El ‘rap’ de los olvidados
Los pueblos amerindios han visto en el 'hip hop' una oportunidad para contarle al mundo el maltrato que padecen
En 2011, durante el acto de investidura de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, no solo el hip hop, sino el mundo entero, tuvo que frotarse los ojos para dar crédito de lo que estaba viendo. Cuatro chicos de la etnia Guaraní-Kaiowá saludaban en Brasilia la asunción de la flamante Primera Mandataria con micrófono en mano. No obstante, antes que interpretar canciones milenarias sobre lluvia, dioses o mitologías, Bro MC’s se apeó del rap para, de la misma forma que lo hicieron pioneros del género del tamaño de Public Enemy, Dead Prez o N.W.A. en los guetos afroamericanos, enfrentar la discriminación racial y la violencia policíaca. Los componentes del combinado no encontraron mejor manera de descargar su impotencia frente a la miseria y el olvido que padece en la actualidad la segunda comunidad indígena más numerosa del país (ubicada en el estado Mato Grosso del Sur), así como de revelar la amenaza de desalojo de sus tierras por parte de la justicia federal, lo que ha provocado el suicido de esa población aborigen al no vislumbrar ningún tipo de perspectivas con respecto al futuro.
Conformado por dos pares de hermanos, el grupo, que surgió hace cuatro años en medio del rodaje de la película BirdWatchers, lanzó en 2009, de forma autogestionada, su primera maqueta, titulada igual que el conjunto. “Directamente de la reserva Jaguapiru - Dourados para Brasil y el mundo”, expele la presentación de este material, que tiene en el sencillo Eju Orendive, cuyo video sobrepasó las 15 mil visitas en YouTube, su carta de presentación. “Che rohenói, eju orendive, aldeia unida, mostra a cara” (Yo te llamo, ven con nosotros, aldea unida, muestra la cara)”, cantan sus integrantes en una mezcla de guaraní y portugués. Si bien no es ninguna novedad que la escena hiphopera del Gigante Sudamericano es la más importante de América después de la de Estados Unidos, el único estrato que no había conquistado, y quizá nunca pretendió hacerlo, fue el de los pueblos originarios, pues hasta en las comunidades carcelarias consiguió penetrar. Lo que convirtió a Bro MC’s en el pionero brasileño del rap amerindio. Aunque no es el único en el continente.
Al igual que el cuarteto surmatogrosense, el boliviano Abraham Bojorquez encontró en el rap una herramienta de defensa, una forma de redimir su estirpe aymara y un amplificador de su realidad. Otro rasgo que mancomuna al exponente de la nación altiplánica con los Bro MC’s es la influencia de la escuela brasileña del hip hop en su métrica. El artista originario de la ciudad de El Alto, al emigrar a Sao Paulo a comienzos de los noventa, a los 11 años de edad, para trabajar en un taller textilero clandestino, en sus ratos libres aprendió a rimar en portugués y portuñol, influido por grupos de iniciación carcelaria como Detenidos del rap (formado en el tristemente célebre Carandirú) y Pabellón 9 (proyecto cuyo nombre tomó del mismo centro penitenciario). Al regresar en 2003 a la ciudad en la que se estableció tras nacer en La Paz, en 1983, el MC, quien meses más tarde participó en la revuelta popular que derivó en la renuncia del hoy ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, formó el laboratorio sonoro unipersonal Ukamau y ké (Así es y qué).
Después de la llamada “Guerra del gas”, el rap altiplánico, amén del latinoamericano, no fue el mismo. Una vez que perdió a varios amigos en el conflicto que llevó a la ciudad ubicada a más de cuatro mil de metros sobre el nivel del mar a adoptar a manera de consigna combativa “El Alto de pie, nunca de rodillas”, Bojorquez cambió gorra, camisetas de básquet y los vaqueros anchos característicos del hip hop por pantalones de tela oscura, camisas sencillas y el sombrero borsalino (típico de la población indígena de su país). Además, incluyó en las bases musicales de sus canciones ritmos e instrumentos autóctonos como quenas, zampoñas, bandas y expresiones sonoras afrobolivianas. Artífice de una propuesta que ahonda en el fausto de su raza y contra el capitalismo, el creador de Ukamau y ké trabajó en la estación de radio Wayna Tambo, donde conducía el programa Rincón callejero, un espacio dedicado a la doble hache en La Paz y El Alto, y realizaba talleres dedicados al género, hasta su fallecimiento, en mayo de 2009, atropellado por un autobús local.
