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crítica: 'el molino y la cruz'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El espacio de la pintura

El polaco Lech Majewski se adentra en lla idea de otorgar vida al cuadro con una película que gira alrededor de 'El camino al calvario', de Pieter Brueghel, el Viejo

Javier Ocaña

Desde que el cine quedó configurado por la mayoría de los especialistas como el mejor compendio de todas las artes, no pocos directores han intentado otorgar a una de esas disciplinas, la pintura, aquello que por definición, por naturaleza, le resulta imposible: movimiento. Ya sea con momentos esporádicos en los que, a la manera de los tableaux vivants, además de utilizar una luz y unos colores semejantes, se calca la figura de un cuadro en la pantalla (La joven de la perla, Alatriste…), ya sea dando vida a las figuras (humanas o no) de obras determinadas, componiendo así una historia alrededor del cuadro (Los sueños, de Akira Kurosawa, Goya en Burdeos, La ronda de noche…), ya sea como semilla de luz y composición a la hora de configurar películas que en principio poco tienen que ver con la pintura (David Lynch y Edward Hopper, El último tango en París y Francis Bacon), el cine ha querido, digamos, completar a la pintura, algo que con reiteración se ha tomado por los puristas como una simple traición: se destruye el espacio pictórico y su esencia.

'El molino y la cruz'

Dirección: Lech Majewski.

Intérpretes: Rutger Hauer, Charlotte Rampling, Michael York.

Género: drama. Polonia, 2011.

Duración: 92 minutos.

Con la ayuda de las más modernas técnicas digitales, del croma y de las tres dimensiones, el polaco Lech Majewski se adentra en la segunda de esas posibilidades, la de otorgar vida al cuadro, con la película El molino y la cruz, historia alrededor de El camino al calvario, de Pieter Brueghel, el Viejo, joya de la pintura flamenca. Un acercamiento en el que quizá habría que diferenciar tres aspectos: el técnico, el narrativo y el meramente didáctico; en el primero y en el tercero el trabajo de Majewski se puede considerar un éxito, en el segundo, un pequeño fracaso.

Las sensaciones creadas por el director con su análisis de las diferentes perspectivas del cuadro creado por Brueghel, y la perfección de colores, tonalidades y atmósferas, son en verdad asombrosas. Sin embargo, el relato sobre los personajes de El camino al calvario no acaba de adquirir vida, o, al menos, una vida que emocione; al principio se ve con ilusión y después, tras la parsimonia, con algo de tedio. Sin apenas diálogos y con apenas unos cuantos parlamentos en off, el asombro ante la técnica es deslumbrante, pero efímero, lo que lleva a El molino y la cruz hasta el territorio de la didáctica, donde la difusión cultural del trabajo de Majewski sí que merece el mayor de los aplausos.

Sin embargo, como ya decía en su ensayo cinematográfico Cita de ensueños Benjamín Jarnés, otro grande olvidado, respecto de La kermesse heroica (1935), de Jacques Feyder, una de las primeras tentativas de “poner a bailar a las criaturas del lienzo”, la idea del cine pictórico debería ser dar libertad a los personajes pictóricos, “durante tanto tiempo adormecidos, al libre y armonioso juego de sus vehemencias pasionales, entumecidas en el museo”. Majewski lo ha intentado, pero al sacar a los personajes del cuadro los ha encerrado en la pantalla.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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