Un país cuartelero
Zanjemos el espinoso y demasiado extendido asunto de “se hacen demasiadas películas sobre la Guerra Civil” en las primeras líneas para poder pasar a asuntos más importantes: se hacen unas 150 películas españolas cada año, entre tres y seis sobre la contienda, entre ficciones y documentales; no parecen muchas, ¿verdad? Aun así: ¿y qué si fueran muchas? Lo importante no es que sean muchas o pocas, es que sean buenas o malas.
Aclaremos, de todos modos, que Miel de naranjas, regreso del veterano Imanol Uribe tras cinco años sin dirigir, es una obra sobre la posguerra civil (años cincuenta) y, sobre todo, que por el tono utilizado hay más de intriga de espionaje y de drama romántico que de crónica política y de tragedia social. Aunque, claro, tratándose de una historia ambientada en los alrededores del despacho de un juez militar, se cuele por las rendijas la amarga situación de un país cuartelero, espantado y hambriento. El libreto de Remedios Crespo, premio SGAE de guión en el año 2009 y germen de la producción, tiene desparpajo, cariño por sus personajes y una sorprendente naturalidad para aunar historias de ambos bandos (tanto de los represores como de los reprimidos) en las que, sin cargar las tintas, se huelan la podredumbre moral y la irresistible tendencia a la apatía social. Aunque, eso sí, quizá no le hubiese venido mal algún diálogo más en el que, sin caer en maniqueísmos ni discursos, se profundizara en la reflexión político-social, sobre todo para rodear a algunos de los personajes de una hondura mayor.
'Miel de naranjas'
Dirección: Imanol Uribe. Intérpretes: Iban Gárate, Blanca Suárez, Karra Elejalde, Carlos Santos, Eduard Fernández.
Género: intriga política. España, 2012.
Duración: 101 minutos.
Por su parte, Uribe imprime profesionalidad, pulcritud y certeza en su realización; se agradecen los directores con oficio, y el autor de obras tan importantes como El rey pasmado, Días contados y Plenilunio lo tiene. Pero, lástima, nunca llega la garra, la sorpresa o la incomodidad. La cámara siempre está donde debe, los cortes de montaje, donde suelen, pero nada se sale del carril marcado de lo que en su día emocionó por clásico y ahora redunda un tanto por reiteración. De modo que, a pesar de un error de casting (más que de interpretación en sí misma) que conlleva la improbable representación de la doble cara de uno de los personajes principales (guardaremos el secreto en pos de la sorpresa, que no lo es tanto), las mayores cuotas de frescura surgen de la conjunción de ciertas líneas de guión y de buena parte de las interpretaciones, algunas ya acostumbradas, como la de Eduard Fernández, y otras muy novedosas, como las de Carlos Santos y José Manuel Poga, candidato a actor revelación del año tras su irrupción como uno de los integrantes del comando de Grupo 7.
¿Otra película sobre la (pos)Guerra Civil? Sí, ¿y qué?
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