Aparte del líder de Ukamau y ké, quien no fortuitamente tuvo en la estrella estadounidense del hip hop Tupac Shakur (fallecido en 1996, y cuyo nombre está inspirado en Túpac Amaru II, el caudillo indígena líder de la mayor rebelión anticolonial que se dio en América en el siglo XVIII) a su héroe, y que en 2006 puso a la venta su disco debut, Para la raza, la movida rapera de El Alto registró en la agrupación Wayna Rap a otro de los mayores exponentes de la escena de hip hop amerindio más importante y mejor establecida del continente. Así como el combinado de Abraham Bojorquez, el conjunto está conformado por raperos que se nuclearon en torno a la Casa Juvenil de las Culturas Wayna Tambo. “Antes era mal visto hablar en aimara en el colegio, con los amigos. Te decían indio, puto campesino. Nos juzgaban mucho. Pero hoy representamos a esos jóvenes migrantes que no ocultan su procedencia étnica”, explica Rolando Cazas, integrante de la agrupación. “Hicimos hip hop en aimara para rebelarnos contra eso, y para redimir nuestra tradición. Soy de piel morena, de barrio. Nos orgullecemos de nuestras raíces.
Junto a Insane Race, Clandestine Rac y Fado, el rap aimara, movida sustentada en el idioma del actual presidente de Bolivia, Evo Morales, uno de los oficiales del país, al lado del quechua, es una de las escenas más importantes del hip hop amerindio latinoamericano. Y está llena de compinches. En México, Sociedad Café y Movimiento Acaxao son dos de los nombres representativos de esta avanzada. Los primeros mezclan el náhuatl con el español y el espanglish, al tiempo que sus b boys bailan en camisas y pantalones de manta. Mientras que los otros agitan la realidad social de su contexto no sólo a través de la cadencia de la doble hache, sino también sobre la base de la consonancia del reggae. En Ecuador, Alvin y Tommy Cachimuel, junto a sus camaradas, Saúl, el Maño y el Changa, constituyen la banda Los Nin, que aúnan flautas y melodías quechuas con el estilo parido en las calles neoyorquinas. Y desde 2006, en Estados Unidos, se efectúa el Encuentro Internacional de Hip Hop Indígena, convocando a exponentes de Latinoamérica, Asia y África.
Wechekeche ñi Trawün es un colectivo chileno que no sólo se basa en el hip hop, sino que se enfoca en la reivindicación de la cultura mapuche. Pese a que emplea principalmente el español en sus letras, la agrupación combina varios estilos musicales para transmitir un mensaje de estigma combativo. Similar al de sus paisanos de Legua York. “Encaramos temas sobre nuestra idiosincrasia”, explica Lulo, integrante del conjunto. “Modificamos el rap según los intereses que nos apetecen. Los mezclamos con el mapudungun (idioma mapuche) o con la lengua de la calle”. Dentro de esa performance, la agrupación constituida en 1997, y de la misma manera que el MC paraguayo El Enviado, quien lleva adelante una propuesta fundamentada en el guaraní, impulsa el desarrollo de una cadencia autóctona. “Fuimos los primeros en cantar hip hop en mapudungun. De hecho, tenemos un proyecto de producir a bandas de hip hop mapuches”. Se trata de de la reinterpretación de la identidad en estos tiempos de globalización, y los pueblos originarios están listos para seguir adelante con la experiencia. Aquí los estereotipos no sirven.
Babelia
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