“Soy Slash todo el tiempo”
El guitarrista recupera en su nuevo álbum la fórmula perdida de su exbanda, Guns N’ Roses
Supermán lleva capa y los calzoncillos por fuera; Dios, un triángulo con un ojo en la cabeza y Slash una chistera y unas gafas de sol. Los tres son iconos. Pero el guitarrista -uno de los cien mejores de todos los tiempos, según Rolling Stone- cuenta con una ventaja sobre Supermán y sobre Dios. De él se puede afirmar sin género de dudas que existe. Y no busque más. Desde que descollara en 1987 con la banda Guns N’ Roses, en el último cuarto de siglo ningún otro instrumentista de rock ha conseguido el estatus de megaestrella global. Solo hay uno, y esta semana ha puesto a la venta Apocalyptic Love (Roadrunner Records), su segundo álbum en solitario.
Bajo un cielo encapotado, en un céntrico hotel de Ámsterdam las ventanas derraman una breve luz cenicienta sobre la moqueta de la suite de dos pisos. No importa. Los ojos de Slash se acantonan tras los espejos de las Ray-ban. ¿Quién es este mulato de melena rizada, residente en Los Ángeles, que nos recibe con una gorra y una cadena tan gruesa al cuello que dan ganas de recetarle un collarín? Misterio, porque lo cierto es que Saul Hudson (Londres, 1965) no existe. “Soy Slash todo el tiempo. Es curioso: cuando estoy en casa con mi familia y tengo que lidiar con cosas domésticas, o me toca ir al colegio de mis hijos… da igual. Soy Slash en el cole y todos los chavales se me quedan mirando. Quizá de gira es cuando me siento más cómodo, más yo mismo. El resto del tiempo estoy ahí, aguantando el tipo”. La segunda pregunta la lanza él: “¿Eres de EL PAÍS? De chaval estuve en un curro en el que vendía tu periódico”. Eso debió de ser antes de que Slash fuera Slash.
Las emociones que expresa el flamenco son muy intensas
La discográfica había pedido que no se preguntara sobre la familia. Tampoco sobre Axl Rose, líder de la citada banda con la que alcanzó la gloria roquera. Por pedir que no quede. Pero no hacía falta; el rubio cantante chillón no se cae de la boca del guitarrista durante los últimos meses. Por ejemplo, en abril, en las jornadas previas al ingreso de Guns N’ Roses en el olimpo del Rock And Roll Hall Of Fame. “Axl me odia”, declaró Slash a NME. Pues ya está.
En julio se cumplen 25 años del álbum Appetite for Destruction (Geffen Records), un jalón en la historia del rock y, aunque Slash da por “totalmente” superada esa etapa, lo cierto es que su nuevo elepé suena a Guns N’ Roses. Mucho. La voz de Myles Kennedy, un cantante versátil y muy respetado, puede recordar a la de otros (Jeff Buckley, Chris Cornell…) y, también, cuando se lo propone, a Axl Rose. En canciones como Shots fired el parecido es hasta grimoso.
“No puedo ni imaginar qué significa el paso de un cuarto de siglo”, profiere Slash mientras con un leve gemido acomoda la riñonada en la chaise longue que comparte con el periodista. Aunque mantenga la pose, atrás quedaron los años en que amanecía a la puesta del sol pisando botellas de Jack Daniel’s. Eso lo muestran canciones como Not for me (No es para mí), un himno para aquellos que tratan de mantenerse limpios de drogas, alcohol y sexo non-stop. Kennedy escribió la letra tras conversar con Slash: “He pasado y he visto muchas cosas. Mucha gente se ha quedado en el camino. Estoy bendecido, he tenido suerte y lo más curioso es que nunca me importó una mierda lo que hacía, no es que tuviera un deseo autodestructivo, simplemente me daba igual todo”.
Pronuncia cristalinamente, un rasgo más de su cortesía. Y encaja con mano izquierda una observación evidente: su álbum no innova en nada. “Cuando grabo algo sé que no estoy inventando la rueda, pero lo importante es el modo en que consigues el sonido. Quizá esto podía haberse grabado hace diez años, lo que está claro es que nadie más está haciéndolo ahora. Me gustan mi amplificador, mi Les Paul… uso la misma guitarra en todos los discos. Ya no experimento más, lo hice y al final vuelves a lo mismo…”.
Nunca me importó una mierda lo que hacía
Entre los experimentos de Slash, su trabajo como mercenario de las seis cuerdas. Ha tocado indiscriminadamente para Michael Jackson, Lenny Kravitz, Alice Cooper, Rihanna, Paulina Rubio… y ha reincidido con Marta Sánchez. Ha montado un supergrupo de éxito, Velvet Revolver, que continúa a la busca de nuevo cantante y, últimamente, le ha dado por producir películas y jugar al póker (“soy una mierda jugando, pero me gusta”).
Un tipo inquieto que sigue componiendo riffs con una sola cuerda. “Una sola cuerda tenía mi primera guitarra, que mi abuela sacó de un armario”. Con ese instrumento el profesor de música, “el señor Watanabe”, enseñó a un joven Slash a tocar por malagueñas. “Conozco a Paco de Lucía y mi abuela me descubrió a Andrés Segovia”. En efecto, blues, jazz, rock, pop… y flamenco.
“Las emociones que expresa el flamenco son muy intensas”. Un titilar de añoranza se adivina en los ojos de Slash tras el cristal de espejo. “Hice una canción con Marta Sánchez, grabamos un vídeo en Madrid y fuimos de tablaos por la noche… era a mediados de los noventa y solo la gente joven sabía quién era yo. Llegué a tocar con guitarristas increíbles, jodidamente alucinantes. Toqué con púa porque no podía seguirles. Me acogieron y fue la leche. También estuve en Cádiz, en 2004 o 2005, en una casa alquilada en la costa. En la ciudad había guitarristas que tocaban en clubes y versionaban Sweet Child O’ Mine en estilo flamenco. Muy gracioso”.
Poco más se podrá indagar sobre Saul Hudson, porque siempre responderá Slash. ¿Qué le preocupa en lo más íntimo? ¿Cuáles son sus miedos? “Esas son cuestiones muy personales, prefiero no expresar mis sentimientos en este entorno”. ¿Le interesa la política, la economía, el paro…? “Estoy perfectamente al tanto de lo que pasa en el mundo, pero no soy el tipo de músico que incluye esos asuntos en sus canciones”.
No lo hace no. Eso sería innovar, y ¿para qué, si Apocalyptic Love cumple con las reglas que se ha marcado Slash?, a saber: “La música debe moverte a hacer algo. Llorar, alegrarte, rebelarte, ponerte cachondo y que te folles a alguien… Sí. Se trata de querer luchar o follar”.
Babelia
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