Incesto entre horror y error
La obra humana puede pasar de lo bello a lo siniestro, de lo encantador a lo grotesco en un instante
El error y el horror se parecen no solo en su ortografía y ortofonía sino en que numerosas veces se funden en el mismo emoticón. El horror económico(Fayard 1996) fue un libro de Viviane Forrester que aunaba en muchos aspectos los dos términos de la crisis que llegó después. Traducido a unos 30 idiomas, este ensayo anunciaba con más de una década de antelación la miseria que se extendería de una parte a otra del mundo a causa de la miseria de la filosofía desarrollista sin factor humano. El abrumador error que el libro describía causó incluso en su autora una errática (o errónea) alteración del habla, según contaba la periodista y entrevistadora francesa Anne Marie Mergier.
Y ha sido, en definitiva, horrorosa la creciente agravación de la Crisis Económica porque anida un venenoso error. Ninguna de las políticas aplicadas han mejorado la situación. Más bien se ha alcanzado un punto crítico en que el enviscamiento en la austeridad ha engordado el yerro.
En la arquitectura, en la literatura o en la música, una errata en el papel o una nota desafinada nos llevan de inmediato las manos a la cabeza. Tal como si se tratara de detener una locura y un incesto sobrevenidos como efecto de haberse sumado error y horror en una pieza.
En verdad, la obra humana puede pasar de lo bello a lo siniestro y de lo encantador a lo grotesco en un instante fatal. Los errores en la construcción de un edificio provocan la tragedia horrenda. El mínimo error genético presagia la monstruosidad.
Puede que ocurra lo mismo en la creación de una pintura, pero nunca es de consecuencia tan explosiva. En la pintura, lo erróneo lleva a la torpeza y no, con tanta seguridad, al horror. En la pintura lo contrahecho acaba en el fallo de la obra y allí termina su daño.
La razón de que sea frecuentemente así proviene de que tanto la composición, en la música en la escritura o en la arquitectura tiende a un punto de culminación. Una cima sintetizadora que raramente se halla en el juego del cuadro cuya estampa se defiende por los cuatro costados.
El pilar, la nota musical o la palabra son un disparo que lleva a vivir o morir en el intento. A su lado, la pincelada traza sucesivamente un mapa y su itinerario, siendo errado en un cruce, no desmiente la cartografía integral. Un cuadro puede provocar un vuelco del corazón pero raramente su infarto definitivo.
Efectivamente la peor pintura provoca malestar pero el horror es otra cosa. El malestar dura mientras el horror carece de duración. Nadie puede sentirse tan estafado como ante una obra del pintor de más éxito y más pega. Pero estafado y horror son sentimientos diferentes. La estafa denigra pero el horror tiende a dar muerte.
La estética de la Navidad es ejemplo de esta tesis. Si son tristes las Navidades en manos de la Iglesia —y pese a su intención— es porque en su esencia exaltan un divino natalicio dirigido unívocamente a la agonía de la crucifixión. El error junta el gozo con el duelo y el bautismo con el funeral.
Este error de bulto es, por antonomasia, la Religión. En su interior el error es igual al pecado y el pecado es igual a lo infernal. Unos aman las Navidades y otros no pero, al cabo, masoquistas o inhibicionistas, resoplan aliviados cuando quedan atrás estas fiestas. ¿El próximo año nuevo? 2013, cuya suma de sus cifras es 6, alude al 666, nombre de la Bestia. De nuevo el inevitable horror del número 13 lleva casi inexorablemente a la continuación del error.
Babelia
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