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EL PAÍS SEMANAL

Lluís Llach: “La independencia, para Cataluña, es una cuestión de supervivencia”

La vida ha llevado a Lluís Llach a ser músico de éxito, bodeguero abstemio, pero reconocido, y a una plena vejez buscada y dinámica con novela sobre la Barceloneta incluida

Jesús Ruiz Mantilla
Lluís Llach en la Barceloneta a principios de octubre.
Lluís Llach en la Barceloneta a principios de octubre.Jordi Socías

De revolucionar la nova cançó y pasar 40 años en los escenarios, se metió a hacer vino; del vino ha entrado en la escritura, y así va, como un saltador de pértiga, de un terreno a otro, muy sereno ahora que se siente viejo, pero triunfando sin querer. No quería ser músico e hizo historia al conectar con una ola antifranquista desde su exilio parisiense. Con sus canciones, en catalán, muchos aprendieron los ecos de la España plural que vomitaba con razón encima de aquella una, grande y libre. Tampoco quería ser bodeguero y un buen día se metió a hacer vino en el Priorato. Lanzó un sello de alta gama con su nombre, el Vall Llach, y también lo condecoraron con multitud de premios internacionales. Pero no paró ahí. Tampoco quería escribir y se lanzó a la aventura de construir una novela. Cómo no, triunfó en catalán, y ahora espera hacerlo en castellano. Memorias de unos ojos pintados (Seix Barral), se titula esta historia de una generación truncada en la Barceloneta por la guerra y sus consecuencias. Contempla el último acto de su vida con alguna ilusión más, como la independencia para Cataluña. Cuidado, que de lo que se empeña, sin querer, lo consigue.

Este libro es memoria de una ciudad. Ante todo, debo decir que yo siempre he estado enamorado de los viejecitos, ante la perspectiva de futuro, también, del viejo que yo seré o que soy. En los años setenta tuve una tata que me protegió cuando vivíamos aparte y ella era de la Barceloneta, conocía la Barceloneta contrabandista. Me gustan tanto esas historias que incluso me gusta que me las repitan…

De París al valle de Llach

Lluís Llach (Girona, 1948) se crio en Verges, un pueblecito del Ampurdán, donde su padre era médico y su madre maestra. Pronto empezó sus clases de solfeo y a los 19 ya era un cantante famoso. Rey de la ‘nova cançó’, su actuación en el Olympia de París lo consagró dentro y fuera de España con una carrera impoluta que le duró 40 años, hasta su retirada voluntaria en 2007.

Éxitos como ‘L’estaca’ hicieron cantar a toda la España antifranquista en catalán tanto como descubrir a Kavafis con su ‘Viatge a Itaca’, que vendió en su día 150.000 copias, o al poeta Martí i Pol, el preferido de Pep Guardiola, a quien Llach dedicó varias de sus más de 300 canciones. Años después se metió a hacer vino en el pueblo donde reside, Porrera, con un éxito considerable en sus gamas más altas. Ahora disfruta de su etapa literaria.

¿Desde cuándo quiso escribir una novela? Fue por azar. Hay gente que presume de una flor en el culo y yo tengo la dehesa de Girona. Yo no quería escribir. Lo que ocurre es que para mí el aprendizaje es una divisa de primera. Lo cierto es que empecé a hacerlo convencido de que lo que me gustaría de esto sería plasmar bien el qué; lo que me ha sorprendido es que, al final, he disfrutado mucho más del cómo.

Usted siempre fue inquieto: aprendió a ser músico, ayudó a derribar un régimen, hacer vino y ahora novelista… Lo primero tampoco quería serlo, lo otro sí.

Y esta obsesión por remarcar que es usted viejo… ¿Qué le pasa? Si está tan interesado por aprender, yo le veo joven. Bueno, no. Esta trampa no me la hago. Yo me siento viejo y bien, coño, bien. Estamos en una sociedad en la que se culpa a la vejez de tantas cosas y no señor, para mí la vejez es un grado, con todos los problemas que acarree, porque la experiencia puede ser igual un jardín que una prisión. Si no, qué. ¿Ser famoso? Ya lo fui con 19 años. Un drama. ¿Ganar dinero? Bueno, gané. Todo eso me importa un pito.

¿Qué de todo eso que le vino, lo buscó o le cayó por suerte? Yo de joven quería hacer muchas cosas. Primero quería hacer bien el amor y aún hoy no lo hago.

