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La delgada línea azul de los suecos

El historiador Peter Englund revive en un libro la batalla de Poltava, que aupó a Rusia en 1709 El combate fue uno de los más sangrientos de la historia

Jacinto Antón
Panorámica de la batalla de Poltava según el pintor francés Louis Caravaque. En primer plano, espada en mano, el zar Pedro I.
Panorámica de la batalla de Poltava según el pintor francés Louis Caravaque. En primer plano, espada en mano, el zar Pedro I.

Mucho antes que la Grande Armée de Napoleón Bonaparte y que los Panzer de Adolf Hitler, el Ejército sueco invadió la ancha Rusia. Y también fue derrotado.

Sucedió en la batalla de Poltava (27 de junio de 1709), una de las más decisivas y sangrientas de la historia, cuando de manera milagrosa para los rusos los hasta el momento invencibles regimientos suecos del rey Carlos XII fueron hechos pedazos por las tropas del zar Pedro I el Grande. Poltava, junto a la ciudad ucraniana del mismo nombre, significó el ocaso de Suecia como gran potencia y el ascenso de Rusia. En un libro que acaba de publicarse en España, La batalla que conmocionó a Europa (Roca Editorial), el reputado historiador y académico sueco Peter Englund nos sumerge en la escalofriante jornada en un documentadísimo viaje entre el ensordecedor atronar de los cañones, el crepitar de los mosquetes y el estruendo de la caballería. Tan emocionante y riguroso como el Stalingrado de Antony Beevor (aunque Englund dice que su fuente de inspiración es el Tolstói de Guerra y paz), pero en el siglo XVIII y con casacas y tricornios, con dragones, coraceros y los indómitos cosacos, pasados al bando sueco para librarse del yugo ruso.

El escritor Peter Englund.
El escritor Peter Englund.Jeremy Sutton-Hibbert (Getty Images)

El historiador tiene mano para las anécdotas suculentas, como que durante los asedios los rusos tiraban de todo a los atacantes, incluidos gatos muertos, uno de los cuales fue a dar en un hombro del rey sueco. Que, por cierto, no estaba en forma: herido en un pie, hubo que llevarlo a la batalla en una aparatosa camilla.

El autor repasa los prolegómenos del enfrentamiento y nos presenta a los protagonistas, desde los mariscales de campo hasta humildes soldados. Conocer a la tropa, sus vidas, sus esperanzas y miedos, incluso sus necesidades sexuales en campaña, nos lleva a empatizar con ellos y ponernos en su sufrida piel más adelante, cuando empieza la carnicería. Porque, independientemente de su relevancia geopolítica y sus primorosos aspectos estratégicos e incluso estéticos, a lo Barry Lyndon, para entendernos, Poltava fue una carnicería. Casi 9.000 muertos y agonizantes quedaron en el campo de batalla, una espantosa alfombra de cuerpos en la que algunos se retorcían aún presa de convulsiones y espasmos. Mientras, escribe Englund apoyándose en los testimonios de aquel horror, “el aire se llenaba de una pulsante lamentación, que subía y bajaba, pero que nunca desaparecía: el llanto y los gritos de los heridos y moribundos”. Englund demuestra conocer bien la realidad de la guerra, no en balde estuvo empotrado como corresponsal en una unidad acorazada de Estados Unidos en la guerra de Irak.

Entre las filas suecas, el balance fue especialmente trágico: de los 19.700 soldados que lucharon, 6.900, un 35%, cayeron. Englund hace una cuenta aún peor: si se incluyen heridos y prisioneros (a los que era costumbre masacrar), las bajas ascienden al 57%. El historiador recalca que estamos ante “uno de los enfrentamientos más sangrientos de la historia mundial”. En comparación, los franceses perdieron en Waterloo el 34% de sus fuerzas.

En Poltava cayeron cinco suecos por cada ruso. ¿Cómo tuvo lugar ese desastre, teniendo en cuenta que los suecos partían como favoritos? Según Englund, la derrota se debió a un conjunto de factores entre los que se cuentan la pésima calidad de la pólvora (las balas salían sin fuerza), el exceso de confianza, la obsesión por atacar, la falta de artillería, el sofocante calor aquel día estival y la mala suerte: a los suecos se les extravían seis batallones y luego la caballería. Los rusos (el muro de uniformes verdes atrincherados en sus reductos) supieron aguantar el embate del enemigo (el avance de la delgada línea azul celeste de la reputada infantería sueca) y aprovechar su oportunidad.

Para algunos será una sorpresa descubrir que en el año 1709 los suecos libraban en Ucrania una batalla decisiva para el futuro de Europa. ¿Qué hacían allí? “La grandeza de Suecia era consecuencia de la debilidad de sus vecinos”, contesta Englund. “A inicios del XVIII, Rusia, Alemania y Dinamarca estaban en declive, mientras que Suecia era políticamente estable, con una buena economía y un excelente ejército. Así que se expandió, como reacción ante un vacío. La guerra con Rusia fue muy importante para Europa, pues no solo estaba en juego la supremacía en el noreste del continente, sino que, de haber perdido el zar Pedro, la modernización de Rusia se habría retrasado medio siglo o más”.

Le pregunto a Englund por los paralelismos entre la campaña sueca y las de Napoleón y Hitler. “Por supuesto los hay. Todas se basaron en la infravaloración de los problemas de atacar a Rusia, su geografía, su clima. En los tres casos se subestimó fatalmente a los rusos como oponentes”.

¿Se podría encontrar un eco del episodio de la batalla de Poltava en la presencia de voluntarios suecos de las Waffen SS en Rusia? “No realmente; quizá en el hecho de que no hay otra nación con la que Suecia haya librado tantas guerras como con Rusia. Es nuestro archienemigo, y en consecuencia ha sido fácil para muchos ultraderechistas identificarse con la lucha alemana contra la Unión Soviética”.

Del contraste que plasma en su relato entre la calidad plástica, casi artística, de los ejércitos desplegados y la realidad de la batalla señala: “Eso era así en la guerra de la época, con ese extraño énfasis en la belleza externa, música, colores, gestos educados; y así continuó hasta los tiempos napoleónicos. Pero la seda de las banderas se manchaba de sesos y los bonitos uniformes de sangre y excrementos”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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