_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Galiardo

David Trueba

Contar anécdotas de Galiardo se convirtió en un género de literatura oral, que conquistó a varias generaciones. La sorpresa, lo imprevisible y la enorme fortaleza de este actor lo alzó hasta el repertorio común, algo solo reservado a los grandes, de quienes se seguirán contando hazañas mucho tiempo después de muertos. En Juan Luis Galiardo se daban cita varios elementos maravillosos. Una sinceridad impúdica y liberadora que le llevó a romper el espejo para hablar sin tapujos del papelón de galán joven, del triunfo y de la decadencia. Lo contrario de los profesionales de cristal, que se protegen tras la máscara profesional, Galiardo era capaz de involucrar al resto del mundo en el funcionamiento de sus intestinos, pero también en su lucha contra las más diversas patologías, mostrando la fragilidad tras su intenso vigor. Provocaba las carcajadas más sanas con el argumento incontestable de derribar lo impostado.

 Su segunda vida, recompuesta tras regresar del infierno, le empujó a producir y protagonizar la serie Turno de oficio, que en los alrededores de 1987 elevó la ficción nacional para la pequeña pantalla a un nivel poco frecuentado. Unido al personaje en la película El vuelo de la paloma significó el paso definitivo hacia su italianización, convirtiéndose en el hermano español de aquellos actores que certificaron el esplendor de la comedia italiana como Sordi, Gassman, Mastroianni o Ugo Tognazzi. Azcona y García Sánchez le sirvieron papeles a la medida, que compaginaba con la ruleta del prestigio en la carrera de un actor que hizo de secundario bajo el nombre de John Galy, que fue galán superdotado y, consecuentemente, Don Quijote.

Auténtico pata negra, Galiardo era un pozo de contradicciones, todas extremadas, un espectáculo en sí mismo que alcanzó tales cotas de expresividad que en los últimos años se convirtió seguramente en el tipo que daba mejores entrevistas de España. Y así el anecdotario a su alrededor fue creciendo, para goce de quienes aprendimos a adorarlo desde el día en que en un acto público, rodeado de autoridades, agradeció el discurso plomizo de uno de ellos, que aseguraba haber sido su compañero de pupitre, con un lacónico: “Claro que me acuerdo de ti, hombre, si ya eras así d tonto desde el colegio".

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_