Uy… En los episodios esos que describe al joven Germinal haciéndoselo en la playa con un marinero de Odessa, ¿hay algo autobiográfico? Nada, las ganas… La creación es el hambre, después de haber escrito más de 300 canciones sé bien de lo que hablo.

¿El libro quizá lo ha escrito para demostrarnos que en este tiempo negro tampoco estamos tan mal? Es que no estamos tan mal, parece que el ser humano se empeña en observar periodos muy cortos de la realidad. Hay ciclos que duran demasiado, más cuando se vuelven contra nosotros. Pero hay cosas que se pueden superar.

Con todo, la frustración es evidente. Mire el nuevo clamor independentista. Me decía un amigo catalán que había vuelto a brotar, entre otras cosas, porque ustedes no se sentían queridos en España. Puede ser. Podría ser…

Mamá no me quiere. Sí, pero es que de eso ha habido mucho desde siempre. Es que mamá empezó por invadirnos, clausurar nuestro Parlamento y ponernos un rey que no queríamos, y decretar la desaparición de nuestra lengua y nuestras leyes. Es que mamá era muy sádica; si no, no te lo plantearías. Yo creo que estamos asistiendo al fracaso del Estado español.

De joven quería hacer bien el amor y aún hoy no lo hago

Ya, ese fracaso empieza a ser palpable en muchos ámbitos, pero precisamente por eso, porque es general, ¿es el momento indicado para azuzar con el independentismo? ¿Hasta qué punto es deseable, oportuno, práctico? Aquí no hay un resurgir… El nacionalismo catalán nunca había estado como ahora, ni en cantidad ni en fortaleza. No es que vuelva, yo he sido nacionalista e independentista toda la vida, no ha resurgido. ¿Oportunista? Nosotros hemos intentado hacer pedagogía de lo que queríamos ser y adaptarnos después a lo posible. Somos muchos los que pensamos que formamos una nación y que como tal necesitamos instrumentos para realizarnos. La sociedad catalana es una entidad de voluntad. Luego está lo práctico: de los 21 millones que daban a la alcaldía para actividades culturales, ahora solo les queda uno, y así podríamos hacer una cascada. A la cohesión de esta nación culturalmente perseguida le unes la praxis y los números, y dices ah…

Entonces, ¿es por dinero o por sentimiento? Es porque queremos ser, pero el dinero te deja hacer. El problema es que España cuenta con un país que quiere desde dentro decidir por multitud de razones, cada cual con su motivo.

¿Qué es Cataluña? ¿Cataluña? Un país que viene de lejos, pero que tiene muchas ganas de ser algo hoy, con el cuidado de su cultura y sus instrumentos decidiéndolos por sí misma sin que tenga nada que decir nadie del Estado.

¿Dónde quedó el cantante? Creo que sigo en el mismo sitio que estaba, lo único es que han cambiado los instrumentos. Ya no dispongo de los mismos.

¿Por qué dejó el escenario? Porque quería vivir de otra manera. Y me salió bien, entre el vino que hago, una fundación en Senegal donde construyo cayucos, la escritura… ¿te parece poco?

¿Sin nostalgia? No… Yo creía que me vendría la nostalgia como compositor y curiosamente me vino como cantante, añoro más el escenario que el piano.

Pero puede seguir componiendo. Ya, pero no lo hago. Tampoco sé por qué, pero no lo hago.

¿Eso se deja? Parece que sí, es mi experiencia. Añoro al cantante más, la comunicación, incluso la mentira… Eso sí. Desde 2007, si he compuesto algo es por encargo. Ni siquiera me reprimo, es que no tengo ganas.

¿Y se lo ha tratado? No, porque dudo que estuviera mejor antes que ahora.

En el exilio me utilizaban, y hacían bien. Yo me dejaba utilizar

¿Andaba seco? No, no, no, y con la vocecita, como un gilipollas, allí arriba en los sostenidos y todo. Lo anuncié cinco años antes, nadie se lo creyó. Quería vivir de otra manera, no quería morirme en un escenario rodeado de admiradores. Si la vida tiene tres actos, en el tercero es donde ocurre lo interesante.

¿Ah sí? ¿Es que no lo sabes? En el desenlace…

Yo es que debo de estar en el nudo. En el final es donde pasa todo lo importante.

