Escucha el mensaje del mensajero
Si 'El ruido eterno' era una suerte de historia de la música del siglo XX, 'Escucha esto' es una miscelánea crítica cargada de amena erudición
Escucha esto
Alex Ross
Traducción de Luis Gago
Seix Barral. Barcelona, 2012
624 páginas. 23 euros
Odio la “música clásica”. Comenzar así un libro dedicado a la música clásica (y otras) es un golpe de estrategia. Tras el éxito mundial de El ruido eterno, el crítico Alex Ross sorprende con un nuevo libro de título más propio de una conversación informal, Escucha esto. Si aquel era una suerte de historia de la música del siglo XX, este segundo es una miscelánea crítica cargada de amena erudición. Lo que le ha convertido en un fenómeno de ventas inesperado en su ámbito y nada desdeñable en cualquier otro es que, precisamente, formula preguntas y enhebra respuestas convincentes para todo aquel que se encuentre confuso ante el panorama de lo que podríamos llamar una cultura musical.
Varios de sus artículos son ampliaciones de textos publicados en la revista The New Yorker, donde Ross ejerce de crítico musical. Pero otros parecen apostillas de aquel exitoso libro. Es el caso del primer capítulo, pensado originalmente como prólogo a El ruido eterno. Se trata de una trayectoria biográfica del autor llena de datos de interés. Como por ejemplo que no escuchó nada más que música clásica hasta los 20 años, o que había hecho sus pinitos como compositor hasta que comprobó sus escasas cualidades para ello.
Pero hay datos más inquietantes: su confusión ante el hecho de que su entorno cultural manifieste una indiferencia ante la música clásica que lo convierte a él mismo, en su calidad de crítico, en miembro de ese ejército de músicos convertidos en zombis culturales.
Todo ello explica su reacción y su brillo periodístico. Ross parte del carácter elitista de las manifestaciones musicales englobadas en ese clasicismo que odia. Pero también descubre, y nos descubre, que el jazz ha cubierto el mismo ciclo, desde los revoltosos inicios hasta el elitismo ulterior, en cincuenta años, o incluso que al rock le ha pasado lo mismo en apenas veinticinco. Y a la vez, descubre que los grandes conciertos clásicos y las óperas se llenan con entradas a precio razonable sin que ello sea en detrimento de cualquier otro estilo musical, a lo más una suave coexistencia. Y, pese a todo, la clásica sigue cargada de anatemas, muchos de ellos tontamente amasados por sus protagonistas. No siendo el menor de ellos la configuración del siglo XX musical de base clásica como un problema sin solución, idea que estaba en el origen de El ruido eterno.
Ross se ha situado valientemente entre la puerta de los conciertos y la calle, y allí se ha encontrado con figuras sorprendentes, como es la de los “no asistentes a conciertos con conciencia cultural”. Para responder a este y otros fenómenos paradójicos, Ross realiza un ejercicio de lucidez y de capacidad divulgadora extraordinarias. Pero su fenomenal éxito es también, paradójicamente, la otra cara de un fracaso. Cuando el crítico dice “escucha esto”, decenas de miles de personas lo que hacen es escucharlo a él.
Babelia
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