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PURO TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Verdades engañosas, mentiras verdaderas

Siguen los estrenos que no hay que perderse: la arrolladora y compleja Pàtria, de Jordi Casanovas, y La verdad, el brillante vodevil dirigido y protagonizado por Flotats

Marcos Ordóñez
'Pàtria', la nueva función de Jordi Casanovas.
'Pàtria', la nueva función de Jordi Casanovas.David Ruano

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Tema del traidor y el héroe

No hace falta comulgar con el independentismo para apreciar la brillantez textual y de puesta en escena de Pàtria, la nueva función de Jordi Casanovas, que ha desbordado el Lliure de Gràcia y va más allá de la mera proclama “de urgencia”, al estilo del teatro de la República, para abordar asuntos más complejos e inesperados, como el rastreo de la siempre esquiva frontera entre verdad y mentira, centrada en la doble crónica de la construcción de un líder y de un relato mítico y fundacional. En la más pura estela de Will McAvoy (The Newsroom), Miquel Raventós, un apacible presentador de la televisión catalana, estalla en un debate electoral, pone a caldo a los políticos participantes (el PP no está presente, cosa curiosa) y lanza una arenga secesionista incendiada e incendiaria. Seis meses después, a punto de convertirse en el primer presidente de una Cataluña independiente, desaparece sin dejar rastro. Así, a toda mecha, comienza Pàtria, cuyos entreveros argumentales, so pena de destripamiento, tienen difícil resumen. Elementos del puzle: digamos que hay un héroe indeciso, empujado a la acción por una madre muerta y coriolanesca, cuyo mandato póstumo (“Sé el hombre que no pudo ser tu padre”) tiene, según quien lo escuche, varios significados posibles. Hay también una madre suplente (una consultora política americana un tanto improbable), dispuesta a convertirle en líder. Y un padre legendario que atentó contra Franco, desaparecido en combate. Y una esposa que teme y duda, y un hijo obsesivo que pinta una y otra vez un cuadro misterioso, mcguffin de la trama y clave de la leyenda.

A excepción de Francesc Orella, sus compañeros de reparto  se multiplican en una veintena de personajes

La impronta inicial de Sorkin cede paso a la de Lepage, y al Benet i Jornet de Salamandra, y, si mucho me apuran, al Carles Soldevila de Bola de neu. Con la alegría del gran narrador, Casanovas nos hace saltar a la España de posguerra, y al Nueva York de los años sesenta, donde el mismísimo Mark Rothko descubre a un falsificador verdadero, que no es lo mismo que un verdadero falsificador. Historias entrelazadas, escenas simultáneas, flashbacks centelleantes (e incluso oníricos), todo armado con un cierto artificio redimido por una teatralidad desbordante y un ritmo indesmayable: dos horas y media que no lo parecen. Apenas hay utilería: cuatro mesas, algunas sillas. A excepción de Francesc Orella, que encarna a Raventós, sus compañeros de reparto (Àlex Casanovas, Lluïsa Castell, Fermí Reixach, Marcel Borràs, Rosa Vila) se multiplican en una veintena de personajes: todos, comenzando por un Orella descomunal, hacen un trabajo formidable, pero me gustaría destacar el poderoso retorno de Fermí Reixach y el subidón de Marcel Borràs, cada vez mejor actor, que en el rol del hijo construye un perfil aspergeriano de orfebrería.

En el tercio final convergen, como está mandado, todas las tramas, y en un diálogo entre el héroe indeciso y un personaje cuya identidad no revelaremos aquí se confrontan conceptos suculentos: uno postula la patria como una mezcla de territorio y sentimentalidad; el otro, artista, no cree en otra patria que en la del arte mismo. También me gusta mucho la visión que ofrece de la supervivencia en la posguerra, sorprendentemente madura y serena para un autor joven. Y se anuda, al fin, la inquietante noción de mentira al servicio de una verdad “superior”, muy en la línea del borgiano Tema del traidor y del héroe. El colofón de Pàtria no complacerá a ninguno de los dos bandos en conflicto: en esa brechtiana ambigüedad radica su valentía y su fuerza dialéctica. O, mejor dicho, dramática.

