Estado de sospecha
'El principio de Arquímedes', de Josep Maria Miró, sorpresa indiscutible en el Grec
Estos días se han estrenado en el marco del Grec barcelonés dos funciones de altura: Dubte (Doubt, 2004), de John Patrick Shanley, en el Poliorama, y El principi d’Arquímedes, de Josep Maria Miró, en la Beckett. La primera es la obra de un autor consagrado, ganadora del Pulitzer y el Tony, y luego llevada al cine con idéntico éxito; la segunda, la confirmación de un joven dramaturgo con mucho futuro (felizmente más “alrededor” que “por delante”, como diría Fernán-Gómez) y que también tuvo galardón: el Premio Born del pasado año. El detonante argumental de ambas es la pederastia, pero diría que su verdadero asunto es el crecimiento de la sospecha como un virus imparable, en la estela que de algún modo inauguró La calumnia (The Children’s Hour, 1934), de Lillian Hellman. En el drama de Shanley, situado en 1964 y del que hablaré la semana próxima, la sospecha toma cuerpo y prolifera a lo largo de varios meses; en el de Josep Maria Miró, que transcurre en un par de horas y en nuestros días, el virus se expande celéricamente por la Red, pero los mecanismos de incubación son muy similares en una y otra.
El principi d’Arquímedes podía haberse quedado en una denuncia didáctica de los excesos de una sociedad en la que todos somos sospechosos potenciales, pero la sabiduría de su composición, la sutileza a la hora de mostrar las tensiones y debilidades de los personajes y la lucidez del diagnóstico la emparentan con el memorable Hamelin de Juan Mayorga. La acción transcurre en los vestuarios de un club de natación. Una niña afirma haber visto a su monitor, Jordi (Rubén de Eguía), besando a uno de los críos. Según ella, en los labios. Según Jordi, fue un simple beso en la mejilla para tranquilizar al niño, que estaba asustado y no quería saltar al agua. En una guardería cercana ha habido un caso de pederastia y los ánimos están encrespados. David (Santi Ricart), un padre furioso, exige responsabilidades a Anna, la directora (Roser Batalla). El cuarto personaje se llama Hèctor (Albert Ausellé) y es otro monitor de natación, compañero de David, al que Anna hace partícipe de sus sospechas. Entre tanto, la afirmación de la niña ha encontrado eco en la página de Facebook de los padres: “Es normal”, dice David, “que nos preocupemos por nuestros hijos”.
La obra transcurre en tiempo real, fulminante como una tragedia de Racine (o de Mamet, quizá su influencia más clara), pero con una estructura singular: el tiempo corre lineal en las escenas impares y retrocede algunos minutos en las pares para mostrar lo que sucedió antes. Tardé un rato en darme cuenta de que esa disposición, similar a la de algunas teleseries (Damages, The good guys, etcétera) no era tan solo un mecanismo narrativo para incrementar el interés, sino que tenía también una intención moral, como si en las escenas pares el autor (que también dirige la función) nos estuviera diciendo: “Esperen un momento: han juzgado apresuradamente, han entrado a mitad de una conversación. Se han formado una opinión por unas cuantas frases, por unos tonos, unas alusiones. Veamos ahora el cuadro entero, como en una moviola”. En las escenas impares nos sentimos como Rosencrantz y Guildenstern en la comedia de Stoppard, atisbando tras una cortina las intrigas de Elsinor, incomprensibles para alguien que acaba de llegar a la corte, mientras que en las pares reevaluamos, al completarlas, nuestras impresiones iniciales. Así, para citar un solo ejemplo, la directora nos parece áspera y autoritaria a las pocas réplicas y nos ponemos en su contra, pero al rato vemos la escena precedente, donde ha defendido a Jordi frente a la ira del padre visitante, y nuestra valoración se modifica. El escenógrafo Enric Planas ha ideado una espléndida manera de plasmar ese constante cambio de enfoque. Tras cada oscuro, el decorado parece haber girado sobre sí mismo: lo que antes veíamos a la derecha (las duchas) pasa a estar a la izquierda, donde estaban las taquillas, y viceversa. ¿Cómo lo hacen? Se diría un acto de magia y de algún modo lo es: ambos laterales están duplicados, y se ocultan o se muestran por un sistema de paneles que se deslizan, silenciosamente, sobre rieles.
El autor y director ha dibujado, muy sabiamente, a un héroe que no se gana nuestra adhesión instantánea
Josep Maria Miró ha dibujado, muy sabiamente, a un héroe que no se gana nuestra adhesión instantánea. Jordi es un niño malcriado, caprichoso, lenguaraz, pagado de sí mismo, y cuya profunda ingenuidad a ratos roza la bobería. El dramaturgo nos hace advertir también cómo los frutos de esos defectos menores se agigantan ante la ausencia de hechos verificables: una mentira trivial, unas chanzas machistas, un bañador infantil recogido y olvidado en la taquilla, irrelevantes en otro contexto, resultan, vistos “en moviola”, capitales a la hora de decantar el juicio. Todo acaba sumando: los miedos de quienes miran, los rencores acumulados (Jordi es el preferido de los niños) pero, por encima de todo, la presunta diferencia del acusado. En una escena tan breve como contundente, Miró nos muestra que en “estado de sospecha” la primera víctima es el derecho a la privacidad, y así Jordi es requerido para que “confiese” su orientación sexual y si tiene o no “pareja estable”, y su hundimiento comienza cuando comprende, a) que los inquisidores no son los padres, sino la gente con la que lleva trabajando cinco años y b) que negarse a contestar supone una inmediata incriminación. “Estoy asustado”, dirá Jordi cuando sobrevenga el terrible final. “Todos. Todos lo estamos”, susurrará Anna al constatar que no ha sido capaz de detener la rueda.
Escrita y dirigida con nervio y con eco, sin una gota de grasa retórica, e interpretada con admirable precisión por sus cuatro protagonistas, El principi d’Arquímedes es la sorpresa indiscutible de este Grec y una de las mejores funciones que he visto últimamente. Pide a gritos una reposición en temporada y una gira por España: puede y debe tener un gran éxito. Y vean también Dubte, con otro estupendo cuarteto (Rosa Maria Sardà, Ramon Madaula, Mar Ulldemolins y Nora Navas) en una sobria y poderosa puesta en escena de Sílvia Munt: la próxima semana se lo cuento.
Dubte, de John Patrick Shanley. Traducción de Joan Sallent. Dirección de Sílvia Munt. El principi d’Arquimedes. Texto y dirección de Josep Maria Miró i Coromina. Festival Grec. Hasta el 29 de julio. grec.bcn.cat.
Babelia
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