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Guía para acompañar al moribundo

El escritor Andrés Neuman reivindica el rol del cuidador frente al enfermo en su nueva novela, 'Hablar solos', y reflexiona, por extensión, sobre la enfermedad de la crisis

El escritor Andrés Neuman, en Madrid.
El escritor Andrés Neuman, en Madrid.ÁLVARO GARCÍA

Cuando Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) tenía 20 años, su padre estuvo a punto de morir. O eso creyó él. En el hospital incluso llegaron a entregarle una bolsa de basura con sus zapatos. Años después, la experiencia se transformaría en cuento, Estar descalzo. Quienes hayan leído su libro Hacerse el muerto (Páginas de Espuma, 2011) lo recordarán. Al tiempo, murió su madre. Y Neuman ingresó en lo que él llama “un club de gente herida”. “Conecté con la multitud, bastante silenciosa, de personas que habían pasado por algo parecido; un club casi tan grande como la humanidad entera. De repente, las conversaciones cambian. Como cuando la gente que empieza a tener hijos conoce a gente que también tiene y habla de ese tema hasta entonces casi ausente. Algo parecido pasa con la realidad opuesta y, por tanto, igual de trascendental, que no es dar la vida sino perderla o haber cuidado a alguien que la pierde”, reflexiona ante un té verde.

Estas vivencias traumáticas han dirigido sus pasos hacia Hablar solos (Alfaguara). Una novela breve, concisa, rauda. Dolorosamente placentera. Fulminante como los pensamientos, desgranados en capítulos en primera persona, de sus tres protagonistas: el moribundo, su cuidadora y el hijo fruto del amor que han compartido y que se desvanece. Porque lo que logra Neuman, en última instancia, es una disección, urgente en las formas y trascendente en el fondo, del amor: de su enfermedad, de su tratamiento, de su agonía y pérdida.

En los orígenes de Hablar solos se encuentra también La muerte de Iván Ilich, de Tolstói. O, más bien, la voluntad de darle la vuelta a aquella narración. De convertir al expirante en objeto y traer a quien lo asiste a un primer plano. “En la road movie o el road book clásico se narra una experiencia masculina. Desde Ulises en la Odisea a Cormac McCarthy. Hay una exclusión, que ha atravesado todas las épocas, del rol de la mujer. Ese rol, como mucho, es el de Penélope: esperar al héroe. Es lo que tantas veces se les pide a las mujeres y a los personajes femeninos: que sean insoportablemente abnegados ”. Por eso, su protagonista femenina se convierte en una suerte de “Doctora Jekyll & Lady Hyde de los cuidadores, una madre preocupadísima por la seguridad de su hijo, una esposa totalmente leal y una cuidadora incansable que, al mismo tiempo, termina siendo una mujer infiel”.

La antiheroína de esta obra, en su compás de espera ante la muerte inminente del ser querido, subraya otras. Lee la enfermedad de otro como quien rastrea las cicatrices propias. La lee y la subraya en Virginia Woolf, en Flannery O’Connor, en Geoffrey Gorer, en Kenzaburo Oé, en Javier Marías y en un largo etcétera que incluye también a Roberto Bolaño, padrino de Neuman en el mundo literario. Recordemos: al presentar el argentino su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999) al premio Herralde, Bolaño, vencedor en la edición anterior con Los detectives salvajes, se convirtió en su máximo defensor. Neuman quedó finalista. “Por entonces, no solo no conocía a Bolaño sino, aunque me avergüenza decirlo, ni siquiera lo había leído”. Aunque sí pudo agradecerle personalmente que dejara escrito que “la literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos hermanos de sangre”.

Viajó de Granada –la ciudad a la que fue trasplantado con 14 años desde Argentina– a la casa de Bolaño, en Barcelona, “como quien peregrina a la Meca”. “Pasamos un día entero juntos. Comimos tacos, jugamos al ajedrez, escuchamos rock mexicano, me leyó Arquíloco, literalmente me acostó y me arropó como un padre. Y esa fue la primera y la última vez que lo vi. En los dos o tres últimos años de su vida mantuvimos una relación epistolar y telefónica. No por nada él tiene un libro titulado Llamadas telefónicas. Era un conferenciante telefónico y un aforista electrónico. Porque sus e-mails estaban llenos de sentencias subrayables y sus llamadas, por no decir sus soliloquios telefónicos, eran dignas de ser transcritas”.

El propio Neuman cultiva con fruición el aforismo (más allá de su libro El equilibrista, Acantilado, 2005). Y, aunque no tenga Twitter, está a favor de ese caudal inagotable “de aforismos clásicos que se retuitean todos los días”. Lo que sí alimenta es un blog, Microrréplicas, donde, entre sus observaciones más cotidianas, se permite también reflexiones sobre la reforma laboral, la actitud de nuestro presidente frente a la crisis o las consecuencias del 25-S.

Leyendo Hablar solos no podemos evitar relacionar los roles de enfermero y enfermo con nuestro Gobierno y nuestro país. Más que como al director del hospital, “veo a Rajoy como a un amigo de los del patíbulo”, dice. Y aquí permitamos al escritor extenderse en su respuesta. “La discusión en términos financieros es la auténtica patología. Si seguimos discutiendo de la crisis solo en términos económicos seguiremos siendo víctimas perfectas de nuestros acreedores. Porque el problema ya es qué entendemos por democracia. Los derechos fundamentales se han convertido en relativos, nos están intentando vender que eran comodidades fruto del superávit. La crisis financiera pasará cuando los que se tienen que forrar terminen de forrarse. Pero de lo que no nos repondremos nunca si no lo ponemos en el centro de la discusión es qué entendemos por derechos innegociables. Lo que ha llevado dos siglos cimentar se está desmontando en dos años: qué es jornada laboral, qué es un contrato, qué es un despido. Es más, ahora también nos están intentando discutir qué es una manifestación. Derecho por derecho, con la excusa de los recortes, se está aprovechando para rebobinar dos siglos y llevarnos justo a tiempos previos a la Revolución Francesa. Si vemos cómo son despedidos los grandes directivos y cómo son despedidos los trabajadores normales veremos que no hay una diferencia solo de sueldos, es que hay dos leyes, dos reglas de juego distintas”. No será tan fácil de citar como un aforismo, pero esperemos que hayan tomado buena nota.

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