Flotats está  felizmente muy lejos del desmesurado cabotinage de Pierre Arditi

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También la verdad se inventa

Hablando de verdades y mentiras, viene al pelo comentar a continuación La verdad, el vodevil del francés Florian Zeller que Josep Maria Flotats dirige y protagoniza en el Alcázar/Cofidis, en impecable versión de Mauro Armiño y del propio actor. Vodevil de boulevard, muy fino, muy sutil: hará treinta años hubiera ido de cabeza al Beatriz. O al Marquina, con Closas. El Alcázar es un poco grande, pero lo llenará. Miguel, su protagonista, es un apóstol de la mentira, un mentiroso casi profesional al que todos mienten y que descubre que es el último en enterarse. Flotats, felizmente muy lejos del desmesurado cabotinage de Pierre Arditi, que estrenó La verité el año pasado, en el Montparnasse parisino, ofrece un trabajo sobrio, contenido, matizadísimo, de gran eficacia cómica: basta observar cómo aborda la celebrada escena de los móviles, casi un homenaje a La tía de Carlos, que en otras manos habría caído en la más absoluta y disparatada inverosimilitud. Están igualmente estupendos María Adánez en el rol de Alicia, la amante, y Aitor Mazo como Pablo, el amigo de toda la vida. No me acabó de convencer Kira Miró: demasiado joven para encarnar a la mujer de Miguel, y con un tono excesivamente monocorde. El texto de Zeller tiene la férrea estructura de un Feydeau y también bienvenidos ecos de Guitry (las réplicas fulgurantes), del Pirandello más irónico, del Pinter de Traición. Y su última escena, tan sutil como melancólica, con su doble juego de falsas verdades y mentiras aceptadas, es un fragmento antológico y una muestra evidente de que Zeller puede acabar siendo un maestro en el dificilísimo arte de dar liebre por gato, como pedía Mihura.

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Más recomendaciones

Acabó en La Abadía Noche de reyes, la suprema comedia shakespeariana, dirigida por Eduardo Vasco en una de sus más imaginativas y elegantes puestas, pero sigue gira: este mes pueden pillarla en Valencia, Almería o Pamplona, y el siguiente vuelve a Madrid. En el espectáculo relumbran Daniel Albaladejo como Orsino, la andrógina y delicada Beatriz Argüello como Viola, Arturo Querejeta (el mejor Feste que he visto), Héctor Carballo (un Malvolio divertidísimo y patético, como está mandado) y José Ramón Iglesias, que compone un Don Andrés Carapálida tronchante, a caballo entre El Brujo y Pep Molina. A destacar, igualmente, los figurines de Lorenzo Caprile, la escenografía de Carolina González y las canciones de Ángel Galán y el propio Eduardo Vasco, todo ello de una finura y una gracia superlativas, con un delicioso perfume de farsa italiana. Tampoco se pierdan, en el TNC, el rotundo tour de force de La bête, de David Hirson, la rotunda despedida de Belbel, con un mano a mano impresionante entre Jordi Bosch y Jordi Boixaderas, óptimamente secundados por Abel Folk, Carles Martínez y toda la compañía. Y vaya desde aquí una reverencia para Joan Sellent, cuya traducción catalana, manteniendo el verso original, podía haberla firmado el mismísimo Sagarra. En breve me explayo. 

Pàtria. Texto y dirección de Jordi Casanovas. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 11 de noviembre. www.teatrelliure.com/

La verdad, de Florian Zeller. Versión y dirección de Josep Maria Flotats. Teatro Alcázar/Cofidis. Madrid. Hasta el 23 de diciembre. www.teatrocofidis.com/

blogs.elpais.com/bulevares-perifericos/

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