El embrujo del espacio
Mañana finaliza, con un concierto dirigido por Tugan Sokhiev, la 61ª edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, que ha cosechado este año un índice de ocupación global que oscila entre el 93% y el 95%. No está nada mal para estos tiempos que corren. Es el de Granada el festival de los espacios con encanto, el de los “marcos incomparables” como se decía hace unos años. Y, en efecto, escuchar un recital de la violista Tabea Zimmermann con la pianista Silke Avenhaus en el Patio de los Arrayanes es uno de esos placeres que hacen entrar al espectador en estado de éxtasis espiritual. Sea en Marchenbilder, de Schumann, o en la versión instrumental de los Sieben fruhe lieder de juventud de Alban Berg, sea en los inspirados fragmentos de Kurtág o en la maravillosa y proustiana Sonata en la mayor, de César Franck, adaptada para viola, la magia de la música se adueña hasta del último rincón del recinto. Si me apuran, hasta la presencia de un gato campeando a sus anchas por el espacio, el canto de los pájaros y los sonidos susurrantes del vecino Albaicín añadían un punto más de magnetismo poético al recital. Zimmermann estuvo inconmensurable a la viola y Avenhaus no se quedó atrás en su imprescindible función de dialogadora desde el piano. Pura música, entrañable atmósfera, deliciosa interpretación, temperatura agradable. ¿Qué más se puede pedir?
En el Palacio de Carlos V, con exposiciones de Sorolla o Scully y con el interesante Museo de la Alhambra, se presentaba por primera vez el granadino Pablo Heras-Casado con la Orquesta Barroca de Friburgo. Era la hora de demostrar que lo de “nadie es profeta en su tierra” no tiene por qué ser de obligado cumplimiento. El joven director salió a comerse el mundo con obras orquestales de Mendelssohn y Schubert. Sin batuta, sin partituras. Su versión del Sueño de una noche de verano del primero fue antológica, haciendo honor a lo que estaba viviendo. No menos magistral resultó la lectura de la Tercera sinfonía de Schubert. En la Cuarta del mismo autor, sin embargo, hubo algunas pérdidas de intensidad o, si se prefiere, una disminución de la concentración, que propició leves fallos individuales dentro de una prestación global de mucho mérito. La Orquesta Barroca de Friburgo estuvo entregada en todo momento, aportando un sonido camerístico y recogido que iba de fábula al planteamiento directorial de Heras-Casado. El director español, que venía de grabar en Baden Baden un Donizetti con Rolando Villazón, no defraudó. Al contrario. Mostró un grado de evolución muy estimable en un repertorio que siempre deja al descubierto las insuficiencias. Este verano actúa en la cátedra del Festival de Lucerna al frente del Ensemble InterContemporain de París con un programa que contempla obras de Manoury, Jarrell y Shepherd, nada menos. En Granada ha hecho fácil lo más difícil. El público asistente así lo ha visto propiciando con sus aclamaciones la repetición de un fragmento de Mendelssohn para cerrar este concierto simbólico. Del resto del Festival hay que subrayar la inauguración a cargo de Josep Pons —con la asistencia de S. M. la Reina de España—, del recital de la cantaora Carmen Linares o la música sacra antigua en el monasterio de San Jerónimo. La nueva dirección del festival ha cumplido en este año de transición. El año próximo será, ya sin herencias, el de su hora de la verdad.
Freiburger Barockorchester
Director: Pablo Heras-Casado. Tabea Zimmermann (viola) con Silke Avenhaus (piano). Obras de Mendelssohn, Schubert, Kurtág y Franck, entre otros. Palacio de Carlos V y Patio de los Arrayanes. Alhambra.
Hasta el 8 de julio
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