Homicida convicto, actor de éxito
Aniello Arena cumple condena y protagoniza el último filme de Matteo Garrone
Hace 20 años, en un barrio bravo de Nápoles, Aniello Arena interpretó a la perfección el papel que, todavía hoy, la Camorra tiene asignado a los jóvenes de su edad: matar o morir, esa es la cuestión. Ahora tiene 44 años, dos décadas de cárcel a sus espaldas y una condena perpetua por aquella refriega a tiros en la que los muertos fueron los otros, dos sicarios de una banda rival y una señora de 80 años víctima de un infarto. Por lo demás, de aquel muchacho de armas tomar queda poco, si acaso ese carácter napolitano que lo lleva a meterse con pasión en los personajes que interpreta. Porque, a todo esto, Aniello Arena es actor, un buen actor. Desde hace 10 años forma parte de La Fortezza —la compañía de teatro de la cárcel italiana de Volterra— y ahora luce en las carteleras como el protagonista de Reality, la última película del director Matteo Garrone, que este viernes se estrena en España. Esta es la vida, la doble vida, de Aniello Arena: “Que el teatro sea mi cadena perpetua”.
Los muros de la prisión de Volterra tienen una fiabilidad de 500 años. De los 150 reclusos, 50 están en régimen de aislamiento absoluto. Del resto, la mitad forma parte de la compañía de teatro que, desde hace 25 años, dirige Armando Punzo en esta ciudad de la Toscana. El éxito de la experiencia, que ya se ha ensayado en un centenar de cárceles italianas, hizo que Matteo Garrone, el director de la película Gomorra —la adaptación del libro homónimo de Roberto Saviano—, se acercara a los ensayos. “Ya desde el principio se quedó impactado”, recuerda Armando Punzo, “con la capacidad expresiva de Aniello, pero no pudo tirar de él porque aún no tenía permiso para salir de prisión”.
La oportunidad, sin embargo, llegó con Reality, una película muy distinta, concebida por Garrone para marcar distancias con su trabajo anterior. Si Gomorra recrea de forma dramática el poder absoluto de la mafia napolitana, Reality recurre a la comedia para meterse en la cabeza de Luciano, un pescadero de Nápoles que vive obsesionado con participar en Gran Hermano. El cruce invisible de caminos se produce cuando Matteo Garrone coge el teléfono y marca el número de la prisión de Volterra. “Me llamó”, recuerda Aniello Arena, “para decirme que me había elegido para participar en la película. Yo le dije: ‘me hace muchísima ilusión, ¿qué tendré que hacer?’. La sorpresa fue total cuando me respondió: ‘el protagonista’. ¡El protagonista! Dentro de mí empecé a bailar la tarantela…”.
Ya no me siento un presidiario. Sé que debo entrar y entro, pero me siento libre”
Todo lo demás vino rodado. Las diez semanas de rodaje en Nápoles gracias a un permiso especial y bajo la atenta mirada de los Carabinieri, la magnífica relación con el resto del reparto —“siempre me trataron como a un actor más”—, incluso el Gran Premio del Jurado a la película en el Festival de Cannes al que Aniello Arena no pudo asistir por razones obvias. Ahora, junto al muro centenario de la prisión, repasa con tranquilidad el largo trayecto recorrido: “Entré en la cárcel el 28 de enero de 1993, muy pronto se cumplirán 20 años. Y aquí a Volterra llegué en 1999. Hasta 2002 no me atreví a entrar de lleno en la compañía de teatro. Me daba miedo qué podían pensar de mí los otros presos. Dudé muchas veces, sentí pánico. Menos mal que Armando [que asiste a la entrevista] me cogió de la mano y me puso en medio del escenario. El teatro no es solo lo que se ve ahí arriba, delante del público. Es, sobre todo, una búsqueda de ti mismo. Al leer el texto te enfrentas a él, te abre la mente, te empuja a crecer, te cambia. Ya no soy el que era hace 20 años. Si tuviera que volver ahora a Nápoles me sentiría como un pez fuera del agua. Siguen sucediendo las mismas cosas que entonces. El teatro me ha ido llevando, piano piano, hasta la persona que soy hoy”.
Aniello habla sin afectación. A ratos se apoya en el director de La Fortezza —también napolitano, el mejor cómplice en este largo camino de venturas y desventuras— para explicar bien lo que siente. El respeto de sus compañeros de galería, la satisfacción sin límites de su madre y de su hermana —“también para ellas todo esto ha supuesto una redención”—, la realidad del sur de Italia, que no cambia pese a los años. A veces no hay mejor mirador que la puerta de un penal. “Aquí siempre está el sur del mundo”, explica Armando Punzo. Y añade: “Aquí están encerradas las regiones del sur de Italia y el otro sur, los extracomunitarios. La delincuencia no es solo un problema de orden público. La falta de oportunidades es lo que llena las prisiones. Sigue habiendo barrios enteros de Nápoles dedicados a la delincuencia”.
Apenas quedan unos minutos de luz sobre Volterra. Es la hora crítica. Después de trabajar todo el día en la próxima obra de teatro, Aniello Arena tiene que volver a entrar en la celda. Le pregunto cómo lleva esa doble vida. Tarda unos segundos, pero enseguida responde mirando a los ojos: “No soy yo el que entra en la celda. No el Aniello que está hablando contigo. Es el otro, el que tiene todavía pendiente una condena. Yo ya no me siento un presidiario. Sé que debo entrar y entro, pero ya no es una cuestión de libertad. Yo ya me siento libre”.
—¿Y el futuro?
—El futuro… Es el teatro a vita. Que el teatro sea mi cadena perpetua.
Babelia
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