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CRÍTICA: 'LOS NOMBRES DEL AMOR'

El amor y la guerra

Hay algo en este segundo largometraje de Leclerc que recuerda poderosamente al Alain Resnais más lúdico y boulevardien: una libertad narrativa y un desvío tonal

Fotograma de la película 'Los nombres del amor'.
Fotograma de la película 'Los nombres del amor'.

El cineasta francés Michel Leclerc debutó a principios de los ochenta con un documental para televisión alrededor de la figura de Alain Resnais y, ahora, Los nombres del amor parece lucir con orgullo la influencia del más excéntrico e imprevisible maestro de la Nouvelle vague. Hay algo en este segundo largometraje de Leclerc que recuerda poderosamente al Resnais más lúdico y boulevardien (y, en particular, al de Las malas hierbas): una libertad narrativa y un gusto por el desvío tonal aplicado a una revisión de la screwball comedy, con la consabida reacción atómica que surge cuando un agente provocador femenino se estrella contra un personaje masculino paralizado por la timidez, la inmadurez y el prejuicio, activándolo para una nueva coreografía de la guerra de sexos.

LOS NOMBRES DEL AMOR

Dirección: Michel Leclerc.

Intérpretes: Jacques Gamblin, Sara Forestier, Zinedine Soualem, Caroline Frank, Jacques Boudet.

Género: comedia. Francia, 2010.

Duración: 100 minutos.

También tiene algo Los nombres del amor de esas historietas satiricas que firmaba Gérard Lauzier en los años ochenta, donde la herencia del 68 y las imposturas de la burguesía libraban irresistibles pulsos en la pendiente del ridículo. Los abusos sexuales en la infancia, la carga de culpa colonial de la nación francesa, el Holocausto y la gripe aviar son algunos de los ingredientes de alto riesgo que maneja esta, en apariencia, improbable historia de amor entre una joven, exhibicionista y concienciada, entregada a la conversión de fachas a través del sexo y el veterinario que lleva toda una vida respetando tabúes y acumulando represiones. Los personajes rompen constantemente la cuarta pared, hablan con sus propias versiones juveniles e inyectan constantes cargas de electricidad a un conjunto refrescante, seductor de principio a fin.

En los créditos finales, el espectador descubre algo sorprendente: en realidad, hemos visto una película autobiográfica que narra —se supone que tomándose bastantes libertades— el flechazo entre el propio director y su co-guionista y compañera de viaje, Baya Kasmi. Los dos cantan a dúo la canción de esos créditos finales, como unos Pimpinela incuestionablemente franceses.

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