Un Malick reconocible, pero decepcionante
"A mi pesar, me siento como un témpano. No soy el único. Hay crueles risas en la sala "
Existen pocos directores con la capacidad visual y lírica de Terrence Malick, alguien capaz de transmitir las sensaciones más profundas mediante una cámara, de integrar los sentimientos y pensamientos de sus personajes con la naturaleza que le rodea. Nos ha descrito con genuina belleza y emoción de primera clase la huida de asesinos enamorados en Malas tierras, creó un torrente de imágenes que parecen cuadros en Días del cielo, reconstruyó la guerra del Pacífico con una visión tan insólita como aterradora en La delgada línea roja y la depredadora conquista de América en El nuevo mundo, hizo un perdurable retrato de la infancia, la pérdida, y la creación del universo en esta película maravillosa titulada El árbol de la vida.
Con estos antecedentes te sientes inicialmente entregado ante To the wonder, que pretende ser una exploración del amor en todas sus fases. Y notas en la catarata de imágenes describiendo al principio la plenitud del enamoramiento en París y en paisajes deslumbrantes de Francia entre una pareja formada por un norteamericano y una francesa que Malick es fiel a su estilo expresivo, que su cámara realiza las virguerías de siempre intentando describir el subidón anímico que proporciona el comienzo del amor, también que la voz en off y la utilización de la música que caracteriza a su cine se funden armoniosamente con las imágenes. Sin embargo, esa estética excepcional no sirve en esta ocasión para que conectes con los sentimientos de los personajes, reconoces el mundo expresivo de Malick pero te fatiga lo que ves y escuchas. Pero espero pacientemente, incluso atribuyo mi desinterés y mi cansancio a que no he dormido bien.
La pareja se traslada a Oklahoma en compañía de la hija de ella. Allí tampoco ocurre nada apasionante. La historia no avanza, empiezo a mirar el reloj, lo que tantas veces me ha impresionado en el cine de este hombre ahora me resulta afectado o gratuito. Aparece un cura, interpretado por Javier Bardem, que alberga torturantes problemas de fe y que no sabes muy bien qué diablos pinta ahí. La mujer no se adapta a esa forma de vida y regresa a Francia. El abandonado se consuela con una amiga de la niñez. Pero la huida retorna e intenta reavivar la antigua llama. Malick hace una elipsis sobre el desgaste del amor para centrarse solo en su estado agónico, en la desesperación al constatar los personajes que ya solo hay espinas donde antes florecían las rosas, el estupor al recordar las antiguas sensaciones y percibir que las ha devorado la vida. Pero ese presunto volcán emocional no te contagia su lava. A mi pesar, me siento como un témpano. No soy el único. Hay crueles risas en la sala ante momentos que pretenden ser trágicos. Tengo la misma sensación ante To the wonder que con los spots publicitarios de lujo empeñados en lograr una estética brillante. Puedo admirar la factura, pero no me los creo, siento que intentan venderme humo y falsa trascendencia. Hay aplausos al final pero notablemente superados por los abucheos. En mi caso, me quedo triste. Había puesto demasiada y fundamentada ilusión en que Malick me hablara del amor y de sus cenizas. Ojalá que recupere la inspiración. Y que no tarde mucho. Solo ha rodado seis películas en 40 años.
Ese presunto volcán emocional de ‘To the wonder’ no te contagia su lava
La directora danesa Susanne Bier, autora de películas que me gustan mucho como Cosas que perdimos en el fuego y En un mundo mejor, alivia un poco mi decaído ánimo después de la decepción que me ha provocado Malick con la amable y tierna comedia Love is all you need. En la deliciosa ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?, Wilder narraba la historia de amor en una isla italiana entre una oronda peluquera londinense y un agresivo empresario norteamericano que han descubierto que sus difuntos padres fueron amantes. Está claro de dónde le nace la inspiración a Susanne Bier para su película. Es legítimo. Aquí son el padre y la madre de una pareja que se van a casar en una isla italiana los que, a pesar de sus complicadas circunstancias, descubren que se han colgado mutuamente. No es una obra maestra, pero sí divertida, ágil y creíble, algo que se agradece en medio de tantas tragedias y forzadas solemnidades.
Nada apasionante que contar de la plúmbea película israelí Fill the void, que se desarrolla entre la comunidad ultraortodoxa de Tel Aviv. Si repasas la gran historia del cine, descubres que estará en deuda permanente con un número apabullante de extraordinarios guionistas, productores, intérpretes y directores que son de raza judía. Pero esa gloriosa tradición no tiene continuidad en el cine que se hace en Israel. Al menos en el cine israelí que veo exclusivamente en los festivales.
Babelia
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