Holanda, edén para los ladrones de arte
Polémica por la seguridad de los museos tras el robo en Róterdam de obras de Picasso o Gauguin 482 cuadros han desaparecido en 23 años en el país
El robo de película de siete cuadros de altísimo valor del Kunsthal, Centro de Arte de Róterdam, reavivó ayer en Holanda la polémica sobre la seguridad de los museos. No es una discusión vana, ni un destello atizado por la desaparición, esta vez, de obras de Picasso, Matisse, Gauguin, Monet, Jacob Meyer de Haan y Lucian Freud. Es que en los últimos 23 años, han sido sustraídas nada menos que 482 telas de diversos artistas en una decena de salas repartidas por todo el país. A una supuesta torpeza al cuidar del arte, se han sumado las dudas sobre los nuevos sistemas de protección. El Kunsthal es vigilado por ordenador desde una central externa al edificio, cercano al puerto. Las alarmas son de última generación, “pero no había nadie dentro la noche del lunes al martes, cuando robaron”, ha admitido Emily Ansenk, su directora. Según ella, el modelo de supervisión a distancia es adecuado y ha sido pactado con las aseguradoras “para un inmueble de tecnología puntera”. Diseñado por Rem Koolhaas, el arquitecto más laureado y reputado del país, el centro tiene también fama de ser difícil de abarcar.
Las nuevas tecnologías no impidieron que los ladrones hubieran huido ya con el botín cuando la policía entró en el edificio entre las tres y las cuatro de la madrugada. La escena que contemplaron era desoladora. La muestra Las vanguardias llevaba abierta desde el 7 de octubre y de las paredes faltaban siete lienzos señeros: Cabeza de arlequín, de Pablo Picasso (1971); dos de las famosísimas y delicadas vistas londinenses de Monet (El puente de Waterloo y El puente de Charing Cross, ambos pintados en 1901); Mujer ante una ventana abierta, de Paul Gauguin (1898); La lectora en blanco y amarillo, de Henri Matisse (1919); Autorretrato, de Meyer de Haan (1890), y Mujer con los ojos cerrados, de Lucian Freud (2002). Según Chris Marinello, director del Arts Loss Registrer, que cataloga las obras robadas en el mundo, el valor de los cuadros oscila entre los 50 y los 100 millones de euros.
Dada la dificultad de vender obras robadas, el mundo del arte holandés ha vuelto a preguntarse si no ha llegado el momento de perder la inocencia cuando se trata de proteger el patrimonio nacional. Los circuitos externos de seguridad se consideran impecables, pero los agentes siguen buscando pistas tradicionales. Han repasado el tejado y una puerta lateral del Kunsthal, dos de las vías de acceso favoritas de los ladrones. La policía quiere saber si fue un trabajo desde dentro, o bien un asalto externo en toda regla. Por eso, Ton Cremers, experto en seguridad museística, cree que hubo un fallo estructural. Faltó lo que llama “segunda capa protectora”, para evitar que los ladrones escapen con lo que quieran. Entre otras cosas, se refiere a más personal de guardia por la noche.
Wim van Krimpen, antiguo director del Kunsthal, ha salido en auxilio de su sucesora asegurando que la vigilancia estaba en orden. “Como el centro carece de colección permanente, debe preocuparse de cuidar bien las cesiones de otras salas”. “De todos modos, estos robos son inherentes al mundo de los museos y casi imposibles de evitar”, ha dicho. Sí le resulta curioso, y no ha sido el único en apuntarlo, que varios de los cuadros aparecieran cerca de las ventanas.
Para los dueños de las obras, la familia del industrial portuario holandés Willem Cordia (1940-2011), la situación es penosa. Apodado el Onassis de Róterdam, el patriarca reunió una colección particular citada entre las 200 mejores del mundo. Le gustaban las firmas sólidas y tenía buen gusto para elegir los lienzos. Cuando reunió unos 250 cuadros y cerca de 170 esculturas, creó la Fundación Triton. Esta era la primera vez que mostraba en público buena parte de los picasso, mondrian, de kooning y van gogh, que tanto le gustaban. En recuerdo suyo, la dirección del Kunsthal ha decidido abrir de nuevo sus puertas y llenar los huecos con otras piezas. “El robo ha caído como una bomba, pero esta colección única tiene que seguir expuesta”, ha prometido la directora, Emily Ansenk.
La misma reacción tuvieron en su día sus colegas del Stedelijkmuseum y el Museo Van Gogh, ambos en Ámsterdam, y los del Frans Hals, de Haarlem. Son algunos de los afectados por la veintena larga de robos de distinto calibre registrados desde 1988 en Holanda. La cifra es abultada y no distingue estilos ni épocas. Incluso se han llevado parte de las joyas de la corona portuguesa, expuestas en 2002 en el Museon, en La Haya. Hasta el año pasado, habían desaparecido de grandes salas, pequeñas colecciones, jardines particulares con certificado oficial de calidad y una galería de Nimega, al sur del país, casi medio millar de obras.
Dos de los asaltos más señalados afectaron a locales dispares. El primero tuvo lugar en el Van Gogh en 1991. Los ladrones, que estaban dentro, ataron y amenazaron a los guardas con armas y se llevaron 20 cuadros del pintor. Cuando los metían en un coche, el personal pudo llamar a la policía, que persiguió a los delincuentes a gran velocidad por la ciudad. En media hora, las obras fueron abandonadas en una estación de ferrocarril y solo tres resultaron dañadas. En 2002, desaparecieron en un traslado más de 400 cuadros y dibujos de Karel Appel, fundador holandés del grupo COBRA. Diez años después fueron descubiertas en un depósito en Reino Unido. La mayoría de las obras sustraídas, sin embargo, siguen perdidas.
Babelia
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