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PURO TEATRO
Columna
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Cómo está el servicio

Éxito grande de 'Las criadas', de Jean Genet, montada por Pablo Messiez en Cuarta Pared, con Bárbara Lennie y Fernanda Orazi, aunque el 'tour de force' de Tomás Pozzi casi reconvierte a la función en 'La señora'

Marcos Ordóñez

El éxito de Las criadas en Cuarta Pared ha sido tan grande que lamento doblemente decir que la función no me ha tocado. Lo lamento, ahora que lo pienso, por partida cuádruple, porque admiro muy mucho los talentos de Pablo Messiez, adaptador y director, y de Bárbara Lennie, Fernanda Orazi y Tomás Pozzi, sus formidables actores. Un póquer de campanillas que, a mi modo de ver, aquí no suma: intentaré explicarlo. Las criadas es una parábola negra sobre la interiorización del poder (y cómo dicha interiorización conduce a la muerte). Es también una tragedia a la francesa, o sea, contada con el gran estilo (helado, imperial) que impuso Racine. Víctor García la montó a caballo entre la tragedia y el oratorio: funcionaba de perlas. En manos de Mario Gas parecía un thriller de Fassbinder barnizado por el Chabrol más ceremonial, y también funcionaba. Pablo Messiez la ha instalado en la actualidad y en el naturalismo (un naturalismo exasperado, con poderosos elementos de farsa) y el suflé no sube. Para empezar, el espacio es demasiado vago, incierto. Las criadas de Genet están en la alcoba de la señora, a la que adoran y odian. En su ausencia, han tomado posesión de ese lugar, tan magnífico como opresivo. En el espectáculo de Messiez no sabemos dónde estamos: hay una camurria, un aparato de música, y mucho aire por los lados. Solange y Claire no pueden permitirse escapatorias. No pueden ponerse a bailar una cumbia, como aquí hacen. Todas sus fugas han de ser imaginarias, y con la señora en su centro. Y tampoco deberían, esencialmente, coloquializar el lenguaje, porque lo coloquial rebaja su vuelo alucinado, casi sonámbulo. “Febril” sería la palabra justa: releo el texto de Genet y veo a dos monstruos que vuelven a la infancia, una tarde de sábado, cuando con los ojos brillantes y la cabeza disparada jugaban a disfrazarse con las ropas de su madre. Algo hay de ese juego de niñas en el primer cuadro, sobre todo en la pureza de Bárbara Lennie cuando interpreta a Claire fingiéndose señora. Luego volveremos a ellas, porque acaba de entrar Tomás Pozzi, y con él entra un vendaval y también un gran problema. De hecho ha aparecido al principio para decirnos, con palabras de Messiez: “Ese ventilador es una ventana, y no digo que es como una ventana, digo que es una ventana. Y yo soy una mujer hermosa”. Vale, aceptamos la convención, pero no podemos evitar preguntarnos por qué. O por qué la señora es un actor, y por qué son actrices y no actores quienes interpretan a las criadas. ¿Quiere decirnos Messiez que el poder es siempre masculino? Cuestiones despistantes, signos confusos, como esos enigmáticos pasillos que Solange y Claire dibujan en el suelo con ramos de margaritas: ¿juegos infantiles o metáfora oculta? Pero más nos despista la arrolladora interpretación de Pozzi en clave cómica, un verdadero tour de force que a los más viejos del lugar les recordará a la Madame Petaloderosa de José Carlos Plaza en Oh papá, de Kopitt. Pozzi es una turbina, brillante y divertidísima, que imprime una retorcida verdad a ese registro high camp y se lleva la función pero no debería llevársela: se llama Las criadas, no La señora. Y la señora no es, me parece a mí, un personaje de Copi. A mí me priva esa tonalidad como al que más, pero ya Genet advirtió en su prólogo que “il ne faut pas l’outrer dans la caricature”, o sea, que no conviene exagerar a la madame. Los riesgos parecen obvios: la claustrofobia, que ya estaba bastante adelgazada, desaparece por completo. Y el terror que presuntamente inspira a sus sirvientes. Y la angustia por la decisión del asesinato. Ves a esa señora tronchante y no te tragas que “la rabia de estas criadas”, como dice Messiez en el programa de mano, “es la de todo aquel que se ha visto sometido a la lógica impune de algún superior”. ¿Lógica impune? No cuadra su rendida admiración, ni mucho menos su voluntad de apiolarla: a una dama tan mochales se la pueden meter doblada cada vez que quieran. Y un último busilis nada despreciable: Pozzi está tan gracioso que cuando abandona la escena es casi inevitable decirse: “¿Ya no saldrá más? ¿Y ahora hemos de quedarnos aquí con las obsesiones de estas pelmazas?”. Veo, pues, dos obras: el monólogo à la Copi y la historia de unas mujeres (hermanas, pero también esa convención salta por los aires) que, tal como nos las pintan, acabarían fatal, con o sin señora. No veo las líneas de fuerza, los alambres eléctricos que atan a los tres personajes.

Volvamos a ellas: en una apenas advierto conflicto, y en la otra los veo todos en tropel. Que Stanislavski me perdone, pero no logro creerme la decisión última de Claire, no con toda esa luz en la cara y en los ojos de Bárbara Lennie. Tal como lo sirve, no veo que le pase nada tan gordo a su personaje. Hay una extraña opacidad en su trabajo: como le vi tormento y pasión a raudales en La función por hacer y en Veraneantes, solo puedo pensar que Claire no le va o que Messiez no ha conseguido sacarle esa fuerza en el tercio final. Le paso el mochuelo porque es el director, y porque tampoco entiendo decisiones como la de mantenerla de espaldas durante el largo monólogo de Solange/Orazi: no pillo esa repentina disociación. Y tampoco Fernanda Orazi me convence. Lo de los conflictos excesivos: yo no contrataría a una criada como ella. Da demasiado miedito. Miedito instantáneo: hasta la loca de su ama advertiría que tiene más peligro que Landrú. Si pido más (más freno, más matices) es porque Orazi es otro fenómeno de la naturaleza, y la he visto volar muy alto en los anteriores espectáculos de Messiez. Aquí me pareció insólitamente sobreactuada, y a ratos escupiendo el texto a la velocidad de la luz, como si quisiera sacárselo de encima. Cuando digo sobreactuada me refiero a que veo a la actriz por encima del personaje, exhibiendo sus poderes. Quizá por eso, por contraste, me parece mucho más convincente cuando se amilana ante la señora, cuando se remansan por un rato su furia y su peligro y salen a luz, hermanos secretos, la sumisión y el miedo. Recomendación: no se pierdan el Cyrano que Oriol Broggi ha montado en la cripta de La Perla, con un fantástico Pere Arquillué. Reserven ya, porque está lleno a rebosar. En breve se lo cuento.

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