Cría cuervos...
El plano que abre la película rusa Elena, tercer largometraje de Andrei Zvyagintsev, ejerce de tótem metafórico al tiempo que pone las cartas sobre la mesa sobre su metodología, tanto en el fondo como en la forma. El encuadre muestra un árbol junto a una terraza de una lujosa casa; ramas secas; plano sostenido en el tiempo. ¿Quizá demasiado? No. Tras unos 30 segundos que parecen más, el espectador vislumbra, escondido entre las ramas, a un cuervo que por fin se hace visible. Exactamente igual le puede ocurrir a la familia, de la que habla con evidente decrepitud Zvyagintsev: una institución cuyos miembros igual pueden servir de cobijo en tiempos de penuria que convertirse en alimañas que te saquen los ojos.
Elena
Dirección: Andrei Zvyagintsev.
Intérpretes: Nadezhda Markina, Andrei Smirnov, Elena Lyadova, Alexei Rozin.
Género: drama. Rusia, 2011.
Duración: 109 minutos.
No por casualidad el plano que cierra la película vuelve a ser idéntico, salvo que ya no hay cuervo. ¿El que había ha fallecido durante la película? Eso, sin duda. ¿O quizá sea que todos los que han quedado vivos no son más que cuervos que ahora habitan la casa? Eso, también. Para narrar su tragedia, premio Especial del Jurado en la sección Una cierta mirada del festival de Cannes, Zvyagintsev, austero, simbólico, meticuloso, solo utiliza en momentos contados la música, minimalista, con los instrumentos de cuerda marcando con insistencia el ritmo del corazón, y más como anticipadora del drama que como catalizadora de emociones. Además, envuelve su crónica sobre la familia como tumba en una sobriedad que, en sus mejores momentos, sobre todo tras la muerte del patriarca millonario, se expone en tiempo real, acongojando al espectador mientras sus criaturas sufren el mismo desvarío.
Zvyagintsev habla de la irresponsabilidad de la paternidad poco reflexionada
Como en su ópera prima, la magnífica El regreso (2003), otro estruendo alrededor de la familia, Zvyagintsev nos habla de la irresponsabilidad de la paternidad poco o nada reflexionada y de sus consecuencias, convirtiendo a sus víctimas en cuervos que harán todo lo posible para salvaguardar la existencia de otros cuervos más pequeñitos, pero más salvajes aún, que, aunque ahora sean bebés (como indica el penúltimo plano del relato), pronto serán mayores para conseguir sacarles los ojos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.