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Honor y gloria a Thelonious Monk

Cuatro pianistas evocaron al ‘sumo sacerdote del bebop’ en el Jazzaldia de San Sebastián El trompetista Enrico Rava brindó una magistral lección de música

Los cuatro pianistas, durante el concierto-tributo a Thelonious Monk en la Plaza de la Trinidad de San Sebastián.
Los cuatro pianistas, durante el concierto-tributo a Thelonious Monk en la Plaza de la Trinidad de San Sebastián. Juan Herrero (EFE)

La cosa se anunciaba como un homenaje a Thelonious Monk. Cuatro pianistas de fuste iban a recordar al sumo sacerdote del bebop del modo en que suelen hacerlo los músicos: interpretando su música. Lo que no está ni bien ni mal; todo depende de cómo se haga. Fue así que la noche del domingo salieron a la escena de la Plaza de la Trinidad los cuatro magníficos en bloque y de sopetón. Kenny Barron y Mulgew Miller, codo con codo, en uno de los pianos; Eric Reed y Dado Moroni, frente a ellos, en el otro. La pieza, Just you, just me, que no es de Monk, pero como si lo fuera, puesto que utilizó sus acordes para componer Evidence.

He dicho que fueron Barron y Miller y Reed y Moroni y es posible que no fuera este el orden y que, en realidad, fueran Barron y Reed, por un lado, y Miller y Moroni, por el otro. O Barron y Moroni y Miller y Reed. Sea como fuere, apenas habríamos notado la diferencia. 40 dedos son muchos, demasiados, como para saber quién toca qué.

La sesión finalizó con los cuatro músicos reunidos nuevamente para el happy end, que consistió en una versión abrumadora de Rhythm-a-ning con aderezos varios (I got rhythm…). De Monk, todo hay que decirlo, hubo más bien poco. Sólo su música, la que tocó y la que compuso. Resulta, sí, que uno puede tocar a Thelonious Monk y no parecerse en nada al maestro. Es el caso de Barron, a quien se tiene como un discípulo directo del susodicho, quien se nos descolgó con una versión de Just a gigolo cursilona a más no poder.

Kenny Barron, Mulgew Miller, Eric Reed y Dado Moroni brillaron en la ‘Trini’

Antes de los pianistas, actuó el baterista Hasier Oleaga con Cantus caterva. Tirando de memoria, con lo que eso significa, es posible que este haya sido el primer conjunto 100% vasco en pisar el escenario principal del festival, y el primero en dirigirse al público en euskera sin subtítulos en castellano. En algún sentido podría hablarse de un All Stars del jazz vasco, con presencia de los veteranos Iñaki Salvador, al piano, y Mikel Andueza, al saxo alto, y los noveles, unos más que otros, Julen Izarra (saxo tenor) y Jon Piris (contrabajo), además del propio Hasier. Estos cinco tocan un jazz contenido y con personalidad, denso y trabajado, acaso algo falto de remos teniendo en cuenta el lugar elegido para el concierto. Puestos a opinar, se me ocurre que muy bien hubiera podido trasladarse a Hasier y los suyos a la sesión jazzístico-gastronómica de mediodía en el Basque Culinary Center y haber puesto a Rava y su quinteto en el lugar de los vascos en la Trini. No parece razonable que el mejor concierto del festival hasta el momento haya tenido lugar allá donde Cristo dio las tres voces. Y menos que tuviera que darse en esas condiciones, con los músicos aplicados a su trabajo, cual corresponde, mientras el personal se divierte entonando un variado repertorio de aleluyas a tres y cuatro voces en loor del lomito de atún del Cantábrico apenas asado sobre lecho de hortalizas con toque de cebolla caramelizada y acompañamiento de vidrios; los de los botellines de cerveza.

Rava, junto con los juveniles miembros de su quinteto, hizo muchas cosas: tocó una música hermosa hasta decir basta; demostró que es posible tocar una balada en jazz sin sonar como Miles Davis y que no todo el jazz italiano parece como si lo acabara de componer Nino Rota; también recordó a Don Cherry a través de una de sus composiciones, Art deco. Rava, 72 años del mejor jazz made in Europe, actuó en la gala patrocinada por la revista Cuadernos de Jazz. Lo mejor del festival. Con diferencia.

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