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Santander persigue el ‘efecto Guggenheim’

Renzo Piano explica su proyecto para el Centro Botín, un edificio para la cultura que cambiará la fisonomía urbana de la ciudad y que ya es objeto de controversia

Elsa Fernández-Santos
Recreación virtual de la primera línea de mar de Santander, con el futuro Centro Botín al fondo.
Recreación virtual de la primera línea de mar de Santander, con el futuro Centro Botín al fondo.FUNDACIÓN BOTÍN

El cielo gris que ayer cubría Santander es para el arquitecto genovés Renzo Piano el manto perfecto para el futuro Centro Botín. Diseñado por él, el edificio cambiará sustancialmente la fisonomía de esta ciudad inequívocamente norteña, que gracias a esa luz plata (“muy sutil, que llega del lugar adecuado: el sur”) lucirá con todo su “generoso” esplendor. “Porque ya no es el tiempo para los excesos ni para la retórica en la arquitectura”, dice Piano. “Esta crisis es mala para los hombres pero buena para las construcciones, las volverá más morales, más sabias y más honestas”.

El edificio será una estructura voladiza que literalmente se suspenderá en el aire para abrirse al mar y estará recubierto de 360.000 piezas de cerámica de un color perla nacarado. Para su creador, una obra alejada de cualquier arrogancia. “No es un edificio de grandes dimensiones”, afirmó Piano durante una conversación con EL PAÍS, “su tamaño y presupuesto son pequeños, lo importante es su intensidad, su tensión, su poesía”.

Maestro de la clase de materiales que no se compran, esa luz y el agua que penetran con la parsimonia de una laguna en la bahía son los dos elementos que han condicionado la obra de Piano. La cerámica fue una decisión de última hora, tras descartar el cemento y el metal: “Es un material tradicional que envejece maravillosamente”. El arquitecto italiano explicaba estos detalles ayer, durante una comida con un grupo de periodistas para desentrañar más en detalle el proyecto. Y después de que Emilio Botín, presidente de la Fundación Botín, expusiera de una manera algo más ruda, sin echar mano de sutiles metáforas medioambientales, los datos que acompañarán a la ejecución de este proyecto: costará 77 millones de euros, se construirá en 20 meses, creará 1.400 puestos de trabajo, se invertirá un presupuesto anual de más de 12 millones, y recibirá, según las estimaciones de sus impulsores, en torno a 200.000 visitantes al año.

“Es nuestro proyecto más social, el que tiene más capacidad de crear riqueza cultural y económica”, señaló el banquero con cierto orgullo, mientras una docena de manifestantes de la plataforma DEBA en defensa de la Bahía de Santander reclamaban atención a lo lejos con una pitada y una cacerolada que acompañó al acto de apertura de las obras.

El arquitecto Renzo Piano, ayer en Santander mientras explicaba el proyecto del Centro Botín.
El arquitecto Renzo Piano, ayer en Santander mientras explicaba el proyecto del Centro Botín.PABLO HOJAS
La obra será una estructura voladiza suspendida en el aire y abierta al mar

En los últimos meses las quejas de los vecinos de la ciudad han modificado el proyecto en dos aspectos importantes. Por un lado, se ha desplazado el edificio para respetar la ubicación de la Grúa de Piedra, todo un icono del puerto de la ciudad que en un principio se iba a cambiar de lugar. Por el otro, no será un puente el elemento que comunique el centro y el puerto, sino un túnel subterráneo que enterrará el tráfico de la zona y permitirá el desarrollo de un nuevo parque en la ciudad.

Estos cambios no son para Piano concesiones, sino que forman parte del pulso lógico que enfrenta a todo arquitecto con las ciudades en las que proyecta sus ideas. Hijo de un constructor del que probablemente heredó el pragmatismo, Renzo Piano, que se declara también descendiente de las ensoñaciones industriales del diseñador y arquitecto francés Jean Prouvé, capea con firmeza los temporales: “Crecí en los sesenta. Estoy acostumbrado al ruido y a la polémica. Necesitamos debates, aunque sean irritantes, o mejor aún si lo son. Aunque no creo en los enfrentamientos, sí creo en las discusiones. Yo he escuchado las voces de todos los ciudadanos, y no solo las de los que gritan. Todas las ideas eran importantes pero escuchar no significa obedecer. Finalmente, uno debe hacer lo que cree que debe hacer. Los cambios que hemos hecho son buenos para todos”.

Persiguiendo el efecto Bilbao y sumándose a ese eje de arquitectura que hoy conforman el Kursaal de San Sebastián, de Rafael Moneo, el Centro Niemeyer de Avilés, de Oscar Niemeyer, y el Guggenheim Bilbao, de Frank Gehry, el futuro Centro Botín pretende poner a Santander en ese mapa de ciudades abiertas al futuro y a la vanguardia estética. Piano, que en los años setenta logró que el Centro Pompidou de París, creado junto a Richard Rogers, cambiara los usos y costumbres de los centros de arte, asegura que para él esto no es una competición: “Aquí nadie piensa en ser mejor que nadie sino en hacer un buen y bello edificio. No hay competición, solo lealtad a lo que uno hace”.

Defensor de la arquitectura como arte público, sin valor alguno si la gente no lo integra a su vida y en sus emociones, para Piano (cuya Torre Shard en Londres, la más alta de Europa, también ha resultado una copiosa fuente de polémicas) todo edificio es un relato: “Ser arquitecto es una profesión peligrosa, los errores están ahí para quedarse, pero hay que asumir riesgos. Los edificios son como hijos, hay que esperar a que echen a andar para saber qué será de ellos, para saber si finalmente serán aceptados. Al principio, las ciudades se resisten a los cambios, pero toda ciudad es una gran invención y yo estoy aquí para buscar historias nuevas y diferentes, no para repetir siempre el mismo cuento”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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