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LA LIDIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Premio a la verdad

Urdiales, Ferrera, Aguilar. La corrida de Victorino Martín, de vuelta a su casa después de dos años de ausencia, mantuvo el interés con un aprobado alto

Antonio Lorca
Alberto Aguilar en su primer toro.
Alberto Aguilar en su primer toro.CRISTOBAL MANUEL

La corrida de Victorino Martín, de vuelta a su casa después de dos años de ausencia, mantuvo el interés con un aprobado alto, a pesar de que predominó la mansedumbre, la sosería y la falta de clase. Pero hubo toros, y algunos metieron la cara y vendieron a alto precio sus vidas.

Claro que eso se nota cuando hay un torero en la plaza que llega con las alforjas llenas de ilusión, el corazón henchido de valor y con la firme disposición de jugarse la vida para ganar la gloria. Solo así se obliga a los toros a dar todo lo que llevan dentro, si es que albergan algo en su interior, a romperse ante el pundonor del torero que les hace frente y a reconocer la victoria de quien viene a triunfar y triunfa a pesar de todo.

Toros de Victorino Martín, correctos de presentación y juego desigual; primero y tercero, encastados; desclasado y peligroso el segundo; mansos y sosos cuarto y quinto; manejable el sexto.

Antonio Ferrera: -aviso- dos pinchazos y estocada caída (palmas); metisaca, cuatro pinchazos –aviso- y bajonazo (silencio).

Diego Urdiales: pinchazo, media en los bajos –aviso- y estocada (silencio); pinchazo y estocada –aviso- (silencio).

Alberto Aguilar: estocada (oreja); media y dos descabellos (vuelta al ruedo).

Plaza de las Ventas. 8 de junio. Tercera corrida de feria. Más de tres cuartos de plaza.

Eso fue, más o menos, lo que ocurrió ayer con Alberto Aguilar, un hombre que no está en el circuito de las grandes ferias, que torea poco, pero que tiene un valor que asusta, una ambición sin límites y, es más, un hondo concepto del toreo.

Brindó al público la muerte de sus primer toro, blando de remos, que no presagiaba nada bueno en la muleta. Se dobló con él en el inicio y el animal recortaba el viaje; pero plantó las zapatillas el tal Alberto, le mostró la muleta planchá, y dijo que de allí no se movía. Y se pasó al toro por el lado derecho muy cerca de la taleguilla, con una desmedida ambición de ganar la pelea a un animal que le plantó cara y no parecía dispuesto a dejarse ganar la pelea. Aguantó el torero tarascadas cuando lo pasaba con la mano izquierda, de esas que te quitan de enmedio, pero convenció a su oponente que el mando era suyo. Era evidente que se estaba jugando la cogida, que parecía inminente la voltereta, pero ahí seguía seguro, firme, con el arrojo y la raza de los toreros heroicos. Y, al final, con la plaza ya conmovida por su poderío, convenció a todos, al toro el primero, de que la victoria era suya. Unos ayudados finales preñados de torería fueron el preludio de una gran estocada y de la oreja ganada a ley que paseó entre la aclamación popular.

Y este Alberto Aguilar es pequeño de estatura, no se le reconoce si se le ve por la calle, pero ayer fue el espejo del diestro grande y poderoso, capaz de someter a un toro que plantea dificultades y erigirse en vencedor. Y esa merecida oreja fue el premio a la verdad; a la verdad del valor, del poderío, del arrojo y el pundonor de los toreros auténticos.

Pudo repetir la hazaña en el sexto, que tampoco ofreció facilidades, pero tardó mucho, quizá, en convencerse de que el pitón izquierdo era el bueno; cuando cayó en la cuenta se cruzó al pitón contrario y dibujó varios naturales de excelsa categoría. Media estocada y dos descabellos enfriaron los ánimos, pero ahí quedó la gesta de un valiente artista.

OVACIÓN: Alberto Aguilar tuvo ayer entreabierta la puerta grande por su contrastado valor, su ambición y su honda concepción del toreo.

PITOS: Las reconocidas facultades de Ferrera no sirvieron para que colocara un solo par de banderillas asomándose al balcón.

El peor lote fue para Urdiales, que aguantó estoico la pésima condición de su primero y se metió entre los pitones del descastado quinto.

Y Ferrera se encontró con el primero de la tarde, que fue de menos a más; reservón en los inicios de faena, y largo, humillado y fijo en su embestida después. Alguna tanda resultó meritoria, pero mientras el animal arrastraba el hocico, el torero no fue capaz de caldear el ambiente con su toreo despegado. Aplomado fue el cuarto, y a los dos los banderilleó a toro pasado, y mató de fea manera.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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