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Lluís Llach se despide sin nostalgia

El cantante celebró ayer en Verges, su pueblo natal, su último recital masivo

Cinco mil voces cantaron L'estaca en la madrugada del viernes para despedir a un Lluís Llach que voluntariamente no ha querido sobrepasar la mítica cifra de los 40 años de carrera profesional.

Otras 5.000 voces, distintas pero igualmente calurosas, le recibieron ayer al grito de ¡Lluís, Lluís! Una larga ovación de la que se desprendían sones de esa Estaca que el cantautor ampurdanés no ha querido cantar en estos conciertos finales celebrados en Verges, tal vez como símbolo de que la suya no ha sido una despedida al uso.

Lluís Llach dijo definitivamente adiós a los escenarios en la madrugada de ayer muy cerca del lugar en el que nació, rodeado de amigos y con el cielo cargado de estrellas de su Empurdà intuyéndose sobre sus cabezas. Mirando hacia atrás no podía ser de otra manera y a caballo de esa coherencia tampoco esa noche tenía que haber sonado L'estaca como no sonaron La gallineta o El bandoler. Hubiera sido otro Llach, el que ayer dijo adiós lo hizo con el mismo concierto que ha venido ofreciendo en este último año en diversos puntos de la geografía peninsular (presentado con el significativo título de i., y punto) y sólo al final del recital algunos temas, no los más emblemáticos, pusieron un cierto toque de controlada melancolía.

Y rompiendo esquemas, no los suyos sino los de casi todos lo demás, Lluís Llach se despidió estrenando una canción totalmente nueva que ha titulado precisamente Verges 2007, en la que recoge sus impresiones íntimas más recientes. Tres días después de que se cumplieran los 40 años exactos de su primera irrupción, tímida según las crónicas, sobre un escenario, Llach cerró suavemente la tapa de su piano sin recrearse en su propia nostalgia. En realidad, Llach levaba ya un año despidiéndose, han sido muchas despedidas, la de ayer simplemente fue la última.

El último adiós comenzó con sus 10 minutos de retraso ritual a los que se añadieron la larguísima ovación de bienvenida que el cantante recibió con su habitual media sonrisa de complicidad y tímida resignación. Los que no se habían mostrado nada tímidos fueron buena parte de los 5.000 asistentes que pocos minutos antes habían dedicado una estruendosa pitada cuando el presidente de la Generalitat, José Montilla, hizo su entrada en el patio de butacas. Sonoro abucheo seguido de gritos de "¡Fora Montilla!" que el presidente aguantó con estoica sonrisa. Pasqual Maragall y Artur Mas, entre otros políticos autonómicos presentes, pasaron más inadvertidos sin despertar reacciones.

Vestido de negro con un gorrito de punto cubriéndole la cabeza, escudándose tras su piano y rodeado de gran cantidad de cajas de cartón blanco, Llach comenzó su concierto con el tema Geografía. Saludó a los presentes y a los que seguían el recital por televisión, en especial a los que lo hacían desde la Comunidad Valenciana, en donde parecen peligrar las emisiones de TV-3. "Valencia es también mi país", afirmó el artista. Los músicos se fueron añadiendo poco a poco hasta redondear ese sonido acariciante y poderoso del Llach de los últimos tiempos.

El de ayer fue un recital largo y denso. Llach habló mucho más de lo habitual, que ya es mucho, en cada una de las presentaciones y cargó todos sus parlamentos de fuerte contenido político y social. Explicó anécdotas de la predemocracia y saludó la labor del colectivo Salvem l'Empordà y de Médicos sin Fronteras, que recibirán los beneficios de ambos recitales.

"Sabía que tendría que llegar este momento y sabía que tendría que ser aquí, en Verges", dijo al principio. Y después vino esta larga despedida sentida en la que no se empleó nunca la palabra adiós.

Lluís Llach, en un momento de su actuación ayer en Verges
Lluís Llach, en un momento de su actuación ayer en VergesPERE DURAN
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