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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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El azul del logro

Marcos Ordóñez

Hará cuarenta años, mi amigo Raúl Ruiz me dio mi primera lección de arte. Estábamos en su cuarto y en la pared había una reproducción de Picasso, Jarra, vela y cacerola esmaltada. Me señaló el intenso azul de la cacerola. En ese momento yo estaba mirando el cielo purísimo que resplandecía a través de la ventana. “Sí, pero necesito el del cuadro”, dijo, como si me hubiera leído el pensamiento. “Tiene más fuerza porque Picasso atrapó un azul como el de afuera y lo cargó con su deseo y su memoria. Tiene más fuerza porque es el azul del logro”.

Me llamó mucho la atención esa frase. El azul del logro, el azul de la representación, el azul del arte.

Siguió: “¿Qué azul crees que es más poderoso? ¿El que brillaba en el cielo de Collioure o el que evoca Machado cuando toma un papel y escribe, en el más hermoso verso inacabado de la historia, Estos días azules / este sol de la infancia?”.

Necesitamos la precisión del arte, necesitamos un arte que fije y nos fije"

El azul de Collioure, fijado en un trozo de papel y arrugado en el bolsillo de un viejo abrigo, es para siempre un azul machadiano y múltiple, azul de Sevilla y azul de Soria, y azul acechado por las bombas y la derrota, y azul invicto, como el flamear de la bandera imaginaria de un país perdido, del mismo modo que, para mí, el azul de Picasso será siempre azul Raúl, el azul de aquella mañana y de su recuerdo.

Hay un azul Parsons, el azul inmaculado de Joshua Tree, el último que vieron sus ojos y que yo veo cada vez que escucho We’ll sweep out the ashes in the morning; hay un azul Simon, que junta un acorde y un destello líquido y nos hace viajar río abajo, con Dylan y con Huckleberry Finn, cuando canta “Mississippi river / shining like a national guitar".

En un taxi, a las tantas de la madrugada, María Jiménez raspa las costuras de Cerrado por derribo, y su voz es de repente y como nunca hija de Bambino y de Chavela, y está reinventando a Sabina; es, por así decirlo, más Sabina que él, quintaesencia pura, y escucho de nuevo el verso en su voz, y en esas soberbias rimas con redoble tiembla entonces el compás del otro Machado, de don Manuel, el repiqueteo de sus dedos contando sílabas sobre una lejanísima barra de zinc, entre charquitos de jerez y palillos rotos. ¡El mundo fue inventado antiguo!, como dijo, casi a la manera del Beni de Cádiz, Macedonio Fernández.

Ahora, tantos años después, y aunque afuera siga habiendo, por alegrías de la estadística, rutilantes días azules, necesitamos más que nunca azules logrados, quintaesenciados, reverberantes.

Necesitaba yo la otra noche que John Banville escribiera en Antigua luz un párrafo así: “¿Recordáis cómo era abril cuando éramos jóvenes, esa sensación de líquida impetuosidad y el viento extrayendo cucharadas azules del aire, y los pájaros fuera de sí en los árboles que ya habían echado brotes?”. Y lo necesitaba no por nostalgia de años juveniles, sino porque el pasado abril, el todavía cercanísimo abril, el viento extrajo las mismas cucharadas azules del aire, de modo que es muy posible que cuando vuelva a sentir (o a anhelar) la líquida impetuosidad de la primavera y el feliz y a veces excesivo derramamiento del cielo piense: es un azul Banville, que por su vuelo de pájaro heredero es un azul Nabokov y será para siempre, hasta que comience a olvidar, mi azul de abril.

Hay, como no, azules teatrales. Juan Diego Botto interpreta al desaparecido Turquito, al cobarde Turquito, al heroico Turquito en Un trozo invisible de este mundo y a mitad de su monólogo rompo a llorar, a sacudidas, inconteniblemente, y el llanto no solo brota por la fuerza emotiva del relato sino por la precisión de la escritura y la interpretación, por el estilo de su pincelada, y siento luego una felicidad enorme y una enorme gratitud, porque me ha hecho llorar con arte y porque ese llanto me ha ensanchado el pecho.

Necesitamos la precisión del arte, necesitamos un arte que fije y nos fije, necesitamos ese punto y aparte que, colocado en el lugar correcto, como pedía Hemingway, nos desgarre el corazón con la fuerza de unas tenazas.

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