho a azotarlos ni a matarlos. En el documental La puerta de no retorno (en Canal +), el director Santiago Zannou lleva a su padre Alphonse a su Benín de origen, que no había pisado en 40 años. Allí busca la paz con sus antepasados y acaba reflexionando con su hermana en el puerto del que partían los barcos negreros y adonde nadie volvió jamás. "Se los llevaron a cambio de vajillas y tabaco. Los vendieron y el precio no era muy alto. Desde esta puerta salían los esclavos para no volver. Hoy día ser negro sigue siendo muy dificil".

Ya no hay esclavitud, pero sí esclavizados en talleres clandestinos, en burdeles de carretera o entre los plásticos de los invernaderos. Con la novedad de que el empobrecimiento de los nativos va igualándonos por abajo. No hay esclavitud pero los parias siguen teniendo que pelear duro. Entre la aparente resignación cunde el ejemplo de la plaza Tahrir, desde la ira de las mujeres indias por las violaciones impunes a los indignados griegos o las mareas de todos los colores aquí. Vecinos de pueblos pequeños se han levantado porque les quieren quitar las urgencias, que es como decirles que sus vidas valen menos. Irritan los indultos caprichosos, los áticos sospechosos en tiempos de desahucios, la pasta en Suiza, el "que se jodan". Al chamuscado ciudadano solo le faltaba saber que sus líderes se repartieron sobres malolientes durante décadas para sentirse humillado.

Ya no hay esclavitud. Ahora todos como aquellos negros. Menos los amos del cotarro.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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