Luis Pérez Oramas: “Hay que desafiar las narrativas canónicas”
El director de la 30ª Bienal de São Paulo, que se celebra a partir del próximo viernes, centra su propuesta en “La inminencia de las poéticas”. Una selección de artistas con los que “mirar al sesgo, desde donde no tenemos el hábito de mirar”
Desde primeros de septiembre hasta principios de diciembre, la 30ª Bienal de São Paulo abrirá sus puertas en una convocatoria que, en medio de un mundo incierto como el que nos ha tocado vivir, ofrece la garantía de ser uno de los eventos culturales más sólidos, la segunda bienal después de la de Venecia, en términos temporales, y, a nivel de novedad en las propuestas, desde muchos puntos de vista por delante del acontecimiento italiano. En esta edición la propuesta del comisariado se va a centrar no tanto en obras o artistas concretos, sino en “constelaciones”, en los vínculos entre diferentes planteamientos, sobre todo en esas relaciones que la historia a veces ha dejado de lado, a un lado. Lo anuncia el título, esclarecedor, que abre posibilidades infinitas para los espectadores: La inminencia de las poéticas.
Detrás de la propuesta, detrás de esa inminencia —“lo que está a punto de acontecer, la palabra en la punta de la lengua, el silencio imprevisto que precede a la decisión de hablar o no hablar”—, se camufla la mirada curiosa y perspicaz de Luis Enrique Pérez Oramas, conservador de Arte de Latinoamérica del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York y comisario de exposiciones como El alfabeto enfurecido. León Ferrari y Mira Schendell, que presentó el Museo Reina Sofía hace apenas un par de años. En esta muestra, delicada, también se vislumbraba la urgencia de lo por acontecer, ese territorio a menudo escurridizo que Pérez Oramas busca y construye como pocos, quizás porque él, sobre todo poeta y autor de libros como Prisionero del aire (Pre-Textos), sabe igual que T. S. Eliot lo que cuesta encontrar cada palabra, aunque se busque —en especial cuando se busca—.
Quizás por eso Pérez Oramas persigue con obstinación en cada proyecto cierto territorio intermedio, frágil e imprescindible, el que no acaba nunca de poder decirse o nunca del todo. Y quizás por eso también en sus escritos vuelve la mirada hacia obras o artistas sutiles como Las Meninas, Cy Twombly o Armando Reverón y Gego, dos de sus artistas fetiche. Es una forma de “mirar furtivo” —título de un ensayo de Pérez Oramas— que él define como “no en secreto, ni con desenvoltura, pero mirar al sesgo, desde donde no tenemos el hábito de mirar”. También como comisario general de esta 30ª Bienal de São Paulo nos propone un mirar furtivo.
Y nos propone mirar a artistas a veces arrinconados por el paradigma impuesto que Pérez Oramas resquebraja en su trabajo diario, en las renovadas salas del MOMA donde poco a poco se van colando los artistas latinoamericanos. “Se trata de desafiar las narrativas canónicas con la intrusión de objetos diferentes”, dice. Porque es un poeta y busca la fractura sutil, no es dogmático y apuesta por un modelo de comisariado que, en su planteamiento de resistencia visual, huye tanto del “comisario etnógrafo —el que sueña con descubrir una etnia perdida—” como “del comisario consumista que va por el mundo con un carrito de supermercado buscando novedades”. Esa búsqueda de aquello que no es obvio y, esencialmente, cierta mirada muy personal definen la propuesta para São Paulo en esta edición.
La idea para el proyecto, que ha llegado a su vida de forma inesperada, dice, surge de una nota que tomó durante una Documenta, hace años, recuerda Pérez Oramas: “Si las prácticas del arte contemporáneo, al menos en nuestro espacio cultural y quizás incluso en otros, son cada vez más de orden discursivo, un despliegue de tesis, ¿por qué no se está planteando la pregunta sobre la discursividad en sí misma? Me sentía perturbado al salir de aquella Documenta y pensaba cómo las viejas preguntas que habían regido desde el Renacimiento —qué es, quién habla, por qué, para quién, sobre qué autoridad…— no tenían ya lugar. Esa fue la idea seminal: por qué no traer, me dije, la pregunta poética al corazón de la Bienal, a la escena de la bienal. ¿Por qué no plantearse el asunto de quién habla, para quién y cómo?”.