¿Donde cumple esa aspiración suya de hacerse viejo? Ya lo soy, oficialmente ya lo soy. 64 años. Quería potenciar mi capacidad de observación y dejar apartada la máquina del tren, que va tirando y tirando… Ante los 20 años que me pueden quedar, si tengo suerte, esta sensación es fantástica. Aprovechas cada pajarito que te pasa por delante y canta.

¿Pero es feliz? Yo no lo he sido nunca. Incluso siendo un privilegiado, que lo he sido siempre, a la felicidad te acercas, te quedas un rato… y ya.

¿Ni bebiendo su vino es feliz? No, porque además soy abstemio.

Pero bueno… Sí, confesé el primer día. Me miran muy raramente en ese mundo. René Barbier me dijo que el vino es una filosofía. Fue lo que me animó. Yo empecé haciendo mi vino porque hubo unas inundaciones en mi pueblecito y así creía que le daría un poco de alma.

Eso ha sido una de las grandes alegrías de su vida, ya que no podemos hablar de felicidad. ¿Esa y cuál más? La primera vez que tuve un novio con 28 años porque ya no sabía dónde caerme muerto.

A ver, a ver. Sí, mi primer gran amor fue a esa edad.

¿Hasta entonces no tuvo clara su identidad sexual? Antes, a los 20, yo tuve una novia que se llamaba Irene a la que dediqué una canción que fue un éxito en todo el Estado. Era judía, su madre había estado en Auschwitz, y al hacer esa canción yo creo que lo estaba descubriendo, no encontraba algunos resortes que no sé por qué hacían que aquello no funcionara, y digo resortes por decir resortes.

Definamos resortes. No, no voy a caer en la trampa, resorte ya es bastante fálico.

¿Era físico o espiritual? Siempre físico, lo que define la sexualidad es físico, animal físico, ribonucleico intelectual.

¿Cómo? Que es físico y ya. El catolicismo lo que nos hace es dudar de ello. Suerte que apenas hago entrevistas, si no…

Más alegrías. Mi primera actuación en el Olympia. Yo no quería ser cantante, era una especie de nihilista, no sabía qué quería ser. Son traumas que los padres llevan muy mal en sus hijos.

¿Qué querían sus padres que fuera usted? No lo sé, mi voluntad sí creo que me llevara a ser músico porque desde muy pequeño iba por la vida como un repelente tocando Para Elisa; pero en una sociedad como aquella de los cincuenta y los sesenta, si te podían dar estudios, y mi padre era médico, decir que querías ser músico ni se te ocurría. Yo iba muy bien en ciencias, en matemáticas, creo que por intuición musical. Era un niño bien, mimado y todo. Rural, pero bien. Hijo de médico y maestra. Cuando lo pasé mal fue cuando tuve que exiliarme.

¿Sufrió? No hasta el punto de pasar hambre, vivíamos en una casa a cargo de un matrimonio entre anarquista y comunista y me daban una lección cada mañana. Me traían el café con leche y el Canard Enchainé. Y nosotros decíamos: “Hombre, si en vez del periódico nos trajeran un cruasán…”. Fue toda una universidad para mí, jamás se lo he agradecido suficiente al Ministerio del Interior. Me puse en contacto con todo el exilio. Me explicaban las cosas con la pretensión de que lo entendiera. Me insistían en que a través de mí, la gente entendería.

Le utilizaban. Y bien hecho. Yo me dejaba, y aún ahora me dejo utilizar.

Volviendo a la música, queda claro que su formación fue clásica, uno en sus canciones siempre nota más influencias de un ‘lieder’ de Schubert que del pop. Sí, esto está claro. Mi madre se ocupó de que aprendiera música rápido, que coincidieran el día en que empezara a aprender solfeo con el día en que me enseñaran el abecedario. Así que el primer disco que pedí que me regalaran fue la Octava sinfonía de Beethoven.

Va a ser verdad lo de que usted era ya viejo desde niño si me cuenta que pedía esas cosas. Es posible. Y por eso en esta edad estoy tan realizado. A mí Beethoven me emociona porque soy llorica. Pero menos el free jazz, todo puede llegar a emocionarme. Lo que más agradezco a la música es la cantidad de cosas que puedo aprender sin fin, un músico que diga que lo sabe todo es un imbécil.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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