Hasta que salió Pericalvo…
Hasta que salió Pericalvo, un caballo castaño morcillo, lusitano, de nueve años, el festejo de rejoneo había sido un pequeño tostón. Pequeño porque los caballeros pusieron toda la carne en el asador y lucharon contra viento y marea contras las inclemencias, pero tostón, al fin y al cabo, porque los toros de Luis Terrón constituyeron toda una pasarela de mansedumbre y exagerada falta de casta. Todos huyeron de las monturas con alevosa cobardía, se acularon en tablas, buscaron a parientes por los tendidos, y solo la pericia de los montados permitió momentos de escaso lucimiento. Pero lo que se dice toros de rejoneo solo se les notaba en los pitones excesivamente despuntados para tranquilidad de las cabalgaduras.
A pesar de ello, tampoco los caballeros lucieron a gran altura. O sí; quizá, es que se nota en exceso las diferencias entre esa pareja de rejoneadores que está en las alturas rayanas en la perfección y el resto del escalafón. Quizá por ello, la labor de Cartagena, Galán y Hernández supo a poco; lucieron todos templando a dos bandas, se esforzaron en llamar la atención de sus sosos oponentes, pero clavaron casi siempre a la grupa, sin el ceñimiento que exige el rejoneo de verdad.
En fin, que el espectáculo avanzaba con lentitud y escasa vistosidad, hasta que salió Pericalvo en el tercio de banderillas del cuarto y revolucionó la tarde. Es un caballo puro nervio, que parece entrar en éxtasis en un baile que enloquece a los tendidos. Se lució entonces Andy Cartagena en dos pares de banderillas, aunque, de verdad, el que gozó del favor del público fue el equino, espectacular en sus andares. Una oreja en cada toro cortó Cartagena, y a fe que se empleó a fondo, pero a su rejoneo le faltó hondura.
La misma sosería derrochó el lote de Galán, incansable el rejoneador en sus intentos de agradar. Muy discreto en su primero y arrollador en el quinto, en el que salió a por todas, y culminó su labor con un llamativo par de banderillas a dos manos que fue, quizá, lo más artístico del festejo. Mató con acierto y se ganó la salida a hombros. Ni uno ni otro, no obstante, hicieron méritos para tan alto honor.
Difícil papeleta le quedaba a Hernández en el sexto tras ser silenciada su labor en el tercero, otro descastado al que templó muy bien y con el que se lució en las banderillas al quiebro. El último fue un manso de libro, pero la casta que le faltó al toro la puso el caballero. Se la jugó de verdad, clavó a la perfección y no se fue, por sus méritos, de vacío.
Babelia
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