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Sónar: la crisis, con electrónica entra

Flying Lotus y Daedelus estrenan la primera jornada del Sónar

Daniel Verdú
El artista Flying Lotus, en un momento de su actuación en el Sónar.
El artista Flying Lotus, en un momento de su actuación en el Sónar.MASSIMILIANO MINOCRI

Todo debe de responder a esa heroica y vieja idea de seguir bailando hasta que desfallezca el último músico. O hasta que el sudoroso cuerpo aguante (y la economía nacional). Quizá ayude ese 60% de público extranjero que recibe el festival o el continuum hedonista que transpiran los tres días de evento. Pero ayer, en medio del apocalipsis financiero de España, no hubo rastro de abatimiento o melancolía en el arranque de la 19ª edición de Sónar. Al contrario. El festival ha agotado las entradas para su modalidad diurna de hoy y mañana y va camino de hacerlo también para las dos noches. En 19 años ha sorteado todo tipo de modas sonoras y ahora que todas las discográficas quieren tener a un artista de electrónica (un DJ o algo que se le parezca, les da igual), el evento sigue su curso como aislado recuerdo de aquella Cataluña moderna y europeizada. Si había duda del componente glocal de festival, el mismo Jordi Pujol anduvo ayer de por la zona VIP charlando, suponemos, que de ninguna escena musical emergente ni del atractivo superpoblado cartel con el que se abrió la primera jornada.

Justo al lado del Molt Honorable, transcurrió durante todo el día el showcase de los artistas del sello angelino Brainfeeder, dirigido por el carismático Flying Lotus. Erigido en salvador de la electrónica hace dos años cuando lanzó su Cosmogramma, desembarcó ayer con tratamiento de estrella. Productor y consejero en asuntos de vanguardia electrónica de artistas como Thom Yorke o Erykah Badu, tocado con ese aura de distinción que concede pertenecer al linaje de los Coltrane (Alice Coltrane era su tía), atrajo a casi todo el aforo hasta el escenario principal del recinto, ese gran patio que forman los muros de dos museos y una universidad y que otorga al Sónar ese aire entre artístico y urbano que lo define.

Steven Ellison (su nombre real), una bestia sobre el escenario emparedada entre dos enormes monitores, apareció con camiseta de tirantes y una carcajada perenne para entremezclar su viejo álbum con fragmentos de lo que tiene en el horno con Warp. Quizá el sonido estuvo apagado al principio (el escenario Village sonó un poco flojo), pero se fue haciendo con el control de un asunto, una mezcla imposible de hip-hop abstracto, jazz y potentes y rugosas líneas de bajo (perdón por la ensalada), que nada tiene que ver con los fáciles ritmos 4x4 que tardaron ayer en asomarse. De hecho, a media tarde algunos corrieron a buscarlos al mercado de la Boquería, donde como el año anterior, Richie Hawtin ofreció un set secreto entre berenjenas y pimientos.

Lo más parecido a eso fue la actuación de Totally Enormous Extinct Dinousaurs (tocado con un traje de plumas y escoltado por unas marcianas coristas), que sí recurrió a los cánones de siempre para poner al público a bailar con su digitalizada visión del house. Y funcionó, aunque la potencia del sonido no acompañara del todo. Acaba de lanzar su primer disco con una major y representa con nitidez ese ávido interés del mainstream por hacerse con artistas de música electrónica que jamás habrían sonado en un programa de radio fórmula.

Son auténticos, baratos de sacar de gira y sencillos de producir; además funcionan tanto para la pista de baile como para hacer anuncios (para muchos, Totally… se dio a conocer en un spot de Nokia). Qué más podría pedir la quejumbrosa industria discográfica.

Poco antes, el estadounidense Daedelus, con su Archimedes Show, estrenó los bajos del sistema de sonido del Sónar Hall (la recepción subterránea del CCCB es el lugar donde mejor se escucha la música en el Sónar de día). Se plantó en el escenario con un artefacto de 24 espejos móviles que rebotaban disparos láser construyendo un juego de reflejos y destellos geométricos que dibujaban perfectamente su música. Algo así como un cubo rubik de textura y ritmo desquiciadamente asimétrico que, vestido con su chaqueta tres cuartos y una corbata, armó y desmontó casi a la manera jazzística de Flying Lotus. La fantástica sala, que cada año se queda pequeña en las actuaciones más destacadas (para ver hoy a John Talabot más vale ya ir cogiendo sitio), estaba a primera hora hasta arriba. Lo mismo que cuando Mostly Robot, un supergrupo de cinco músicos liderado por la voz soul de Jamie Lidell y unas bases muy ochentas, demostró que es complicado montar una banda con este cantante y no sonar, simplemente, a Jamie Lidell.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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