La librería desamparada
El sector afronta la crisis entre cierres de establecimientos y despidos
Leopold Sedar Senghor dijo que cuando un anciano muere se quema una biblioteca. En el mundo de los vivos y de los libreros, ya se sabe lo que pasa cuando se cierra una librería. Esta semana que empieza, en Madrid, acaba su existencia una, de nombre Rumor, que lleva abierta desde el 10 de diciembre de 1975.
Los libreros ven su futuro amenazado por la combinación de la crisis y el cambio del modelo cultural. Para Pura Prieto, la veterana librera de Rumor, el cierre es “una tristeza”, para el presidente de los libreros, Fernando Valverde, “un fracaso de la sociedad”. Y los que vimos cómo se iban de las estanterías los libros de Rumor diremos, como el poeta senegalés, que fuimos testigos del incendio, libro a libro, de una vieja librería.
Rumor cierra el lunes “por una acumulación de deudas que ya no podía soportar”. Le deben dinero instituciones, como la Comunidad de Madrid. No es una deuda enorme, pero es una más de las que las entidades públicas han contraído con las librerías, que hasta hace dos años dependían de la compra institucional. Ya no compran las bibliotecas, ni las universidades... Las librerías están solas y desamparadas. “El milagro es que no cierren más, dice Fernando Valverde.
Cierran también en Madrid La Biblioqueta y El Tragaluz; otras (como Robafaves, la mítica librería catalana), están amenazadas de cierre. Pero no hay tantos como parece deducir del panorama que a veces dibujan los medios. “En España hay 3.500 librerías”, dice Valverde, “y el porcentaje de cierre debe ser del 1 o el 2%; lo que se da, en la mayor parte de esos establecimientos, es una disminución gradual de puestos de trabajo”. En 2010 era de 11.008 personas; ahora quizá haya disminuido en un 10%.
Hay buenas noticias en medio del incendio. La Central (que nació en Barcelona hace 17 años) se ha asociado con la editorial Feltrinelli (propietaria de una potente cadena en Italia, y ahora asociada a Anagrama) acaba de abrir en Madrid un establecimiento. Su fundador y director, Antonio Ramírez, avisa: las librerías no se acaban, ni se acabarán por la competencia digital, “no somos como la industria del disco, dependiente de pocos y poderosos agentes. El papel subsistirá, porque es uno de los elementos de la prescripción del propio libro”.
La crisis viene también de una realidad que se obvia, dice Valverde: “Hay pocos lectores, y esa proporción no aumenta. En Francia se edita menos, pero se lee más, y los editores apoyan directamente a las librerías”. Montse Moragas, de Laie, en Barcelona, y Lola Larumbe, de la madrileña Alberti, coinciden en uno de los peligros que afronta la red de librerías: que la lectura digital termine sustituyendo la lectura en papel. Un libro, dice Larumbe, se puede prestar, comprar y regalar, “y esos valores los puede paralizar la agresividad de la tecnología”. La tecnología se está vendiendo, “como si fuera el único factor de futuro, pero ese recambio no se está produciendo a la velocidad anunciada o deseada por los fabricantes. Quizá debemos agruparnos más para ser más competitivos. Y contraatacar, eliminar esa sensación de que nos hundimos un poco cada día”. Larumbe cita como “una excelente noticia” que La Central abra una nueva librería en Madrid. Y Moragas apunta como un factor de la crisis el hecho de que los editores se comportan “como en el siglo XIX” en la distribución y la promoción.
Miguel García Sánchez, distribuidor y librero de la madrileña Antonio Machado, medio siglo en el mundo del libro, recibió el 3 de septiembre la llamada de Pura. Se cierra Rumor. “Ella lloraba; en ese llanto se resumía el dolor del sector. No, no es lo digital… es que la gente no compra”. La crisis económica ha llevado a muchas librerías a deshacerse del fondo. Para editoriales que viven en gran parte de esa producción, como Alianza, eso es grave. Valeria Ciompi, la directora de Alianza, ve el riesgo como parte “del progresivo debilitamiento de las librerías”; si desaparece el tejido de las librerías de proximidad las editoriales viven un enorme peligro, y eso debe propiciar una mayor alianza entre esos dos elementos del sector. “Aquí tenemos una crisis de la lectura como modelo de ocio. El libro tiene que salir al encuentro del lector, y eso lo tenemos que hacer juntos el editor y el librero. Se pone en peligro la diversidad cultural. Aquí no se toma en serio a la industria cultural ni como cultura ni como industria”. Paco Goyanes, el librero de Cálamo (Zaragoza), lo corrobora, califica de “resistente” a los amenazados y tiene un adjetivo para describir el ánimo del gremio: “jodido”.
El alcance del adjetivo sólo puede ser descrito viendo cómo se vaciaba Rumor la mañana en que empezaba el otoño en Madrid. Dijo el escritor Julio Llamazares, hablando de aquella frase de Senghor: “Cerrar una librería es como quemar los libros libro a libro. Un incendio del que quizá no somos conscientes los autores, porque creemos que aún no nos quema directamente”.
Babelia
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