Una carta de amor al género
El director Scott Derrickson presenta en el festival de Sitges 'Sinister'
Día excelente ayer jueves en Sitges con la presentación de Sinister, el último filme de Scott Derrickson, señor ya conocido en estos lares por una película (simplemente) apreciable como El exorcismo de Emily Rose. El realizador volvía al festival con una propuesta mucho más sólida, (en)clavada en el género, con un guion magnífico (mal que les pese a algunos) que explora —y renueva— un concepto que ya habían tocado John Carpenter en El fin del mundo en 35 milímetros y Hideo Nakata en The ring, esto es, el carácter del celuloide (VHS en el caso del filme japonés, súper 8 en el de Sinister) como superficie sensible a la influencia del mal, casi como una telaraña que lo atrapa y luego lo esparce. El carácter del mal como virus, mucho más desarrollada en la novela de Koji Suzuky (que dio pie a The ring) se transforma en Sinister en una presencia diabólica que se pasa la película esquivando al espectador y que resulta ser más letal que un psicópata en el cine americano de los años ochenta.
Sinister arranca con varios referentes claros que van desde el subgenéro de casas encantadas al Jack Torrance de El resplandor pasando por el propio Halloween. Sin embargo, la película se decide pronto a explorar un camino propio que se agarra con fuerza al hallazgo (en la ficción, obviamente) de una extraña caja llena de cintas de súper 8 en una casa donde se había cometido un crimen horrible. El tipo que encuentra el filón es un escritor (magnífico Ethan Hawke) en curva y sin frenos que necesita con urgencia encontrar algo que le haga salir del arroyo. La caja en cuestión contiene —las horrendas— claves de un enigma que va a empezar a devorar al escritor y a su familia cuando ni siquiera se han instalado en la casa de marras. Con este hilo, tensado y firme, Derrickson se saca de la manga una despampanante fábula oscura en la que destaca la aterradora textura de ese found footage, un hallazgo absolutamente magistral que deja en paños menores a muchos de los pretendidos sustos que otros títulos han ofrecido al espectador en este certamen.
Por si fuera poco la parte humana del relato, en muchos casos desechada —cuando hablamos de películas de terror— porque parece que molesta, funciona como un maldito reloj: la discusión marital entre el personaje de Hawke y su esposa (impecable Juliet Rylance) es un ejemplo perfecto de la habilidad del realizador a la hora de afrontar el tono emocional de la película. De la misma forma que la tensa conversación entre el escritor y un agente de policía (el estupendo James Ransone) recuerda a aquel —espectacular— interrogatorio al sospechoso en Zodiac, de David Fincher. Sumémosle la presencia de una deidad muy particular, asentada en esa mitología que solo son capaces de crear los buenos directores de género y tenemos un cóctel que se bebe con sumo placer y se digiere con el mismo gusto. Así pues Sinister demuestra que el terror puede cabalgar todo lo rápido que uno quiera siempre que el jinete esté debidamente preparado y se perfila como una de las propuestas mas frescas y rotundas del año.
Para los coleccionistas de anécdotas reseñar que la proyección del filme a la prensa se interrumpió un cuarto de hora por problemas técnicos. Los habituales del festival no tardaron en recordar que el mismo incidente tuvo lugar hace unos años con una película llamada El exorcismo de Emily Rose, que —cosas de la vida— firmaba el mismo realizador. Scott Derrickson.
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