Adiós al sueño hegemónico de Universal
La Unión Europea obliga a la multinacional del disco a desprenderse de muchos de los activos de EMI, que compró el año pasado, entre ellos la sucursal española
Adiós al sueño de Universal de convertirse, por la fuerza de su chequera, en la principal compañía del mundo en música grabada. La multinacional francesa ya había transferido la mayor parte del precio pactado (1.900 millones de dólares; 1.462 millones de euros) por la adquisición de EMI Records, la histórica discográfica británica, que pertenecía a la cartera del banco Citigroup. Ahora, la Comisión Europea obliga a Universal a poner a la venta algunos de los sellos más significativos de EMI. Asimismo, debe desprenderse de las sucursales en diez países europeos. Incluida España, donde EMI edita la música de Luz Casal, Pablo Alborán, Macaco y Bebe, aparte de contar con los fondos de Héroes del Silencio, El Último de la Fila y la compañía Hispavox.
Las implicaciones de la decisión del organismo europeo de defensa de la competencia, que encabeza Joaquín Almunia, sugieren una medicina muy amarga para el Universal Music Group: pasa a explotar el fenomenal archivo de los Beatles pero tiene que desgajar catálogos como Parlophone, Mute, Chrysalis o las divisiones de música clásica de EMI y Virgin. Se queda sin los derechos de importantes artistas en activo como Coldplay, Nick Cave, David Gueta, Kylie Minogue o Gorillaz. También pierde las grabaciones históricas de Maria Callas, Pink Floyd, Kraftwerk, David Bowie, Kate Bush, Jethro Tull y una multitud de grupos y solistas legendarios que todavía despachan cantidades considerables con el mínimo esfuerzo.
Igualmente, Universal debe renunciar a la participación de EMI en la franquicia discográfica más rentable de las últimas tres décadas: esas recopilaciones de éxitos tituladas Now that’s what I call music. Se queda sin prestigiosos activos propios como Sanctuary, Jazzland o Co-Op —una de las más potentes distribuidoras de material indie— que inicialmente había ofrecido como concesiones en las negociaciones con Bruselas.
IMPALA, la asociación que representa a buena parte del negocio musical independiente europeo, ha lamentado que la UE no haya rechazado directamente la operación, que unas horas después recibía la aprobación de la Comisión de Comercio Federal de Estados Unidos. Puertas adentro, se aprecia satisfacción en el sector: en su anterior batalla por evitar la fusión de Sony con BMG, no se logró conmover a Bruselas con lamentos sobre la amenaza a la diversidad cultural. Ahora, sin embargo, las autoridades europeas asumen muchos de los argumentos que plantea IMPALA. Las cifras cambian de año en año pero era concebible que la unión de Universal más EMI pudiera copar más del 40% del empobrecido mercado mundial.
Ganar a los Beatles y perder a Coldplay
- Entre las condiciones impuestas a Universal está la pérdida de algunos de los más suculentos nombres de la escudería de EMI: de Depeche Mode a Kate Bush; de David Guetta a Jethro Tull o Pablo Alborán, el último fenómeno del pop español.
- Capítulo aparte merece Coldplay, seguramente la banda más rentable del momento. Por pertenecer a Parlophone queda fuera de la compra de Universal.
- Universal tampoco poseerá el catálogo de música clásica de EMI, que cuenta con el legado de Maria Callas como una de sus joyas.
- Universal gana la pieza más deseada del negocio: el inagotable filón de The Beatles.
Muy sensible a la necesidad de potenciar nuevos modelos de streaming y venta digital, la UE quiere evitar la hegemonía de semejante monstruo: “El tamaño de una compañía incrementa su poder de negociación y, por lo tanto, su capacidad para aumentar los precios de las licencias e imponer términos más onerosos”. Se trata de establecer unas mínimas reglas del juego en un territorio paradójico: las exigencias económicas de las multinacionales asfixian a las empresas musicales de Internet, que —víctimas de contratos leoninos— pierden más dinero según acumulan clientes.
Las directivas de Bruselas sugieren que dos terceras partes del paquete de activos sobrantes de EMI terminen en “un comprador con experiencia en el mercado”. A primera vista, solo Warner o Sony tienen infraestructura y capital suficientes para semejante adquisición; cabe imaginar la consternación de Universal, al verse obligada a traspasar esos caramelos a sus competidoras. Sic transit gloria mundi: los más veteranos del lugar recuerdan que, a principios del presente siglo, EMI hizo dos intentos serios de devorar a Warner. Pero la catastrófica evolución del negocio de la música ha trastornado la jerarquía establecida.
Ahora llegan días febriles. El tercio restante podría ir a una empresa pequeña y aquí se disparan las conjeturas. Sir Richard Branson aspiraba a volver a controlar Virgin Records, su prodigiosa empresa original, que en 1992 vendió a EMI por una cantidad astronómica, aunque finalmente Virgin se queda en Universal. Una editora alemana, BMG Rights, también parece últimamente interesada por establecerse en el mundo de la música grabada. También cabe la posibilidad que alguno de los socios más prósperos de IMPALA intente aumentar su cuota del mercado indie.
En la actualidad, solo sobreviven cuatro grandes multinacionales discográficas: Universal, Sony, Warner y, con los días contados, la desdichada EMI. Esta fue adquirida en 2007 por Terra Firma, un ambicioso grupo de inversión que entró como elefante en cacharrería; a la hora de la verdad, no pudo hacer frente a sus compromisos financieros, con lo que la empresa terminó en manos de Citigroup. En cuanto pudo, el banco neoyorquino se desprendió de semejante patata caliente: su negocio editorial pasó a Sony, mientras que Universal, parte del conglomerado francés Vivendi, hizo la mejor oferta por la rama discográfica. Eso ocurría en 2011.
La perdida del carácter británico de EMI ha sido vivida en el Reino Unido como una afrenta nacional. Electric & Musical Industries alardeaba de ser la discográfica en activo más veterana del planeta, al reivindicar 1897 como su fecha de fundación (bajo el nombre de Original Gramophone Company). Iba dando tumbos desde 1996, cuando se separó de su solvente empresa matriz, Thorn Electrical Industries. Se sucedieron los escándalos: la marcha del presidente, Jim Fifield, con una indemnización de doce millones de libras esterlinas o la ocurrencia, apenas esbozada, de derribar los estudios de Abbey Road para construir pisos de lujo. Simbólicamente, también hizo mucho daño la fuga de superestrellas tipo Robbie Williams, Paul McCartney y —la más estrepitosa— Radiohead.
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