Del café de máquina a las órdenes de Simon McBurney
César Sarachu, el entrañable Bernardo de 'Camera Café', vuelve a España después de 21 años con 'El maestro y Margarita'
“Aquello fue muy fuerte. Te das cuenta del absurdo, de la fuerza de la televisión. Yo iba y venía de mi casa en Estocolmo a Madrid a rodar, y aún así desde que empezó a emitirse Camera café lo noté”. César Sarachu (Baracaldo, 1958) vive en Estocolmo desde hace dos décadas. Empezó en el teatro en el País Vasco, estudio en la Escuela de Jacques Lecoq en París (donde conoció a su mujer, una sueca que también estudiaba Interpretación), ha trabajado en teatro con Peter Brook y Simon McBurney, ha rodado películas existencialistas, de arte y ensayo puro… Y en España es ver su cuerpo enjuto, de 1,83 metros y siempre rozando los sesenta kilos de peso, y el público solo piensa en su apocado Bernardo de la mítica sitcom de Telecinco. “Era muy agobiante, con todo el mundo haciendo fotos con los móviles. Pienso en los realmente famosos, yo solo llegué a un nivel, y paladeas el placer del anonimato. Es delicado. No lo echo de menos”. Culpa de Luis Guridi, director de Camera café, que también le ha usado en videohistorias en la web. “Es culpable, pero más aún, es amigo. Hacía un gran producto”.
Pero ese encasillamiento existe: “Hace 21 años que no hago teatro en España. Tampoco he rodado mucho cine aquí. El problema es que el público te conoce por algo y –lo entiendo- es facilísimo que te encasillen. Lo bueno es que en el resto de Europa no saben quién soy. La gente decía que con mi cuerpo era un actor físico… hasta que en Londres Simon McBurney me suelta que debo usar el primer plano. Aleluya”.
Sarachu acaba de llegar de París, de rodar un corto con el hijo de Peter Brook. Con el gran maestro dramático trabajó hace dos años. “Fui porque me llamó. A mí me daba igual el papel. Empezamos a trabajar y se van distribuyendo los roles. Eso no me preocupa. ¿Si soy de fácil conformar? Si las cosas se hacen con justicia, sí. Y me gusta cuando los compañeros se salen, porque trabajas en equipo. Por supuesto, prefieres cosas con enjundia, que puedas morder… A lo mejor tengo mucha confianza en mí”, remata riendo. “Pienso que algo bueno me tocará”.
Y como ejemplo, su paso por la programación del madrileño festival de Otoño en Primavera (hasta mañana martes), con su compañía favorita, la británica Complicité, con un director que sabe exprimirle, Simon McBurney, y con una enorme obra, El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, para algunos la mejor novela de la literatura rusa –y eso ya es decir-. Tres horas de extraordinaria dramaturgia, de historias intrincadas, que Bulgákov escribió y quemo en 1930, rehízo entre 1931 y 1936, finalizó un borrador (el cuarto) en 1940, cuatro semanas antes de su muerte, y su viuda remató en 1941. Aún así, hasta 1967 no hubo edición considerada definitiva… y no es la última, Sarachu encarna a Vóland, el mago, en esta historia que salta entre épocas, reflexiona sobre el bien y el mal. “Es preciosa. Cuando estudiaba en la parisiense escuela de Lecoq, hacia 1987, conocí a mi ahora esposa y ella estaba leyendo El maestro y Margarita. Me dijo que era la mejor novela que había leído, y cuando volví en las vacaciones de Navidad a Bilbao la compré. El año pasado Simon me llamó para ofrecerme el reto, acepté, y en un paso por Bilbao recuperé el libro y leí lo que yo había escrito en 1987: la novela que más le gusta a Åsa, y había un mechón de pelo de ella… Esas cosas del enamoramiento”. Sarachu sonríe con timidez. Por amor a su familia, le cuesta ir de gira: o no se va muy lejos o se la lleva con él. Ahora, El maestro y Margarita le ha llevado de Londres a Madrid, y de ahí a Viena, Ámsterdan, el festival de Aviñón y Barcelona. “Traerla a España es algo especial. El idioma no es problema. Antes me asustaba que la gente se fijara en cómo sonaba mi inglés. Ahora solo pienso en la obra”.
A Sarachu le gusta progresar, trabajar en superar los errores tras afrontar los retos. Y El maestro y Margarita los posee de todo tipo. “Es una obra dificilísima de versionar. Simon insiste mucho en que es su versión. A mí me emociona que tenga tanta carga autobiográfica, que entreveamos los problemas de Bulgákov, su petición a Stalin para salir de la URSS, su vida dura e increíble, de creador maltratado, con problemas físicos, su amor por su tercera mujer… y eso lo mezcla en ‘El maestro y Margarita’ con una historia de Jesús y Poncio Pilatos, el perdón, el bien y el mal”. Respetando las épocas, su Vóland hace guiños a la actualidad tecnológica digital. “Pero hemos sido muy fieles”. Sarachu habla de El maestro y Margarita como de un Everest literario, rico en complejidades, que disfrutas según vas ascendiendo por ella. “Y sospecho que la hago porque Simon me llamó”. Hace 20 años se conocieron con The street of cocodriles, representación que duró hasta 1999. Es la obra que lanza a Sarachu. “Es lo mejor que he hecho en mi vida artística. Por cuestiones familiares, logísticas, tuve que rechazar posteriores ofrecimientos de Simon. Sin embargo, sabía que volveríamos a estar juntos. Y me daba igual el papel”.
Babelia
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