Aunque más que de una pregunta se trata de una constelación de preguntas a la manera de Aby Warburg, cuando interroga a La primavera de Botticelli sobre la identidad de la ninfa que entra por un lado de la pintura. “Si para algo sirve el arte —y yo soy de los que cree que sirve para muy poco— es para ayudarnos a convivir con la incertidumbre”, reflexiona Pérez Oramas. La poesía y el arte, que él sitúa en un mismo territorio, se caracterizan porque nadie puede predecirlas, ni explicarlas. “La actitud que requiere el arte es la que nos ayuda a aceptar eso que está a punto de suceder y que desconocemos. Y eso que está a punto de suceder no es sólo la primavera árabe… es la palabra que se va a proferir dentro de un instante y que desconozco”. Entonces cita a Pascal Quignard, una de sus lecturas de cabecera, y la palabra en la punta de la lengua.
Esa palabra en la punta de la lengua es lo que Pérez Oramas anda buscando. Es algo sutil y escurridizo, así que esta bienal no será temática ni estará llena de obras que ilustren un determinado tema. No se sugerirá un tema a los artistas, sino más bien un motivo. “Quiero pensar que el comisariado es un aparato enunciativo que se manifiesta en una voz que puede ser contestada, comentada… pero la voz es una metáfora útil para todas las cuestiones de las que queremos hablar”.
Quizás muchas de estas cuestiones están presentes en la tradición moderna latinoamericana y, sobre todo, brasileña, un arte de mezclas, de maravillosas ambigüedades, de alfabetos enfurecidos, y por eso esta bienal va a ser “muy latinoamericana”, aclara el comisario. “La bienal de São Paulo ha sido históricamente una plataforma para contrastar y consolidar las prácticas artísticas brasileñas y latinoamericanas y del resto del mundo —eso va a continuar en la presente edición. Pero en este caso concreto partimos del principio de que nuestro conocimiento es limitado. Me parece perniciosa la ideología a veces imperante entre el gremio de comisarios —y uso la palabra como cierto sistema de agendas. Esa ideología se empeña en hacernos creer que podemos conocer el mundo entero”.
Así se construyen a menudo los eventos internacionales: se llega a un sitio y se visita lo local a partir de una selección previa que alguien ha preparado, casi una mirada impostada, prestada. El modo de trabajo aquí ha sido el opuesto: el comisario ha seleccionado a los artistas que conoce y que le interesan; que abordan las constelaciones y proponen las preguntas, y los ha invitado de forma personal, visitando los estudios o las fundaciones, en el caso de los artistas fallecidos. “No se puede pensar en una bienal como una especie de Naciones Unidas, sino como un lugar donde se ponen de manifiesto las tensiones constitutivas entre las obras y los diferentes lugares”.
También la selección de los artistas sigue la idea de las constelaciones. Se trata de huir de un proyecto donde se alineen nombres de artistas. “Serán artistas relacionados entre ellos, pero con su espacio dado, aunque siempre en conversación con otros”. Habrá creadores clásicos como Robert Smithson o Kaprow y hasta históricos como August Sander quien, siguiendo el juego de las relaciones, se contrapondrá con su serie de retratos a Hans Eijkelboom, “dos modalidades de principio y final del XX”. En todo caso, buena parte de la estrategia se basará en el rescate de algunos artistas que no han tenido protagonismo en el discurso al uso. Se trata, incluso con los artistas vivos y para citar el caso concreto de Brasil, de salir del “trío Oiticia, Pape y Lygia Clark, y del canon neoconcreto y buscar otras figuras referenciales que son básicas”. Se ha apostado por un arco amplio de creadores: desde un corpus muy contundente del brasileño Arthur Bispo do Rosário —de alguna manera un artista que se podría catalogar como próximo al art brut— hasta Waldemar Cordeiro, referente en los lenguajes neoconcretos y tal vez no lo suficientemente reconocido. Hans Peter Feldman hará un proyecto especial e Ian Hamilton Finlay, muy vinculado con la poesía concreta, será sin duda bien recibido en Brasil, uno de los países con una tradición sólida en este campo. Habrá otras estupendas sorpresas como Maryanne Amacher, la artista norteamericana que trabajó próxima a John Cage, o el conceptual Bas Jan Ader. Y estarán representados artistas de los ochenta, noventa y dos mil que han pasado “debajo del registro de los radares”, como Roberto Obregón o Alfredo Cortina en Venezuela y Juan Luis Martínez en Chile, por citar algunos pocos ejemplos.
Frente al auge del “documento”, tan a la moda, esta bienal parece apostar por cierto regreso a los sentidos, pues “la experiencia estética pasa por los sentidos”, pero de ninguna manera será dogmática: “Eso sería contradecir la noción misma de poética”. De hecho, lo que propone Pérez Oramas para esta edición de la bienal será, más bien, una propuesta para el mirar furtivo.
30ª Bienal de São Paulo. Del 7 de septiembre al 9 de diciembre. www.bienal.org.br
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.